sábado, 14 de diciembre de 2019

III DOMINGO DE ADVIENTO "Gaudete"



DOMINGO III DE ADVIENTO

15-12-19 (Ciclo A)



       El tercer domingo de adviento que hoy celebramos, es vivido por la comunidad cristiana como el domingo del gozo “Gaudete”.

       Y es que el camino que nos conduce a la celebración del nacimiento del Señor, cada vez es más corto, y esa cercanía la debemos vivir con ese sentimiento profundo de gozo y esperanza. El mismo sentimiento que llenaba de dicha la penuria de Juan en la cárcel, anhelando la manifestación del Esperado de los pueblos.



       El evangelio de hoy centra su contenido en la persona del Bautista, el mayor nacido de mujer, según el mismo Jesús.

       Juan fue de esas personas especialmente tocadas por Dios. Desde niño acogió en su alma la fe que sus padres Isabel y Zacarías le transmitieron. No en vano ellos mismos se habían visto agraciados por Dios en su ancianidad al recibir el gran regalo de su hijo.

       Los relatos del nacimiento de Juan lo asemejan mucho al del mismo Jesús. Y su madre Isabel va a comprender que este don de Dios tiene una misión concreta, ser el precursor del Mesías.

       En el encuentro entre María e Isabel, se entabla un diálogo profundamente creyente; ahora comparten algo más que el parentesco de la sangre. Por su fe se han hecho merecedoras de portar en sus entrañas la obra salvadora de Dios, Isabel dará a luz a quien anuncie al Salvador, María será la llena de gracia, porque de ella nacerá el Dios con nosotros, Jesucristo el Señor.

       Juan comprendió por esa fe recibida y madurada en su alma, que Dios le llamaba a una misión especial. Según nos relata el evangelio, pronto vivió la soledad del desierto y en austeridad para entrar en una comunión más plena con Dios, conocer su voluntad y proclamar su palabra. Retomar la misión de otro gran profeta del Antiguo Testamento, Isaías, y volver a clamar, “en el desierto preparar el camino al Señor”.

       Una preparación que a todos alcanza y urge para cambiar la vida y así acoger de corazón el don que Dios hace a la humanidad entera, a su propio Hijo encarnado en la persona de Jesús y por quien toda la creación será reconciliada para siempre con su Creador.

       La vida de Juan fue acogida por muchos como una bendición de Dios. Su llamada a la conversión y a recibir un bautismo que abriera la puerta a un estilo de vida nuevo, basado en la misericordia y en el amor, fue seguido por aquellos que anhelaban una vida más digna y fraterna.

       Pero la voz de Juan no sólo anunciaba la cercanía del Salvador. También denunciaba la injusticia y la opresión; y no sólo en el plano de la vida social, también se enfrentará al mismo rey Herodes por llevar una conducta indigna de quien ha de ser modelo y ejemplo para los demás.

       Juan no será encarcelado por su anuncio del Reino de Dios. Ni por llamar a la conversión de los pecadores, o señalar próximo al Mesías.

       Juan será apresado y ejecutado por denunciar la infidelidad matrimonial de un rey, y entrar así con su denuncia en la dimensión moral de la vida personal y privada de quienes por su cargo debían de ser ejemplares para los demás.

       Preparar el camino al Señor para favorecer que su reinado se implante en nuestras vidas, no será posible si no conlleva la conversión individual, la de todos sin excepción.

       Ciertamente que la meta no es quedarnos en el intimismo. Que la fe ha de vivirse y desarrollarse en comunión con los demás de forma que sus frutos redunden en la transformación de toda la realidad. Pero la única manera de poder transformar este mundo nuestro y posibilitar la emergencia el Reino de Dios, es haciendo que primero Dios reine en nuestros corazones y así, con nuestra vida renovada en su totalidad, transparente y testimonie la verdad de una existencia totalmente entregada al servicio del Señor y de los hermanos.



       Jesús termina diciendo en el evangelio escuchado, que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista. De nadie ha dicho jamás cosa semejante. La admiración que mostraba Jesús por la obra y la vida de Juan, nos hacen ver la gran importancia que tuvo para el desarrollo del plan salvador de Dios.

       Sin embargo Jesús concluye, que el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él. Una afirmación que debemos entenderla como el anuncio de una nueva era que se abre ante el mundo y que va a ser instaurada por él. Con Jesús ha llegado el Reino de Dios tantas veces anunciado, y sus signos ya van apuntando a una nueva humanidad; los ciegos ven, los inválidos andad, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.

       Juan vivía angustiado en su cautiverio por no poder seguir sembrando el camino por el que venga el Salvador. Pero ante la respuesta de Jesús a aquellos discípulos por él enviados, le hará comprender que su vida y su muerte han tenido un sentido, y ciertamente ha merecido la pena dedicar su existencia a preparar el camino al Señor. De ese modo hizo verdad lo que anunció a sus discípulos, “yo tengo que menguar, para que él crezca”.

       Esa alegría de Juan es la que hoy celebramos y es preludio de lo que estamos llamados a vivir con el nacimiento de Jesús.

       Nosotros debemos acoger  con ilusión los mismos rasgos de la esperanza del Bautista. Posiblemente nunca lleguemos a ver realizados nuestros sueños de una humanidad renovada, fraterna y solidaria. Pero seguro que si nos dejamos transformar por el Espíritu de Dios contemplaremos grandes signos de su amor en nuestra vida y en nuestro entorno, familiar y social.

El tiempo de adviento canta constantemente “Ven Señor Jesús”. Y Jesús ya vino hace dos milenios, viene hoy en nuestro presente concreto, y vendrá a nuestro encuentro en la consumación de nuestra vida. Pero su venida sólo es gozosa si es acogida. Pedirle al Señor que venga, supone abrir nuestra vida para que entre en ella y así habitados por su Espíritu, prolonguemos con nuestros gestos sencillos pero eficaces, su obra de salvación.

       Dios sigue enviando su mensajero delante de los hombres para prepararle el camino. Y ese mensajero somos cada uno nosotros. Que nos dejemos sorprender por su venida y así nos sintamos renovados en la esperanza y el amor.