lunes, 22 de enero de 2018

DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO



DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

28-01-2018 (Ciclo B)

       “Este enseñar con autoridad es nuevo”. En esta frase se expresa el sentir de quienes acogen la Palabra de Dios con un corazón abierto y confiado. Jesús va despertando entre las gentes algo más que la admiración o el asombro. Va calando en lo profundo de sus corazones por la unidad existente entre su vida y su palabra, entre lo que dice y lo que hace.

       Ya en el antiguo testamento se nos muestra esta necesaria coherencia entre la palabra que en nombre de Dios se pronuncia y la vida de quien la transmite. “Suscitaré un profeta de entre tus hermanos, pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande”. Dios ha puesto en nuestras manos una misión extraordinaria, una tarea apasionante: transmitir con fidelidad y valor su palabra salvadora. No somos dueños de ella ni podemos subordinarla a nuestros intereses. De ahí que la severa advertencia resulte amenazante para el profeta infiel que manipula, utiliza o profana la palabra de Dios, “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte”.

       Dios es celoso de su palabra y no puede consentir que en su nombre se pervierta la justicia y la verdad. Dios jamás bendice ni ampara la injusticia que tanto dolor provoca y se rebela contra quienes en su nombre oprimen, esclavizan o causan sufrimiento a los demás.

       Esa fidelidad absoluta a la palabra de Dios es la narrada en el evangelio de hoy. Jesús manifiesta la plena unidad entre la palabra y el obrar de Dios, entre lo que Dios anuncia y su acción salvadora. Es a la luz de esta vida de Jesús donde nosotros hemos de asentar nuestro testimonio evangelizador.

       La palabra de Dios transmitida con fidelidad siempre será una palabra consoladora, una palabra de esperanza, de sosiego y de paz. Una palabra que denuncia la injusticia y la muerte, la violencia y el egoísmo, el sufrimiento que unos infringen a otros.

       La palabra de Dios es liberadora de toda opresión, y así el evangelista nos narra cómo Jesús devuelve la vida a quien la tenía arrebatada, liberándolo de las ataduras del maligno.

El personaje del endemoniado que de tantas maneras aparece en el evangelio como un claro caso de marginación social y denigración personal, no sólo está sometido a la imposición de un ser opresor, se encuentra bajo el dominio de su voluntad perdiendo cualquier capacidad de decisión sobre sí mismo y obrando bajo la influencia del pecado y el mal.

La sanación que Jesús ofrece abarca a toda la persona. Sus gestos de acogida y misericordia, nos muestran ante todo el gran amor que Dios nos tiene y que en medio de nuestras limitaciones no nos abandona y nos sigue llamando a una vida digna y dichosa. Para ello el primer gesto que realiza es liberar al hombre de su opresor, imponiendo el silencio a quien usa la palabra para engañar y someter; “cállate y sal de él”.

Cuando la mentira y la falsedad se abren camino en medio de nuestro mundo, y pretenden ocupar el lugar de los valores fundamentales que conducen nuestra vida, entramos en una pendiente que nos va hundiendo como personas y como sociedad. Las palabras que en otro tiempo tenían claros significados y nos ayudaban a configurar un estilo de convivencia, ahora se desvirtúan y relativizan.

Conceptos tan esenciales como la familia, el matrimonio, la concepción de la vida, la violencia y el terrorismo, la solidaridad en tiempos de crisis, todos ellos tan de actualidad, o son contemplados e interiorizados a la luz del evangelio de Jesucristo, o serán manipulados conforme  a los intereses de las ideologías dominantes. De manera que lo que ayer tenía un valor absoluto hoy se pueda relativizar o suprimir si con ello se recaudan los votos necesarios.

Jesús nos muestra un camino nuevo basado en el amor de Dios, pero a la vez construido sobre las bases de la fidelidad y la entrega personal para mantener siempre viva la dignidad inalienable de la persona creada a su imagen y semejanza.

Dios nos avala con su autoridad cada vez que nos entregamos al servicio de los demás transmitiendo con nuestra palabra y testimonio la verdad de la fe que profesamos. Y aunque sintamos la incomprensión o el rechazo de quienes desean imponer su propia amoralidad, el Espíritu del Señor nos anima y sostiene para que compartiendo el don de la unidad seamos fieles testigos del evangelio en medio del mundo.

Somos portadores de una palabra de vida y de esperanza, y con esa convicción debemos ofrecerla a nuestros hermanos “a tiempo y a destiempo”. Eso sí con la sencillez y el respeto de quienes saben que sólo tenemos capacidad para proponer y no para imponer. Los medios por los cuales hemos de anunciar el evangelio jamás pueden desdecirse de su contenido esencial, que son la fe, la esperanza y el amor.

Hoy recibimos del Señor una llamada a la fidelidad. La Palabra de Dios no puede subordinarse a nuestros intereses. Y en nuestros días podemos caer en el riesgo de querer reinterpretar el evangelio para adaptarlo a la conveniencia del oyente moderno, lo cual puede llevarnos a ofrecer una palabra agradable al oído autocomplaciente de nuestra sociedad de bienestar, pero que nada tiene que ver con el Evangelio de Cristo. El único modo de evitar este riesgo, y la garantía de autenticidad a la que todos tenemos derecho está en la comunión eclesial, que animada por el amor, la comprensión y la búsqueda fiel de la voluntad del Señor, se nos transmite por medio de nuestros pastores, sucesores de los apóstoles del Señor.

Pidamos en esta eucaristía el don del Espíritu Santo. Que Él nos ayude a vivir la fe de tal manera, que demos testimonio auténtico de Jesucristo, y transmitiendo con generosidad su evangelio, pueda ser reconocido por todos como su único Señor y salvador.

viernes, 19 de enero de 2018

DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO - ORACIÓN POR LA UNIDAD



DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO

21-1-18 (Ciclo B – JORNADA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS)



       Como hemos escuchado desde el comienzo de la eucaristía, celebramos hoy la Jornada de oración por la Unidad de los Cristianos, con el lema “Para que todos sean uno”. La unidad es un don que se experimenta y desarrolla a la luz de la Palabra de Dios cuando se escucha y se vive de verdad. 

       Las lecturas de hoy nos dejan tres invitaciones importantes; conversión, disponibilidad y seguimiento de Jesús.

       La conversión, se nos presenta en la primera lectura, como una llamada del mismo Dios. El estilo de vida llevado por el pueblo de Nínive, donde la injusticia y las ambiciones personales hacen imposible la convivencia,  son un desafío para Dios. En ese lenguaje bíblico  entablado entre Dios y Jonás, el profeta entiende la importancia de su misión. Ha sido elegido para ayudar a sus hermanos a caer en la cuenta del abismo al que se acercan, Dios no quiere la destrucción de sus hijos, ni puede abandonarlos a su suerte, pero si no toman otro camino su forma de vida les llevará a la ruina.



       La palabra de Dios es escuchada y se inicia una transformación en todo el pueblo, de manera que vuelve la esperanza. Cuando nuestra forma de vida nos va llevando a la amargura y al individualismo, y somos capaces de aceptar la ayuda de otros para salir de ese bache, se contempla la vida con otro optimismo e ilusión.



       La conversión deja paso a la disponibilidad, segunda invitación de hoy. San Pablo entiende que el momento que están viviendo es apremiante. Los creyentes vivimos en este mundo pero sabemos que no es nuestro destino definitivo. Por esa razón no debemos absolutizar las cosas materiales o los proyectos personales. Sólo hay un absoluto que es Dios,  todo lo demás está subordinado a él.

De esta convicción nace la auténtica libertad porque no nos sometemos a nada ni a nadie.

       La disponibilidad del cristiano, de cada uno de nosotros, nos ha de llevar a la tercera invitación, el seguimiento de Jesús.



       Al comienzo de su vida adulta, Jesús comprende que el anuncio de la Buena noticia del Reinado de Dios, no va a terminar con su persona. Aquellos que la escuchen y la acojan con entusiasmo serán los futuros evangelizadores. Pero previamente es necesario crear un grupo unido, fraterno, en plena comunión con él, y que comience a vivir y experimentar una realidad humana nueva, basada en el amor, la comprensión, la misericordia y la libertad de los hijos de Dios. Así llama a estos cuatro primeros discípulos, Pedro, Andrés, Santiago y Juan.

       Y los llama para una tarea concreta, ser “pescadores de hombres”. Una pesca que no se realiza con las redes que apresan por la fuerza, sino con otros medios muy distintos, el respeto, la paciencia y sobre todo el propio testimonio de sus vidas.



       Los discípulos de Jesús van a iniciar un largo proceso de crecimiento en la fe y en la esperanza hasta llegar a confesarle como el Señor, y asumir su mensaje como el proyecto de sus vidas.



       En este encuentro personal de Cristo con aquellos hombres, da comienzo la comunidad cristiana, la Iglesia como familia humana bendecida y acompañada siempre por su Señor, que no la abandona ni se desentiende de ella a pesar de las muchas dificultades que atraviese en cada momento de su historia. Y de aquellos primeros discípulos somos nosotros sus herederos. Los pastores y los fieles.

       Todos somos llamados al seguimiento de Jesús, cada uno con una tarea distinta pero todos unidos para un mismo fin, transformar este mundo nuestro en el Reino anunciado y ya instaurado por el mismo Jesucristo. Desde la infancia hasta la madurez, todos somos misioneros en una misma comunión eclesial.



       Y es muy importante que cada uno entienda cual es su misión, y a quién debe permanecer siempre unido desde los vínculos de la fraternidad y la comunión. Especialmente en nuestros días, donde el riesgo de subordinar la fe a otros intereses es tan grande.



       Cada uno tiene sus ideas sociales y políticas, somos hijos de un tiempo y de unas circunstancias que nos han configurado de una manera determinada. Los seglares tenéis el derecho, y en ocasiones el deber, de asumir responsabilidades en la vida pública a través del ejercicio político, pero éste, como todas las facetas de nuestra existencia, ha de ser iluminado por los valores del evangelio y las concreciones éticas que de él se puedan derivar.



       Hoy, al sentirnos llamados por el Señor para la misión evangelizadora, vamos a pedir que nos ayude a ser fieles a su voluntad. Que todos fomentemos la unidad de los cristianos porque de ella dependerá la autenticidad de nuestro mensaje y el ejemplo de vida que dejemos a los más pequeños. En esta jornada miramos también con afecto a las demás confesiones cristianas, y pedimos al Señor que nos ayude a tender puentes de encuentro, de manera que unidos en la caridad también podamos vivir un día la plena comunión deseada por Cristo y animada por su Espíritu Santo. Se lo pedimos por intercesión de S. Pablo, por cuya conversión se sirvió el Señor, para anunciar la Buena nueva del Evangelio a los gentiles, y realizar la unión entre todos los pueblos de la tierra en una misma fe y un mismo amor. Que así sea.


viernes, 12 de enero de 2018

DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO



DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

14-1-2018 (Ciclo  B)

       Inmersos ya en el tiempo ordinario, tras las fiestas navideñas, la Palabra de Dios nos muestra la vida adulta del Señor y su misión al servicio del Reino de Dios. Para lo cual va a ir llamando de forma distinta, pero siempre cercana y personal a sus primeros discípulos.

       Desde la Palabra que hemos escuchado varias son las llamadas que recibimos. La primera de ellas parte del mismo Dios, quien se acerca a nuestro lado con respeto y delicadeza, esperando que lo acojamos con entera disponibilidad.

Samuel, uno de los grandes profetas del Antiguo testamento puede representar a tantas personas en búsqueda de Dios y que necesitan de alguien que les ayude a discernir dónde está realmente el Señor. Cada uno de nosotros, en distintos momentos de nuestra vida podemos sentir alguna llamada y creer que Dios nos habla en lo más íntimo de nuestro ser; pero necesitamos de personas que nos acompañen a discernir lo que nuestro corazón y mente van sintiendo, personas honestas y autorizadas, verdaderos guías del espíritu, que nos ayuden a reconocer a Dios a nuestro lado, a saber escuchar su voz, e interiorizar su palabra para acoger su voluntad. Toda nuestra espiritualidad va a depender de ello, y en la medida en la que me sienta acompañado por Dios y así lo celebre con el resto de los hermanos creyentes, mi fe se verá reforzada.

       Dios ha querido entrar en diálogo con el ser humano, y ese momento encuentra su realización plena en la vida de Jesús, el Hijo amado del Padre. Él nos llama a cada uno de nosotros como lo hizo con aquellos discípulos suyos. Y al igual que ellos, también nosotros necesitamos saber dónde está él, “¿Señor, dónde vives?”. Pregunta que se hace más urgente en los momentos de oscuridad o de cansancio espiritual por el que tantas veces podemos pasar en la vida.

       La respuesta de Jesús es una invitación a seguirle y conocerle personalmente: “venid y lo veréis”. En ese seguimiento vamos descubriendo la entrañable persona de Jesús. Un hombre capaz de implicarse en la vida de los demás compadeciéndose de los que sufren, comprensivo con los débiles, que no rechaza a los excluidos sino que come con ellos. Un Jesús que sana el corazón abatido por la vida y que ama a todos sin distinción mostrando el camino de la entrega, el perdón y la reconciliación como garantía de encuentro con Dios y recuperación de nuestra más auténtica humanidad.

Pero hay algo mucho más impresionante. En el  seguimiento de Jesús los discípulos van descubriendo el rostro de ese Dios al que él llama Padre. Es un Dios misericordioso y compasivo, pero que se revela ante la injusticia y cualquier clase de opresión, máxime cuando se comete contra los más indefensos. El Dios de Jesús no se desentiende del mundo, no puede abandonar la obra de su amor, y por ese mismo amor creador se ha encarnado en él. Ese es el gran descubrimiento que transforma por entero nuestra existencia, no el haber encontrado sólo a un hombre extraordinario, sino sobre todo haber encontrado a Dios hecho hombre en la persona de Jesucristo nuestro Señor y Salvador.

Desde esta experiencia fundamental escuchamos una vez más una carta apostólica de San Pablo. Pablo que vivió esa experiencia de encuentro con Jesucristo sintió la transformación de su existencia, de modo que todo su ser y la comprensión de la realidad que le rodeaba quedarán traspasados por la fe en el Señor. Así afronta en esta carta que hemos escuchado un tema de permanente actualidad, y con el valor de quien se sabe asistido por el Espíritu de Dios realiza una seria llamada a la renovación de las relaciones interpersonales más íntimas y que han de estar orientadas a la mutua donación de los esposos desde el amor sincero, respetuoso y libre, propio del matrimonio entre el hombre y la mujer.

Si miramos cómo está siendo tratado este tema en nuestros días, podemos darnos cuenta de que se siguen cometiendo abusos que lejos de humanizarnos nos envilecen. La sexualidad se ha banalizado tanto que se quiere mostrar como algo normal lo que en el fondo a todos nos abochorna y escandaliza.

Matrimonios rotos por la infidelidad de los esposos. Mujeres inmigrantes explotadas y oprimidas sacadas de sus países bajo engaño de trabajo digno y que al llegar aquí se ven condenadas a la prostitución. El comercio de la pornografía infantil que destruye la infancia y marca para siempre la vida de niños y niñas por dar enormes beneficios a sujetos aparentemente respetables, pero carentes de escrúpulos. La frivolidad del modo de vida de algunos famosos que airean su vida más íntima buscando la fama a cambio de su propia dignidad.

       Todo esto va configurando un modelo de sociedad donde se pierden los valores más elementales, de respeto a uno mismo y a los demás cambiándolos por el hedonismo egoísta e irresponsable.

       Ante esta situación, la voz de la Iglesia ha de anunciar el evangelio de la vida, desde el amor a Cristo y a los hombres. Y al igual que S. Pablo también nosotros debemos ofrecer una palabra acorde a la moral cristiana, que ilumine toda nuestra vida así como las relaciones que establezcamos con los demás, desde la verdad y la fidelidad para con los fundamentos de nuestra fe.

Un cristiano no puede llevar una vida disoluta e inmoral, tan semejante a los modelos del ambiente que en nada se diferencie de los demás. Porque para eso qué tiene de especial su supuesta fe. Nada.

San Pablo nos enseña cómo ha de ser Cristo quien viva en nosotros, abriendo nuestra vida a su amor y misericordia para dejarnos transformar por él y favorecer que emerja el hombre nuevo al que estamos llamados a convertirnos por su gracia.

La vida cristiana debe iluminar con su autenticidad la totalidad de  nuestras relaciones, y por la forma de vivir la vocación matrimonial se ha de transparentar el amor puro y verdadero del Señor, que en la fidelidad de los esposos expresa su permanencia y cercanía.

En la escuela del hogar, los niños y los jóvenes se abren a la vida, a sus posibilidades futuras y al modo como orientar su existencia desde el modelo integrado desde pequeños por el amor recibido. Crecer en un entorno familiar sano y equilibrado, donde los roles de la maternidad y paternidad están claramente definidos y asumidos, experimentando que el amor, el respeto y la fidelidad de sus progenitores son valores que asientan y fundamentan la felicidad del núcleo familiar, es la mejor garantía para un desarrollo adecuado de sus personas.

Todos necesitamos de acompañantes que nos ayuden a madurar en la vida, personas que desde la cercanía, el amor, el respeto y la comprensión nos acerquen a Jesús nuestro maestro. Él nos habla al corazón e ilumina nuestra vida con su amor, para que vivamos la dignidad de los hijos de Dios.



Que el Señor nos ayude para vivir con madurez nuestra experiencia cristiana, desde la coherencia y la fidelidad con el evangelio que anunciamos.