SOLEMNIDAD DEL APÓSTOL
SANTIAGO
25-7-20
Celebramos
hoy con alegría la fiesta de nuestro Santo Patrono, el Apóstol Santiago,
Titular del primer templo diocesano, esta S.I. Catedral, y de la Villa de Bilbao.
El primero de los apóstoles del Señor en sellar su fiel seguimiento de Cristo
con el martirio. Como hemos escuchado en el texto de los Hechos de los
Apóstoles, su tesón, su entrega y su lealtad por la causa de Jesucristo, hace
que sufra las iras del rey Herodes y sea ejecutado.
Su
muerte será el comienzo de una dura persecución contra los discípulos y
seguidores de Jesús, pero que en vez de acabar con la llama de la fe, será el
riego fecundo de una tierra que vería crecer con vigor la semilla del Reino de
Dios instaurado por Jesucristo, el Señor.
Desde
aquellos tiempos apostólicos, hasta nuestros días, han transcurrido muchos
siglos, con sus noches oscuras y días de luz para la historia de la Iglesia y
de la humanidad entera. Pero siempre, y a pesar de las dificultades y penurias
por las que nuestra familia eclesial ha podido atravesar, la fe de los
apóstoles, su vida y su obra, son el fundamento y el ejemplo de nuestro
seguimiento actual de Jesucristo.
De
Santiago sabemos muchas cosas conforme a los textos neotestamentarios; era
pescador, el oficio de su familia, de posición acomodada dado que su padre
Zebedeo tenía jornaleros; su recio carácter le hizo merecedor junto a su
hermano Juan, del sobrenombre de “los hijos del trueno” (Boanergers). Como también
hemos escuchado en el evangelio, su madre, Salomé pretendía situar a sus hijos
en los puestos principales en ese reino prometido por Jesús y muy mal entendido
por ella. Lo cual les acarreó las críticas de los otros diez discípulos, más
por envidia que por virtud, ya que todavía no comprendían bien el alcance del
mensaje del Señor.
Y
al margen de las anécdotas, lo fundamental es que era amigo del Señor. Santiago
pertenecía junto a su hermano y Pedro, a ese círculo de los íntimos de Jesús.
Él será testigo privilegiado de los hechos y acontecimientos más importantes en
la vida del Maestro; asiste a la curación de la suegra de Pedro; está presente
en el momento de la transfiguración, en el monte Tabor; es testigo de la
resurrección de la hija de Jairo; y acompañará a Jesús en su agonía, en
Getsemaní.
Pero
Santiago también vivirá de cerca los momentos de amargura, el prendimiento de
Jesús y la huída de todos ellos. Conocerá en su corazón el dolor de haber
abandonado a su amigo y el don de su conversión motor y fuerza de una nueva
vida entregada por completo al servicio del evangelio y a dar testimonio de la
resurrección de su Señor.
La
tradición que vincula a Santiago con nuestra tierra se remonta a los primeros
tiempos de la expansión cristiana por el mundo, hasta hacer de su sepulcro en
la ciudad Compostelana, lugar de
encuentro universal de culturas y razas unidas por una misma fe.
Precisamente
esta devoción popular nos ha situado a nosotros desde antes de la fundación de
nuestra villa de Bilbao allá por el año 1300, en paso obligado a los que desde
la costa peregrinaban a Compostela. Y así de los cimientos de aquella primitiva
iglesia de Santiago, se edificaría la que hoy es nuestra Catedral, colocando el
origen y el final de este largo peregrinar, bajo el patrocinio del mismo
apóstol, quien por petición del Consistorio municipal al Papa Urbano VIII, se convirtió en patrono principal de la Villa
de Bilbao en el año 1643.
Y en un mundo como el nuestro tan
necesitado de referentes que nos ayuden a conducir nuestro destino desde
criterios de amor, de justicia y de paz, damos gracias al Señor por tener a su
santo apóstol como intercesor.
Santiago
experimentó en su corazón una gran transformación que le llevó a cambiar su
existencia de forma radical para configurarse a Jesucristo. Su oficio de
pescador lo cambió por el de misionero y pastor del pueblo a él encomendado. De
aspiraciones y pretensiones de grandeza, pasó a buscar sólo la voluntad de Dios
y ponerla por obra.
De
esta forma el que en la vida buscaba la gloria llegó a alcanzarla aunque por un
sendero bien distinto al soñado en sus años de juventud. Y el poder que en su
momento ambicionó lo transformó en servicio y entrega generosa, en el amor a
Dios y a los hermanos.
Nadie
es tan poderoso como aquel que siendo completamente libre y dueño de su vida,
es capaz de entregarla a los demás movido, únicamente, por la fuerza del amor
en el Espíritu del Señor. Las ambiciones, los honores y el prestigio son
efímeros y muchas veces engañosos, porque nos hacen creernos superiores a los
demás y en el peor de los casos, como nos ha advertido Jesús en el evangelio,
el mal ejercicio de ese poder lleva a algunos a erigirse en tiranos y
opresores. Quienes son portadores del
poder temporal deben ejercerlo con mayores cotas de responsabilidad, servicio y
coherencia, ya que siempre deberán dar cuentas del mismo a su pueblo y a Dios.
Y quienes anhelan servir de este modo a la sociedad, en el presente tan
complejo que nos toca vivir, han de contar no sólo con el apoyo de sus
conciudadanos, sino sobre todo con la fuerza y la sabiduría que proviene del
Señor de la justicia, del amor y de la paz.
En
un tiempo donde los conflictos entre las personas y los pueblos siguen
provocando dolor y angustia a tantos inocentes, se hace muy necesario el
surgimiento de una auténtica vocación de servicio público que lejos de buscar
el propio beneficio, se entregue de manera generosa a la consecución del
bienestar de sus semejantes, siendo especialmente sensibles con los más
indefensos y necesitados. Por eso pedimos con frecuencia por nuestros
gobernantes, para que el Señor les ilumine en su difícil misión de ser quienes
nos conduzcan por el camino del bien.
En esta fiesta nos congregamos no sólo
los fieles cristianos que habitualmente celebramos nuestra fe en el hogar
comunitario de la parroquia; hoy también nos reunimos representantes de
instituciones públicas y privadas, del consistorio y de asociaciones
relacionadas con la devoción a Santiago y su camino compostelano.
Todos compartimos los mismos deseos de
trabajar por una sociedad construida sobre los valores irrenunciables de la
libertad, la justicia y la paz, desde las legítimas y plurales ideas, siempre
que sean cauce de cuidado y respeto a la dignidad de la persona. En esta labor no
sobran brazos, y los cristianos tenemos además una razón de más que brota de
nuestra fe en Jesucristo que nos envía a ser testigos de su amor y de su
esperanza en medio de nuestro mundo.
Todo
ello hoy lo ponemos a los pies del apóstol Santiago para que siga velando por
quienes honramos su memoria con filial devoción. Que nos ayude a fortalecer los
vínculos de hermandad entre todos los pueblos que lo celebran como su patrón,
que nos anime en la construcción de una convivencia en paz y concordia, y que tomando
su vida como ejemplo y estímulo, seamos fieles seguidores de Jesucristo,
nuestro único Señor y Salvador.