Un gesto de amor.
La renuncia del Santo Padre Benedicto XVI, ha conmocionado
al mundo entero. Las noticias volaban en la mañana del lunes, dejando atónitos
a fieles y ajenos a la vida de la Iglesia. Y es que como todos los medios han
divulgado, hacía más de 600 años que un hecho así no ocurría. Aunque creo que
lo extraordinario de la noticia no es su escasa repetición en la historia, sino
el valor en sí mismo que tiene para nuestro presente.
El Ministerio Petrino, no es cualquier servicio. En sí mismo
es una vocación única e irrepetible, ya que el Señor Jesucristo, llama personalmente
a un miembro del Colegio Apostólico para que asuma la responsabilidad de
sostener en la fe y en la caridad al resto de sus hermanos, siendo principio de
comunión universal.
Cada momento de la historia ha tenido diversos Papas, y en
ellos también se han podido ver las debilidades humanas, incluso sus pecados.
Sin embargo, esa Nave eclesial, siempre ha tenido el mismo dueño y Armador,
Nuestro Señor Jesucristo. Por eso podemos decir con verdad, que nunca se ha
quedado huérfana, y que jamás le ha faltado la asistencia del Espíritu Santo,
ya que el mismo Señor prometió su permanencia en ella hasta el fin del mundo
(Cfr. Mt 28, 21)
Sin embargo ahora nos toca recibir y analizar desde el
afecto creyente, la renuncia de Benedicto XVI. Él mismo ha manifestado lo que
le ha costado, y cómo en conciencia y ante Dios, ha llegado a la firme
conclusión de que eso es lo que debe hacer
por amor a Dios y a su Iglesia. Es por lo tanto un gesto elocuente de amor
perfecto, reconocimiento humilde de su propia realidad; mirar con verdad sus
fuerzas y la ingente tarea que tiene por delante, para concluir, que el mejor
servicio que puede realizar es dejar que otro le suceda en la Silla de Pedro.
La coherencia y libertad del Papa, son un ejemplo elocuente
de lo que supone vivir para Dios, sin importar las voces o los intereses que
desean hacerse paso en un mundo y una Iglesia en ocasiones condicionados.
Lo primero no es el Papa, sino el Ministerio de Pedro. No es
tan importante la persona como la misión, y no olvidemos que tratándose de
favorecer la emergencia del Reino de Dios, sólo una persona está
ontológicamente vinculada a ese Reino, el Señor Jesucristo. Todos los demás
somos siervos inútiles, aunque necesarios, porque así lo ha querido Jesús al
contar con nosotros en esta historia de salvación.
Se abren nuevos tiempos para la Iglesia. Otro hombre, también
consciente de sus limitaciones, asumirá la pesada carga de aferrarse al timón
de la Iglesia para conducirla en los próximos años. Será el 266 sucesor de S. Pedro, y contará como sus
antecesores con la oración, el afecto y la obediencia de todo el orbe católico.
Cuando en la Loggia de S. Pedro se pronuncie el nombre del elegido,
estallaremos de júbilo porque Habemus Papam, y sentiremos que la oración del
pueblo de Dios ha sido nueva y generosamente escuchada por el Señor.
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