sábado, 21 de diciembre de 2013

IV DOMINGO DE ADVIENTO


DOMINGO IV DE ADVIENTO
22-12-13 (Ciclo A)

     Llegamos al final de este tiempo de preparación para la navidad, y echando la mirada a estas cuatro semanas podemos ver si hemos dispuesto nuestra vida para acoger con esperanza y alegría al Señor.

     Como nos decía Juan el bautista al comenzar el adviento, “el tiempo se ha cumplido”. Dios entra en nuestras vidas para revitalizar en ellas todo el amor que él puso en el momento de nuestra creación. Dios viene a compartir nuestra historia para vivir, gozar y sufrir a nuestro lado. No quiere quedarse al margen de lo que nos suceda, sino acompañar nuestro camino de manera que siempre sintamos su fuerza y su ánimo renovador.

     El tiempo se ha cumplido y mirando nuestro corazón vamos a descubrir si estamos en disposición de recibir y acoger su palabra que se hace carne, y le dejamos transformar nuestras vidas.

     Este recorrido personal y profundo lo tuvo que realizar el mismo S. José. El evangelio de estos días nos situaba ante la generosa entrega de María; ahora volvemos la mirada hacia la otra persona fundamental en la vida de Jesús, aquel que le entregó su amor paternal, y por medio de quien descubrió que Dios era su verdadero Padre, Abba.

     José, era justo y no quería denunciar a María, nos cuenta el evangelio de Mateo. Cualquier hombre justo y cumplidor de la ley de Moisés tenía la obligación de denunciar a su mujer si ésta le había sido infiel.

     El evangelio recalca con especial sencillez que José era justo, pero según la justicia de Dios, que es ante todo bondad y misericordia. El supo mirar más allá de las leyes que tal vez eran y son demasiado frías y poco misericordiosas. Denunciar a María hubiera sido la ruina para ella, la hubieran condenado a morir.

     La actitud de José muestra que el amor auténtico es capaz de mirar más allá de lo que aparentemente acontece y descubrir desde la confianza, cuáles son las verdaderas actitudes del corazón. María, la mujer a la que amaba, no podía haber olvidado la promesa de amor fiel que le había hecho. Algo escondido a su entender tenía que estar pasando en ella. Y aquí entra la acción directa de Dios.

     “José, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. Si María había mostrado su plena disponibilidad para acoger la propuesta de Dios, de ser la madre de su hijo, José muestra su fe auténtica al confiar en la palabra del Señor y recibir como propio, al Hijo de Dios.

     La persona de José es de trascendental importancia en la vida de Jesús. Todos los relatos de su infancia nos muestran la unidad de la Sagrada Familia. José y María junto al pesebre; los dos  contemplando la adoración de los Magos; los dos huyendo al exilio en Egipto para salvar la vida de su hijo; los dos regresando a Nazaret tras recibir José en sueños que Herodes había muerto. Los dos volviendo angustiados a Jerusalén para buscar al hijo perdido en el templo.

     Son relatos muy elaborados por la tradición cristiana, pero que si algo nos quieren dejar claro es la verdadera humanidad de un Dios que entra en la historia en el seno de una familia humilde pero unida, y que en esa unidad superarán las dificultades que vayan surgiendo.

     Así al terminar este adviento también nosotros hemos de revisar nuestra vida de fe y de entrega a los demás, y descubrir si estamos preparados para acoger al Dios que quiere acampar en medio de nosotros.

     Ver si nuestra disponibilidad y entrega son al estilo de María, capaces de acoger una nueva vida que nos haga vivir agradecidos a Dios por lo que somos y tenemos, a la vez que entregados a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados. Ver si nuestra confianza en la acción de Dios es como la de José, que se deja cambiar el corazón para que sea Dios quien actúe a través de él.

     Así celebramos hoy una jornada especial de cáritas. Una de tantas, podemos creer. Pero no es una más, es la que en medio de estas fiestas tan opulentas para algunos, llaman nuestra atención ante la penuria de muchos hermanos.

     Preparar el camino al Señor se realiza desde la solidaridad, sabiendo que tal vez no tengamos medios para cambiar la historia, pero confiando que sí tenemos capacidad para hacer llegar un poco de esperanza a hogares cercanos, necesitados y que claman a Dios ante la injusticia que sufren.

     No podemos acabar sin recordar tantas situaciones de guerra, violencia y pobreza, que se sitúan ante el pesebre de Belén esperando que Dios con su nacimiento las llene de esperanza y amor. Al vivir esta jornada de solidaridad agradecemos al Señor todos los trabajos y esfuerzos de tantos voluntarios y personas anónimas que cada día, a través de Cáritas diocesana, llevan la esperanza y el consuelo a los hogares de los más desfavorecidos. Ellos son los mensajeros del Salvador en medio de la miseria, y son estrellas que brillan en medio de la oscuridad de un mundo que muchas veces se olvida de los pobres y marginados.

     El tiempo de Navidad que dentro de dos días celebraremos con alegría, ha de ser para el creyente un tiempo nuevo de reconciliación entre todos, buscando estrechar los lazos familiares y vecinales, sabiendo vivir la tolerancia y buscando que sea la palabra de Dios la que oriente nuestra vida en todo momento. Que nuestros hogares sean espacios de amor y escuelas de humanidad, así el mundo descubrirá la gloria de Dios por la paz que viven los hombres y mujeres que él ama desde siempre.

viernes, 13 de diciembre de 2013


DOMINGO III DE ADVIENTO
15-12-13 (Ciclo A)

      El tercer domingo de adviento que hoy celebramos, es vivido por la comunidad cristiana como el domingo del gozo “Gaudete”.

      Y es que el camino que nos conduce a la celebración del nacimiento del Señor, cada vez es más corto, y esa cercanía la debemos vivir con ese sentimiento profundo de gozo y esperanza. El mismo sentimiento que llenaba de dicha la penuria de Juan en la cárcel, anhelando la manifestación del Esperado de los pueblos.

      El evangelio de hoy centra su contenido en la persona de del Bautista, el mayor nacido de mujer, según el mismo Jesús.

      Juan fue de esas personas especialmente tocadas por Dios. Desde niño acogió en su alma la fe que sus padres Isabel y Zacarías le transmitieron. No en vano ellos mismos se habían visto agraciados por Dios en su ancianidad al recibir el gran regalo de su hijo.

      Los relatos del nacimiento de Juan lo asemejan mucho al del mismo Jesús. Y su madre Isabel va a comprender que este don de Dios tiene una misión concreta, ser el precursor del Mesías.

      En el encuentro entre María e Isabel, se entabla un diálogo profundamente creyente; ahora comparten algo más que el parentesco de la sangre. Por su fe se han hecho merecedoras de portar en sus entrañas la obra salvadora de Dios, Isabel dará a luz a quien anuncie al Salvador, María será la llena de gracia, porque de ella nacerá el Dios con nosotros, Jesucristo el Señor.

      Juan comprendió por esa fe recibida y madurada en su alma, que Dios le llamaba a una misión especial. Según nos relata el evangelio, pronto vivió la soledad del desierto y en austeridad para entrar en una comunión más plena con Dios, conocer su voluntad y proclamar su palabra. Retomar la misión de otro gran profeta del Antiguo Testamento, Isaías, y volver a clamar, “en el desierto preparar el camino al Señor”.

      Una preparación que a todos alcanza y urge para cambiar la vida y así acoger de corazón el gran regalo que Dios hace a la humanidad entera, a su propio Hijo encarnado en la persona de Jesús y por quien toda la creación será reconciliada para siempre con su Creador.

      La vida de Juan fue acogida por muchos como un don de Dios. Su llamada a la conversión y a recibir un bautismo que abriera la puerta a un estilo de vida nuevo, basado en la misericordia y en el amor, fue seguido por aquellos que anhelaban una vida más digna y fraterna.

      Pero la voz de Juan no sólo anunciaba la cercanía del Salvador. También denunciaba la injusticia y la opresión; y no sólo en el plano de la vida social, también se enfrentará al mismo rey Herodes por llevar una conducta indigna de quien ha de ser modelo y ejemplo para los demás.

      Juan no será encarcelado por su anuncio del Reino de Dios. Ni por llamar a la conversión de los pecadores, o señalar próximo al Mesías.

      Juan será apresado y ejecutado por denunciar la infidelidad matrimonial de un rey, y entrar así con su denuncia en la dimensión moral de la vida personal y privada de quienes por su cargo debían de ser modelos y ejemplo para los demás.

      Preparar el camino al Señor para favorecer que su reinado se implante en nuestras vidas, no será posible si no conlleva la conversión individual, la de todos sin excepción.

      Ciertamente que la meta no es quedarnos en el intimismo. Que la fe ha de vivirse y desarrollarse en comunión con los demás de forma que sus frutos redunden en la transformación de toda la realidad. Pero la única manera de poder transformar este mundo nuestro e implantar en él el Reino de Dios, es haciendo que primero Dios reine en nuestros corazones y así, con nuestra vida renovada en su totalidad, transparente y testimonie la verdad de una existencia totalmente entregada al servicio del Señor y de los hermanos.

      Jesús termina diciendo en el evangelio escuchado, que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista. De nadie ha dicho jamás cosa semejante. La admiración que mostraba Jesús por la obra y la vida de Juan, nos hacen ver la gran importancia que tuvo para el desarrollo del plan salvador de Dios.

      Sin embargo Jesús concluye, que el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él. Una afirmación que debemos entenderla como el anuncio de una nueva era que se abre ante el mundo y que va a ser instaurada por él. Con Jesús ha llegado el Reino de Dios tantas veces anunciado, y sus signos ya van apuntando a una nueva humanidad; los ciegos ven, los inválidos andad, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.

      Juan vivía angustiado en su cautiverio por no poder seguir sembrando el camino por el que venga el Salvador. Pero ante la respuesta de Jesús a aquellos discípulos por él enviados, le hará comprender que su vida y su muerte han tenido un sentido, y ciertamente ha merecido la pena dedicar su existencia a preparar el camino al Señor.

      Esa alegría de Juan es la que hoy celebramos y es preludio de lo que estamos llamados a vivir con el nacimiento de Jesús.

      Nosotros debemos acoger  con ilusión los mismos rasgos de la esperanza del Bautista. Posiblemente nunca lleguemos a ver realizados nuestros sueños de una humanidad renovada, fraterna y solidaria. Pero seguro que si nos dejamos transformar por el Espíritu de Dios contemplaremos grandes signos de su amor en nuestra vida y en nuestro entorno, familiar y social.

El tiempo de adviento canta constantemente “Ven Señor Jesús”. Y Jesús ya vino hace dos milenios, viene hoy en nuestro presente concreto, y vendrá a nuestro encuentro en la consumación de nuestra vida. Pero su venida sólo es gozosa si es acogida. Pedirle al Señor que venga, supone abrir nuestra vida para que entre en ella y así habitados por su Espíritu, prolonguemos con nuestros gestos sencillos pero eficaces, su obra de salvación.

      Dios sigue enviando su mensajero delante de los hombres para prepararle el camino. Y ese mensajero somos cada uno nosotros. Que nos dejemos sorprender por su venida y así nos sintamos renovados en la esperanza y el amor.

jueves, 5 de diciembre de 2013

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA – DIA DEL SEMINARIO

 
Un año más, en medio de este itinerario gozoso y esperanzado hacia la fiesta del nacimiento del Señor, la liturgia nos ofrece un alto en el camino para ayudarnos a fijar la mirada en quien tan plenamente participó en la obra salvadora del Creador, la Bienaventurada Virgen María. Su vida y su plena entrega al servicio que Dios le pedía, inserta en nuestra historia humana el momento culminante esperado desde la creación del mundo.

Esta experiencia de gozo y de gracia, ha sido posible por pura bendición de Dios, que en María la Virgen obró de forma admirable para que desde el momento de su concepción, estuviera preparado el camino a fin de posibilitar la Encarnación del Verbo en medio de nuestra realidad humana. Por eso también nosotros hacemos nuestro el gozo del apóstol Pablo expresado en este himno que la Carta a los Efesios nos ofrece “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales”.

Porque si bien en la persona de Jesucristo encontramos el camino, la verdad y la vida que nos trae la salvación, ofreciéndonos una existencia en plenitud, la vida de su Madre santísima nos muestra un modelo de seguimiento que ciertamente nos aproxima al discipulado y a la experiencia del encuentro íntimo con el Señor.

Y es que toda la vida de María ha estado especialmente bendecida por Dios. Siguiendo el contenido del evangelio que acabamos de escuchar, el primer saludo del ángel la define como la “llena de gracia”. En ella Dios ha depositado su amor de tal manera, que desde el momento de ser engendrada por sus padres María fue preservada sólo para Dios. Seguro que desde su infancia iría descubriendo la bondad y la misericordia del Señor. Seguro que en la transmisión de la fe por parte de sus progenitores, María se abriría por completo para acoger cuanto Dios le pidiera, y así podemos comprender cómo María se sobrecoge ante la irrupción personal de Dios en su vida. Algo que por mucho que se anhele y para lo que se esté preparado, siempre desborda nuestra capacidad de comprensión.

María ha sido llamada por el mensajero de Dios “la llena de gracia”, y este saludo la desconcierta, de tal manera que el ángel Gabriel debe aclarar la razón de su visita, “no temas María, porque has encontrado gracia ante Dios”.

Y en ese corazón joven, ilusionado ante la vida y sobre todo abierto de par en par a la voluntad del Señor, se abre paso la confianza y la plena disponibilidad, para acoger una propuesta única e irrepetible en la historia. Será la Madre del Hijo de Dios, y aunque no acabe de entender el cómo y el porqué de su elección, y sin sospechar las consecuencias de su respuesta, ni el alcance que en la historia de la humanidad tendría la apertura de su corazón a la propuesta divina, ella se pone en las manos del Señor sabiendo que son manos buenas y que al abandonarse en ellas iba a encontrar una dicha sin límites.

       “Aquí está la esclava del Señor”. Las dudas y los temores dejarán paso a la confianza y a la disponibilidad porque su entrega no es una renuncia a vivir, sino una apuesta por hacerlo en plenitud, teniendo a Dios como aliado, amigo y Señor. María no arruinó su vida al ponerla en las manos de Dios sino que la vivió con responsabilidad siguiendo los pasos de su Hijo Jesús porque en ellos estaban las huellas de Dios en nuestra historia.

El sí de María no estuvo exento de dificultades. Pero sin duda la prueba más dura llegará cuando teniendo que asumir la libertad de su Hijo lo siga desde muy cerca como fiel discípula por un camino que la llevará al pié de la cruz sin que nada pueda hacer para evitarlo.

       Creyente y madre se funden en un mismo sentimiento de dolor que busca en Dios la respuesta al porqué de aquel final para quien es llamado “Hijo del Altísimo”.

       María comprenderá entonces que los planes de Dios se realizan en los corazones que como el de ella se dejan modelar por su amor. Y que la semilla del reino de Dios ya ha sido plantada en la tierra fecunda de los hombres y mujeres que a imagen de María se abren por entero a su amor. Experiencia ésta que encontrará su realización gozosa tras la resurrección de Jesús. “No está aquí, ¡ha resucitado!”; este anuncio ante el sepulcro vacío, será el cumplimiento de aquellas palabras que en su concepción recibió por parte del ángel, “su reino no tendrá fin”.

       María unida a la comunidad de los seguidores de Jesús recibirá la fuerza del Espíritu Santo para seguir alentando al nuevo pueblo de Dios nacido en Pentecostés y del cual todos nosotros somos sus herederos y destinatarios.

Ella sigue sosteniendo y alentando la familia eclesial, y desde hace muchos años, la experiencia vocacional y en concreto la vocación sacerdotal, ha sido puesta en nuestra diócesis bajo el amparo de la Inmaculada Concepción.

       Nuestro Seminario Diocesano celebra hoy su fiesta, y nosotros nos unimos a los seminaristas, formadores y a quienes trabajan en la pastoral vocacional, para orar insistentemente al Señor, por medio de María, para que siga llamando trabajadores a su mies.

Nuestra Diócesis de Bilbao, al igual que otras muchas Iglesias locales, atraviesa momentos de escasez en la disponibilidad de los jóvenes para este ministerio fundamental en la Iglesia. Nuestro presente y entorno, no son muy propicios para las decisiones valientes y generosas que implican la existencia completa de cada uno en aras a ofrecer un servicio entregado y permanente a los demás.

Sin embargo, hoy siguen haciendo falta sacerdotes que acompañen con amor y fidelidad la vida de sus hermanos. No somos ministros del evangelio para nosotros mismos. Los presbíteros ejercemos un ministerio que proviene de Jesucristo, para prolongar su obra redentora en medio de la humanidad por medio de la íntima comunión con él, entregándonos al servicio de los hermanos, y manifestando esa unidad en la comunión eclesial.

       Dios sigue llamando hoy, como lo ha hecho tantas veces en la historia, a niños, adolescentes y jóvenes que sienten en su corazón esa apertura y alegría que brotan de una fe sincera y gozosa. Y esa llamada de Dios, requiere por nuestra parte una respuesta generosa y valiente. Por eso, confiando en la intercesión de nuestra Madre la Virgen María, debemos seguir animando a nuestros jóvenes cristianos a que se planteen su opción vocacional con confianza y generosidad. Que nuestros hogares sean escuelas  de experiencia religiosa, donde se sienta como un don de Dios su llamada a nuestra puerta, a la vez que se viva con entusiasmo la vocación sacerdotal entre nosotros.

       Nuestro modelo de seguimiento de Cristo es María, nuestra Madre. Ella experimentó ese amor de Dios de una forma extraordinaria, y aunque el camino por el que anduvo Jesús muchas veces se muestre tortuoso y difícil, debemos saber que nunca nos dejará solos. Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y su Iglesia, constituida sobre el cimiento de los apóstoles, prevalecerá para ser en medio del mundo sal y luz, que irradie frescura y calidad humana por medio del testimonio y de la entrega de todos los cristianos.

       Que Santa María la Virgen, siga protegiendo bajo su amparo las vocaciones sacerdotales de nuestra diócesis de Bilbao, y que al asumir la responsabilidad de transmitir la fe en Jesucristo a las generaciones más jóvenes, también suscitemos con valor la pregunta por su propia vocación como camino favorable de auténtica y plena felicidad.