Queridos hermanos y hermanas.
1. El tiempo de Adviento nos ha conducido al portal de Belén para que contemplemos un acontecimiento admirable: Dios se ha hecho Niño, tomando nuestra carne, y ha aparecido entre nosotros en extrema humildad y pobreza. De este modo, nos muestra hasta qué punto nos ama. Como afirma San Pablo: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7).
Es en esa humildad y pobreza del pesebre donde aprendemos que el amor consiste en darse, en entregarse. Esta sencillez de Belén contrasta con tantos elementos superfluos con los que hemos ido envolviendo estas fiestas llegando a empañar su sentido más profundo y genuino. Por ello, es necesario despojar esta celebración de adherencias estériles y vivirla en su verdad. Quisiera en estas fiestas dirigir un recuerdo lleno de afecto a los enfermos, a quienes vivís solos, a los que sufrís las consecuencia de la crisis, a quienes buscáis trabajo, a los inmigrantes, a quienes echáis de menos a seres queridos que por cualquier motivo no podrán pasar con vosotros estas fiestas o han partido ya a la casa del Padre. Que la paz de Dios prenda en vuestros corazones y os llene de esperanza.
2. San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cfr. Fil 2, 5). El Señor asume por completo nuestra humanidad pasando por el desposeimiento de sí mismo para darnos su vida. La contemplación del misterio de Navidad nos invita a despojarnos de tantas cosas que condicionan nuestra libertad y a amar, como Jesús, en la entrega y el servicio. Este tiempo recio de crisis ha puesto en evidencia las carencias antropológicas y éticas sobre las que se construyen sistemas económicos y financieros donde no es la persona, sino otros intereses, su centro y fin último. Por eso, la Navidad nos invita a revisar nuestros hábitos personales y familiares de vida. Todos, personas, organizaciones e instituciones, debemos realizar una autocrítica sobre algunos planteamientos y comportamientos que pueden haber alimentado una crisis que previsiblemente nos acompañe durante varios años. La Navidad nos llama a recuperar un modo responsable de consumo, la austeridad siempre exigida al discípulo de Jesús, el poner al Señor y al prójimo en el centro de nuestras ocupaciones. Este tiempo nos debe mover a buscar siempre el bien común, a la creatividad en el desarrollo de economías humanizadas, a un especial cuidado en el cumplimiento de las obligaciones tributarias, a una distribución y uso responsable de las ayudas públicas, a la promoción de nuevos proyectos laborales y empresariales, y a la generosidad ordenada y sostenida en el compartir con los más desfavorecidos, sin olvidar la colaboración y solidaridad con los países empobrecidos. El Evangelio de Jesús es ante todo esperanza para el mundo. Es posible vencer esta crisis cuando ponemos a la persona en el centro de toda actividad humana e iniciamos el camino de la conversión personal y comunitaria. La doctrina social de la Iglesia custodia un rico patrimonio de sabiduría práctica que ofrece valiosas indicaciones para recrear las estructuras conforme a la consecución de una economía al servicio de la
persona y promotora de justicia y solidaridad. Hemos de ponerlas en práctica, concertando esfuerzos y sacrificios por parte de todos y con la ilusión de estar contribuyendo a establecer unas bases económicas y sociales más sólidas, justas y sostenibles para las próximas generaciones.
3. En Navidad acogemos a Jesús, que es nuestra Paz y nos ha convertido a todos en “conciudadanos de los santos y familiares de Dios” (Ef 2,19). Las noticias de estos meses han avivado nuestra esperanza de vivir en paz. La sociedad ha evolucionado mucho en lo referente al rechazo de todo tipo de violencia. Queda un largo camino por recorrer y muchas heridas que necesitan curación. Queremos empeñarnos en la tarea de construir una convivencia arraigada en la verdad, la justicia y el bien, que sea respetuosa con todos, pacífica y fraterna. La conversión personal y comunitaria, que nos reconcilia con Cristo, resulta determinante para fortalecer la comunión eclesial y poder ser fermento de reconciliación en nuestra sociedad. La Víctima que acogemos y ofrecemos en toda celebración eucarística nos capacita para descubrir su presencia en los rostros de quienes han padecido y padecen la herida del terrorismo y la violencia, de la intimidación y la humillación. Es necesario educar a las futuras generaciones en la auténtica libertad, en el amor a la verdad, al bien y a la justicia que son generadoras de la paz verdadera. A este respecto, la familia constituye el ámbito educativo originario que planta los fundamentos decisivos de la cultura de la paz. Durante este tiempo, en las comunidades cristianas de nuestra diócesis se intensifican los encuentros de oración, reflexión y compromiso a favor de la paz. Que el nuevo año, que comienza justamente con la Jornada Mundial de la Paz, sea rico en iniciativas y caminos de reconciliación. Nuestra Paz, que es Cristo, viene a habitar entre nosotros y es un don que podemos acoger cuando nuestro corazón y todos los ámbitos humanos se vuelven a Él y se dejan transformar por Él.
Os deseo una santa y feliz Navidad y un año 2012 lleno de bendiciones. Que en la Nochebuena encontréis en familia un espacio de silencio y oración para que acojáis a Jesús Niño e iniciéis con Él una nueva etapa de vuestra vida llena de amor, esperanza y paz. Con afecto.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa.
Obispo de Bilbao
1. El tiempo de Adviento nos ha conducido al portal de Belén para que contemplemos un acontecimiento admirable: Dios se ha hecho Niño, tomando nuestra carne, y ha aparecido entre nosotros en extrema humildad y pobreza. De este modo, nos muestra hasta qué punto nos ama. Como afirma San Pablo: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7).
Es en esa humildad y pobreza del pesebre donde aprendemos que el amor consiste en darse, en entregarse. Esta sencillez de Belén contrasta con tantos elementos superfluos con los que hemos ido envolviendo estas fiestas llegando a empañar su sentido más profundo y genuino. Por ello, es necesario despojar esta celebración de adherencias estériles y vivirla en su verdad. Quisiera en estas fiestas dirigir un recuerdo lleno de afecto a los enfermos, a quienes vivís solos, a los que sufrís las consecuencia de la crisis, a quienes buscáis trabajo, a los inmigrantes, a quienes echáis de menos a seres queridos que por cualquier motivo no podrán pasar con vosotros estas fiestas o han partido ya a la casa del Padre. Que la paz de Dios prenda en vuestros corazones y os llene de esperanza.
2. San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cfr. Fil 2, 5). El Señor asume por completo nuestra humanidad pasando por el desposeimiento de sí mismo para darnos su vida. La contemplación del misterio de Navidad nos invita a despojarnos de tantas cosas que condicionan nuestra libertad y a amar, como Jesús, en la entrega y el servicio. Este tiempo recio de crisis ha puesto en evidencia las carencias antropológicas y éticas sobre las que se construyen sistemas económicos y financieros donde no es la persona, sino otros intereses, su centro y fin último. Por eso, la Navidad nos invita a revisar nuestros hábitos personales y familiares de vida. Todos, personas, organizaciones e instituciones, debemos realizar una autocrítica sobre algunos planteamientos y comportamientos que pueden haber alimentado una crisis que previsiblemente nos acompañe durante varios años. La Navidad nos llama a recuperar un modo responsable de consumo, la austeridad siempre exigida al discípulo de Jesús, el poner al Señor y al prójimo en el centro de nuestras ocupaciones. Este tiempo nos debe mover a buscar siempre el bien común, a la creatividad en el desarrollo de economías humanizadas, a un especial cuidado en el cumplimiento de las obligaciones tributarias, a una distribución y uso responsable de las ayudas públicas, a la promoción de nuevos proyectos laborales y empresariales, y a la generosidad ordenada y sostenida en el compartir con los más desfavorecidos, sin olvidar la colaboración y solidaridad con los países empobrecidos. El Evangelio de Jesús es ante todo esperanza para el mundo. Es posible vencer esta crisis cuando ponemos a la persona en el centro de toda actividad humana e iniciamos el camino de la conversión personal y comunitaria. La doctrina social de la Iglesia custodia un rico patrimonio de sabiduría práctica que ofrece valiosas indicaciones para recrear las estructuras conforme a la consecución de una economía al servicio de la
persona y promotora de justicia y solidaridad. Hemos de ponerlas en práctica, concertando esfuerzos y sacrificios por parte de todos y con la ilusión de estar contribuyendo a establecer unas bases económicas y sociales más sólidas, justas y sostenibles para las próximas generaciones.
3. En Navidad acogemos a Jesús, que es nuestra Paz y nos ha convertido a todos en “conciudadanos de los santos y familiares de Dios” (Ef 2,19). Las noticias de estos meses han avivado nuestra esperanza de vivir en paz. La sociedad ha evolucionado mucho en lo referente al rechazo de todo tipo de violencia. Queda un largo camino por recorrer y muchas heridas que necesitan curación. Queremos empeñarnos en la tarea de construir una convivencia arraigada en la verdad, la justicia y el bien, que sea respetuosa con todos, pacífica y fraterna. La conversión personal y comunitaria, que nos reconcilia con Cristo, resulta determinante para fortalecer la comunión eclesial y poder ser fermento de reconciliación en nuestra sociedad. La Víctima que acogemos y ofrecemos en toda celebración eucarística nos capacita para descubrir su presencia en los rostros de quienes han padecido y padecen la herida del terrorismo y la violencia, de la intimidación y la humillación. Es necesario educar a las futuras generaciones en la auténtica libertad, en el amor a la verdad, al bien y a la justicia que son generadoras de la paz verdadera. A este respecto, la familia constituye el ámbito educativo originario que planta los fundamentos decisivos de la cultura de la paz. Durante este tiempo, en las comunidades cristianas de nuestra diócesis se intensifican los encuentros de oración, reflexión y compromiso a favor de la paz. Que el nuevo año, que comienza justamente con la Jornada Mundial de la Paz, sea rico en iniciativas y caminos de reconciliación. Nuestra Paz, que es Cristo, viene a habitar entre nosotros y es un don que podemos acoger cuando nuestro corazón y todos los ámbitos humanos se vuelven a Él y se dejan transformar por Él.
Os deseo una santa y feliz Navidad y un año 2012 lleno de bendiciones. Que en la Nochebuena encontréis en familia un espacio de silencio y oración para que acojáis a Jesús Niño e iniciéis con Él una nueva etapa de vuestra vida llena de amor, esperanza y paz. Con afecto.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa.
Obispo de Bilbao