DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO
21-7-24 (Ciclo B)
“El Señor es
mi Pastor, nada me falta”, acabamos de cantar en el salmo con la confianza
puesta en el Buen Pastor que es Jesús.
Hoy su
palabra nos invita a valorar este don inmenso que es para la humanidad el que
en medio de ella se susciten personas capaces de encarnar los valores del Buen
Pastor.
El profeta
Jeremías, irrumpe con fuerza para denunciar precisamente la indignidad de
quienes han pervertido esta imagen sagrada. Los pastores a los que se refiere
el profeta no sólo son los vinculados a una dimensión religiosa, sino también
social. Para el pueblo de Israel, el Ungido de Dios era tanto el rey, como el
sacerdote y como el profeta. Y ser ungido de Dios significa que en su nombre se
realiza esa misión de enseñar, santificar y gobernar a su pueblo; se enseña la
palabra de Dios, la cual no puede ser manipulada ni falseada conforme al
capricho del profeta; santificar al pueblo en nombre de Dios es unirlo y vincularlo
a Él para que se sienta confortado, fortalecido y bendecido en todas las
dimensiones de su vida. El sacerdote no puede buscar su beneficio personal o
familiar, sino entregarse servicialmente a quien se le ha encomendado. Y por
último el rey, los que ejercen el poder temporal, han de administrarlo con la
justicia de Dios, su misericordia y fidelidad, y no aprovecharse, oprimir y
someter a quienes están subordinados a su autoridad por medio de leyes
arbitrarias e inmorales.
Pues el
profeta denuncia a todos estos estamentos, porque se han desviado de la ley del
Señor, oprimiendo, engañando y sometiendo a un
pueblo que se ha descarriado, y anda desorientado y perdido en medio de
su desgracia. Un pueblo que acaba siendo pasto
del más fuerte, y que terminará sufriendo la deportación a Babilonia.
Pero no está
todo perdido, el mismo profeta anuncia que llegará un día en el que el Señor
desposeerá a aquellos la grey que se les confió, para entregársela a buenos
pastores que sí cumplan su voluntad y apacienten como es debido a su Pueblo
santo.
Esta es la
imagen que retoma Jesús en el evangelio que hemos escuchado, sintiendo
compasión de sus hermanos porque andan como ovejas sin pastor. Si malo es ser
conducido por líderes o responsables indignos, igualmente malo es la soledad y
el abandono que sumerge en la desolación y la desesperanza.
Jesús es el
Buen pastor, que dará su vida por las ovejas. Él no busca beneficiarse, ni
aprovecharse de nadie, todo lo contrario, su palabra viene avalada por la
autenticidad de su entrega, su caminar precede por la senda a quien conduce a
través de ella. Los peligros y sinsabores son asumidos por él, y no por quienes
en él han confiado.
En última
instancia será su propia vida la sacrificada en el altar de la cruz, y no
tomará víctimas inocentes para sustituir su entrega personal.
Este es el
único Pastor del que podemos fiarnos por completo, porque ha sido una vida
gastada y entregada por amor, y con una generosidad sin medida.
Nuestro
mundo ha desvinculado el ejercicio de la responsabilidad pública del
cumplimiento de la voluntad de Dios, por lo menos de manera formal, si bien es
cierto, que muchos de nuestros gobernantes desean vivir su tarea con auténtica
vocación de servicio, lo cual es de agradecer y valorar por todos. Sin embargo,
también en nuestros días abundan los tiranos que siguen oprimiendo y
esclavizando a los pueblos, aprovechándose impunemente de los débiles y
sembrando de terror y angustia a incontables inocentes. Dios también les pedirá
cuentas de su injusto proceder.
Pero no
podemos quedarnos con enjuiciar el entorno de una manera ajena a nosotros. He
mencionado tres dimensiones o tareas que han sido ungidas por Dios, sacerdocio,
profecía y realeza. Las mismas que atribuimos a Cristo, y de las cuales
participamos todos en razón de nuestro bautismo. El día en que fuimos
incorporados a Cristo, se nos ungió con el Santo Crisma, y se nos hizo
partícipes de esta triple función sacerdotal, profética y real. Hoy también
nosotros somos responsables de santificar, enseñar y gobernar el presente con
fidelidad a Dios, amor a los hermanos y espíritu de servicio y sacrificio, al
igual que el Señor. Todos hemos sido constituidos servidores y garantes de la
justicia, la solidaridad y la paz en medio del mundo, y aunque otros tengan
mayores cotas de responsabilidad en razón de su puesto social, no por ello
podemos desentendernos de la marcha de nuestro mundo.
Asimismo
también debemos revisar como miembros de la Iglesia del Señor nuestra manera de
vivir esta pertenencia familiar y vocacional. Los pastores en la Iglesia
debemos ser testigos veraces, por nuestra palabra autorizada y nuestra vida
coherente, de Aquel que nos ha llamado para esta misión de apacentar a su
pueblo, conforme al Buen Pastor.
El Pueblo de
Dios tiene derecho a exigir que los pastores que el Señor les ha enviado sean
fieles, entregados, disponibles y generosos, de manera que además de dispensar
los misterios de Cristo, lo hagan presente con sus vidas y sus obras.
Para ello
debemos pedir con insistencia que el Señor envíe buenos pastores a su pueblo,
máxime en estos tiempos de sequía vocacional.
En tiempos
difíciles, se percibe con mayor claridad las carencias de una sociedad; no sólo
las económicas, también las morales y espirituales. Qué necesario es entonces
percibir referentes en todos los ámbitos de la vida familiar, pública y
eclesial.
Pues pidamos
al Señor en esta eucaristía que nos siga suscitando servidores generosos y
honrados que nos ayuden a vislumbrar un horizonte mejor. Y que también por su
estilo de vida y su palabra oportuna, nos ayuden a transformar nuestro corazón
de manera que sea acogedor y sensible a las necesidades de los más débiles.