sábado, 22 de mayo de 2021

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

 


SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES

23-05-21 (Ciclo B)

 

      Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, el día en el que por la acción del Espíritu Santo la Iglesia de Cristo toma conciencia de su misión, y se siente llamada a ser evangelizadora de todos los pueblos.

      Si en la fiesta de la Ascensión del Señor recibíamos el mandato misionero, “Id por todo el mundo y anunciad el evangelio....”, hoy recibimos el don del Espíritu Santo de quien dimana la fuerza necesaria para poder desarrollar esta misión desde la fidelidad al amor de Dios y en comunión con toda la Iglesia.

      Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, el Dios siempre a nuestro lado que sostiene, anima y alienta nuestra fe y nuestra esperanza para que sea germen de inmensa alegría en nuestros corazones y estímulo para seguir siempre al Señor en cada momento de la vida.

      Muchos son los dones que del Espíritu recibimos, sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, santo temor de Dios, todos ellos orientados a la construcción del Reino de Dios en la comunión eclesial. El Espíritu  Santo es quien anima y da valor en los momentos de debilidad, quien sostiene y alienta ante la adversidad, quien mantiene viva la llama de la esperanza cuando todo parece oscurecerse en nuestra vida, quien nos inunda con un sentimiento de gozo interno desde el que contemplar la vida con ilusión y confianza.

      El Espíritu Santo es quien garantiza que nuestra fe está unida a la vida de Jesús que se hace presente en medio de su Pueblo santo, y quien en cada momento de nuestro existir nos conduce con mano amorosa para vivir el gozo del encuentro personal con él, fomentando la experiencia de la auténtica fraternidad entre todos los hermanos.

      El Espíritu Santo nos une al Padre a través de su amor, y nos hace conscientes de que hemos sido transformados en herederos de su Reino a través de su Hijo Jesús.

      Fue el Espíritu quien acompañó a Jesús en todos los momentos de su vida. El mismo Espíritu que lo proclama el Hijo amado de Dios en su bautismo. Fue el Espíritu Santo quien ayuda a comprender a los discípulos que aquel a quien siguen por Galilea no es un hombre cualquiera, sino que es el Salvador, el Mesías.

      Será el Espíritu Santo quien mantenga en la agonía de Jesús la fuerza para entregar en las manos del Padre el último aliento de su vida. Y es que el Espíritu Santo no deja jamás de su mano a quienes han sido constituidos hijos de Dios.

      Pero esta experiencia personal, profunda y desbordante, la tenemos que vivir en la Iglesia y a través de ella construir nuestra comunidad. Ningún don de Dios es para fomentar el egoísmo personal. Todo don del Espíritu está orientado a construir la comunidad desde la fe, la esperanza y el amor.

      Así vemos, según nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, cómo al recibir el don del Espíritu Santo, los Apóstoles salen a anunciar la Buena Noticia a todos los congregados en Jerusalén, y lo hacen de modo que todos les comprendan.

      Desde el momento de la Creación ha sido voluntad de Dios, que todos sus hijos se salven, para lo cual fue acompañando bajo su mano amorosa a la humanidad de todos los tiempos. Y cuando llegó el momento culminante, envió a su Hijo amado para que por medio de su palabra, su testimonio y la entrega de su vida, todos sintiéramos el amor de Dios y acogiéramos ese don en nuestras vidas.

La vuelta del Hijo de Dios a su Reino, no nos deja abandonados, sigue con nosotros por medio del Espíritu Santo sosteniendo y alentando nuestra esperanza de manera que en nuestro corazón crezca cada día la certeza de participar un día de su promesa de vida eterna.

      Este sentimiento será más fuerte en la medida en que afiancemos en nosotros la comunión eclesial, la unidad fraterna entre los hermanos. La comunión, el sentimiento afectivo de unidad y concordia, es la garantía de que nuestra fe es auténtica. Donde hay división y enfrentamiento, no está el Espíritu Santo; el individualismo y la discordia no están alentados por el Espíritu Santo. Las palabras del Señor “que todos sean uno, como tú, Padre, y yo somos uno”, han de resonar siempre en el corazón de la Iglesia como el único camino para abrirnos al don del Espíritu Santo.

      Hoy volvemos a acoger este don que ya en nuestro bautismo recibimos de una vez y para siempre. En el Espíritu Santo hemos sido hechos hijos de Dios, y aunque ese amor jamás nos será arrebatado, de nosotros depende en gran medida que cada día crezca y madure en lo más hondo de nuestra alma. Así nos llenará de dicha y alegría, nos identificará ante los demás como seguidores de Jesucristo, y nos sostendrá en cada momento de nuestra existencia.

 No en vano en esta solemnidad, celebramos también el día del Apostolado seglar. Multitud de fieles organizados en movimientos y asociaciones laicales, van sembrando el Evangelio de Cristo a lo largo y ancho del mundo, animados por el Espíritu del Señor y deseando vivir con coherencia su fe, celebrándola entorno al Sacramento del Amor de Dios que es la Eucaristía, para que en ella, y desde ella, se vaya configurando una humanidad nueva y esperanzada.

Los cristianos tenemos que vivir con plena consciencia nuestra fe, conociendo en profundidad sus contenidos, en especial la vida del Señor, acercándonos a la Sagrada Escritura con la frecuencia de quien se siente hambriento de la Palabra de Dios, porque sólo Él puede aplacar nuestra sed. Y sobre todo nutrirnos del Pan de Vida que es Cristo que se nos entrega en el Sacramento eucarístico.

Que en este día de Pentecostés, vivamos con gratitud y entrega, el inmenso don, que de Dios hemos recibido.

jueves, 13 de mayo de 2021

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 


SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR

16-05-21 (Ciclo B)

 

       Con la fiesta de la Ascensión termina la presencia del Señor entre los suyos y nos abrimos a la misión evangelizadora de la Iglesia animados por el Espíritu que recibiremos en Pentecostés. Es esta una fiesta en la que la comunidad cristiana recuerda el momento en el que Jesucristo resucitado culmina su misión en el mundo y regresa al Padre para vivir la plenitud de su gloria.

       El simbolismo de este día, nos quiere introducir en la profundidad del sentido último de nuestra existencia de la cual Cristo es primicia y fundamento. En la Ascensión del Señor, y su vuelta a la plenitud de su gloria antes de su Encarnación, se ilumina el final de la historia de la humanidad donde Dios nos acogerá con su amor de Padre. Jesucristo nos abre el camino, y nos preparará un sitio, para que donde esté él, estemos también nosotros, como nos anunció en su vida terrenal. En la fiesta de la Ascensión, podemos descubrir el final del camino, de la verdad y de la vida del Señor, que nos ha abierto las puertas de la eternidad de forma amplia y generosa.

       Pero a este final glorioso se llega a través de la vida concreta, limitada y frágil, a la vez que confiada y gozosa, de nuestra historia humana. Una historia traspasada muchas veces por el dolor y el sufrimiento que provoca la injusticia, y otras sostenida por la  esperanza de la entrega y la solidaridad de tantas personas que aman de verdad a sus semejantes. Pero sobre todo, una historia compartida por nuestro Dios en la persona de su Hijo, Jesús, camino, verdad y vida, que nos acompaña y sostiene en nuestro peregrinar hacia la meta prometida por el Padre.

       El tiempo pascual que los discípulos del Señor vivieron junto a Él, y que se nos ha aproximado durante estos días a través de la Palabra de Dios proclamada, ha sido ante todo un tiempo de formación personal y espiritual, para afrontar el gran reto que ahora se les presenta. Ser ellos testigos y misioneros del evangelio.

       La muerte de Jesús y su posterior resurrección, fueron dos hechos de tal magnitud que hacía falta un proceso para poder asimilarlo, comprenderlo y confesarlo con fe y gratitud. Los primeros momentos del tiempo pascual nos mostraban las grandes dificultades que tenían para aceptar esa verdad. Las dudas de Pedro y Juan que van corriendo al sepulcro para ver si es verdad lo que dice María Magdalena; Las palabras incrédulas de Tomás que necesita palpar y ver para creer. El silencio de los demás que no se atreven a preguntar en medio de sus dudas e incertidumbres.

       Todo eso requiere ser madurado en el corazón, contrastado por la experiencia de los hermanos y acompañado por el Maestro que sigue vivo, animando y sosteniendo la fe de los suyos. Jesús realiza esta labor catequética para ayudarles a entender y prometerles la gran ayuda permanente del Espíritu Santo que pronto recibirán.

       Este Espíritu completará en ellos la acción salvadora de Dios transformando sus temores en confianza y cambiando sus miedos por el compromiso misionero y evangelizador del mundo.

       En la fiesta de la ascensión de Cristo, se nos está mostrando el destino último de nuestras vidas, el cielo y la tierra se unen en la persona de Jesucristo, y el camino que nos conduce a su gloria se nos ofrece como posibilidad futura y cierta.

       Jesucristo desaparece de su mirada, pero no de sus vidas. El Señor que promete su presencia entre nosotros hasta el fin del mundo, será quien aliente sus trabajos y desvelos.

       Ahora les toca a ellos proseguir con su misión; anunciar la Buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la salud a los enfermos y proclamar el año de gracia del señor. El mismo proyecto que Jesús ya anunció en aquella sinagoga de Nazaret.

       Y esta misión evangelizadora cuenta con un gran potencial, la experiencia de ser testigos de lo acontecido. Ellos no hablan por puro sentimentalismo, ni defienden una idea vacía; ellos son testigos de una persona con la que han compartido su vida y que los ha transformado interiormente llenándoles de gozo  de esperanza y haciendo de ellos hombres y mujeres, nuevos, libres, entregados y dichosos.

       Todo ello desde la convicción de que el Reino de Dios no es de este mundo, y por eso Jesús vuelve al lugar que le corresponde. Pero sabiendo que ese Reino ha de comenzar en este mundo y que lo que pasa en la tierra no le es indiferente al Creador. Por eso no podemos desentendernos del presente ya que esa falta de amor y entrega a la obra realizada por Dios, nos haría indignos herederos de su promesa.

       “Vosotros sois testigos de esto”. Testigos de la vida de Jesús, de su entrega, de su palabra y de su resurrección. Jesús nos envía ahora a cada uno de nosotros para prolongar su reinado cambiando radicalmente el presente para acercarlo al proyecto de Dios.

       Jesús abrió con su vida un camino de esperanza y al acoger en su cruz a todos los crucificados por el sufrimiento y la injusticia, nos introduce en su mismo reino de amor y de paz. Esta esperanza que nos mantiene y fortalece se verá sostenida y fundamentada por la acción del Espíritu Santo que recibiremos en Pentecostés.

Que él nos ayude para seguir trabajando por transmitir esta fe a nuestros hermanos más alejados  a fin de que ellos también sientan el gozo y la alegría que nos da el Señor. Y que nuestra entrega generosa y confiada sirva para sembrar la paz y la justicia entre nosotros, sabiendo que el Señor está y estará junto a nuestro lado todos los días hasta el fin del mundo.

sábado, 8 de mayo de 2021

DOMINGO VI DE PASCUA

 


DOMINGO VI DE PASCUA

9-05-21(Ciclo B) Pascua del Enfermo

 

El tiempo pascual que estamos viviendo camina hacia su punto culminante que será la fiesta de Pentecostés, y desde la perspectiva de los domingos que hemos celebrado, podemos recordar lo esencial de este camino. Los tres primeros domingos de pascua nos mostraban la alegría del encuentro con Cristo resucitado. Desde diferentes experiencias personales y comunitarias, los discípulos dispersados por el miedo y la frustración, vuelven a reunirse tras su encuentro con el Resucitado y la evidencia de que el Señor está vivo. El triunfo de Jesús sobre la muerte, será el núcleo de su mensaje, el fundamento de sus vidas y la única verdad por la que merece la pena entregar su existencia.

Así van caminando inicialmente de la mano del Señor quien les ayuda a comprender los gestos y las palabras expresadas y realizadas en su vida mortal.

Los siguientes domingos nos han ido mostrando, a la luz de esa experiencia pascual el rostro del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, y la necesidad de permanecer unidos a Jesucristo como el sarmiento a la vid, ya que sólo desde esa unidad esencial y fecunda, podremos dar fruto abundante y mantener vivas nuestra fe y esperanza.

Hoy la palabra de Dios nos abre la puerta a una experiencia aún más profunda en este camino de encuentro con el Señor, mostrándonos la esencia misma de Dios. “Dios es amor”. Y todo lo demás que podamos decir de nuestro Dios deberá ser interpretado a la luz de esta certeza fundamental. Dios es amor, y por eso comprendemos que su desvelo por el ser humano, hechura de sus manos, le llevara a encarnarse en nuestra naturaleza e historia para compartirla y redimirla para siempre.

Que Dios es amor nos lo ha estado repitiendo incansablemente Jesús en todos los momentos de su vida, cuando se acercaba a los enfermos, o bien acogía a los marginados. Cuando reinterpretando los preceptos y leyes enseñaba que el centro de toda conducta ha de estar en hacer el bien a los demás y evitarles cualquier mal.

Que Dios es amor se transparentaba en su mirada cuando conmovido por el dolor de los débiles, se entregaba a ellos en cuerpo y alma. Así se entienden con toda verdad sus palabras que aún resuenan en nuestra mente, “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, y es que Jesús sí entregó su vida, pero no sólo por sus amigos, sino por todos, incluso por quienes provocaron su condena y jalearon su muerte.

Esta seña de identidad de Jesús no sólo es un rasgo de su persona, es además para todos nosotros mandamiento novedoso y esencial de la fe; “esto os mando: que os améis unos a otros”. La vida y la muerte de Jesús no son una representación para los anales de la historia humana. Para muchos que no han encontrado al resucitado en sus vidas sí se ha quedado en las notas de la vida de un hombre del pasado. Por eso andan tan preocupados en buscar sólo su humanidad y si no tienen suficientes datos que les agraden se los inventan dándolos al mundo como primicias de sus propias proyecciones.

Pero la vida y la muerte de Jesús han de ser contempladas a la luz de su resurrección. Porque es desde ella como podemos entender que sus palabras y sus obras tienen sentido y siguen siendo camino, verdad y vida para todos nosotros.

Jesús nos ha amado como el Padre le amó a él. Sin límites ni condiciones, con absoluto desprendimiento de sí mismo y con entera disposición para entregar la propia vida. Y como medio eficaz para poder desarrollar ese amor sólo nos muestra un camino, cumplir la voluntad de Dios, sus mandamientos, condición de posibilidad para lograr una auténtica humanidad. Los mandamientos de Dios no son un código de normas desencarnadas; para amar a Dios sobre todo, y al prójimo como a uno mismo, debemos antes recorrer un camino de respeto, de mirada limpia y corazón honesto, que nos haga capaces de reconocernos como hermanos e hijos del mismo Padre Dios.

Los mandamientos de Dios no son un tratado para mentes infantiles, son el reconocimiento adulto y maduro de que aquello que haga a los demás o deje de hacer por ellos, repercute de forma positiva o negativa en mí mismo y en quienes me rodean, haciéndome responsable de ello, para bien y para mal.

Para amar a Dios debo conocerle, y para conocerle necesito escuchar su palabra y contemplar sus obras en la persona de quien es claro reflejo de su ser, Jesucristo su Hijo amado. Si desconozco la vida de Cristo, si no me acerco a su evangelio narrado por aquellos que compartieron su vida y que fue escrito poco después de su muerte y resurrección para alimentar y sostener la fe de las comunidades cristianas nacientes, si no dejo que el testimonio de aquellos creyentes que entregaron su vida por amor al Señor vaya calando en mi vida, entonces seguiremos caminando como ovejas descarriadas, a merced de los lobos que destrozan y dispersan el rebaño del Buen Pastor.

Todas las palabras y las obras de Jesús, tienen una única finalidad: “os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

El amor del Señor es de tal magnitud y pureza, que no se ha guardado nada de su experiencia de Dios. Su deseo más intenso es que nosotros, sus discípulos y amigos, lleguemos a experimentar en nuestra vida sus mismos sentimientos, gozos y horizontes; compartiendo junto a él una vida verdaderamente plena en la que nuestra humanidad se identifique tanto con la de Cristo, que participemos de la plenitud de su vida divina.

Este es el verdadero amor, el que no se racionaliza ni se sopesa, el que no calcula sus beneficios o se resguarda ante posibles agresiones. El amor de Dios, como nos recuerda el apóstol S. Pablo, “disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”. (1 Co 13,7-8a)

Hoy celebramos también la Pascua del enfermo. La Iglesia desde siempre ha tenido especial cuidado y ternura para con sus miembros más necesitados y débiles, conforme al estilo de vida de Cristo, salud de los enfermos.

Es en las situaciones de mayor debilidad, de sacrificio y penuria donde se manifiestan los verdaderos amores. Amar al sufriente, al dependiente, a quien nada puede hacer ni tan siquiera por sí mismo. Amar, cuidar y compartir la vida de nuestros enfermos, es abrir el evangelio del Señor y mostrar al mundo lo que significa la sacrosanta palabra “amor”.

Y esta experiencia cristiana de proteger y amar a los débiles, es en nuestros días un clamor irrenunciable. Cuando pervertimos la mirada sobre el otro, y condicionamos su existencia a nuestro bienestar o beneficio, entonces se resquebraja el valor de la vida humana hasta denigrarla y hacer de ella un medio para mis fines; de tal manera que si me sirve la conservo y si me estorba la suprimo, silenciando la propia conciencia que denuncia la crueldad de esta agresión mediante leyes ideológicas e inmorales que amparan la supresión del indefenso. Quienes promulgan estas leyes, o las consienten con su silencio cómplice, pretenderán justificar este crimen como el ejercicio de un derecho, pero la evidente maldad de aniquilar una vida humana indefensa, deja a la intemperie la realidad de su mentira e injusticia.

Dios, que es amor, nos ha creado en el amor, para que al ser amados primero por Él, vivamos en la dinámica creadora del amor al prójimo como a uno mismo. Porque el amor a los demás es el crisol del amor auténtico ya que “Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. (1Jn 4,20)

Que el Señor nos ayude para saber dar siempre razón de nuestra fe, no sólo de palabra, sino especialmente con las obras del amor a los hermanos más débiles, a fin de que nuestro compromiso por su defensa y dignidad, les llene de vida y de esperanza.