DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
14-1-2018 (Ciclo
B)
Inmersos ya en el tiempo ordinario, tras
las fiestas navideñas, la Palabra de Dios nos muestra la vida adulta del Señor
y su misión al servicio del Reino de Dios. Para lo cual va a ir llamando de
forma distinta, pero siempre cercana y personal a sus primeros discípulos.
Desde la Palabra que hemos escuchado
varias son las llamadas que recibimos. La primera de ellas parte del mismo
Dios, quien se acerca a nuestro lado con respeto y delicadeza, esperando que lo
acojamos con entera disponibilidad.
Samuel, uno de los
grandes profetas del Antiguo testamento puede representar a tantas personas en
búsqueda de Dios y que necesitan de alguien que les ayude a discernir dónde
está realmente el Señor. Cada uno de nosotros, en distintos momentos de nuestra
vida podemos sentir alguna llamada y creer que Dios nos habla en lo más íntimo
de nuestro ser; pero necesitamos de personas que nos acompañen a discernir lo
que nuestro corazón y mente van sintiendo, personas honestas y autorizadas,
verdaderos guías del espíritu, que nos ayuden a reconocer a Dios a nuestro
lado, a saber escuchar su voz, e interiorizar su palabra para acoger su
voluntad. Toda nuestra espiritualidad va a depender de ello, y en la medida en
la que me sienta acompañado por Dios y así lo celebre con el resto de los
hermanos creyentes, mi fe se verá reforzada.
Dios ha querido entrar en diálogo con el
ser humano, y ese momento encuentra su realización plena en la vida de Jesús,
el Hijo amado del Padre. Él nos llama a cada uno de nosotros como lo hizo con
aquellos discípulos suyos. Y al igual que ellos, también nosotros necesitamos
saber dónde está él, “¿Señor, dónde vives?”. Pregunta que se hace más urgente
en los momentos de oscuridad o de cansancio espiritual por el que tantas veces
podemos pasar en la vida.
La respuesta de Jesús es una invitación a
seguirle y conocerle personalmente: “venid y lo veréis”. En ese seguimiento
vamos descubriendo la entrañable persona de Jesús. Un hombre capaz de
implicarse en la vida de los demás compadeciéndose de los que sufren,
comprensivo con los débiles, que no rechaza a los excluidos sino que come con
ellos. Un Jesús que sana el corazón abatido por la vida y que ama a todos sin
distinción mostrando el camino de la entrega, el perdón y la reconciliación
como garantía de encuentro con Dios y recuperación de nuestra más auténtica
humanidad.
Pero hay algo mucho
más impresionante. En el seguimiento de
Jesús los discípulos van descubriendo el rostro de ese Dios al que él llama
Padre. Es un Dios misericordioso y compasivo, pero que se revela ante la
injusticia y cualquier clase de opresión, máxime cuando se comete contra los
más indefensos. El Dios de Jesús no se desentiende del mundo, no puede abandonar
la obra de su amor, y por ese mismo amor creador se ha encarnado en él. Ese es
el gran descubrimiento que transforma por entero nuestra existencia, no el
haber encontrado sólo a un hombre extraordinario, sino sobre todo haber
encontrado a Dios hecho hombre en la persona de Jesucristo nuestro Señor y
Salvador.
Desde esta
experiencia fundamental escuchamos una vez más una carta apostólica de San
Pablo. Pablo que vivió esa experiencia de encuentro con Jesucristo sintió la
transformación de su existencia, de modo que todo su ser y la comprensión de la
realidad que le rodeaba quedarán traspasados por la fe en el Señor. Así afronta
en esta carta que hemos escuchado un tema de permanente actualidad, y con el
valor de quien se sabe asistido por el Espíritu de Dios realiza una seria
llamada a la renovación de las relaciones interpersonales más íntimas y que han
de estar orientadas a la mutua donación de los esposos desde el amor sincero,
respetuoso y libre, propio del matrimonio entre el hombre y la mujer.
Si miramos cómo está
siendo tratado este tema en nuestros días, podemos darnos cuenta de que se
siguen cometiendo abusos que lejos de humanizarnos nos envilecen. La sexualidad
se ha banalizado tanto que se quiere mostrar como algo normal lo que en el
fondo a todos nos abochorna y escandaliza.
Matrimonios rotos por
la infidelidad de los esposos. Mujeres inmigrantes explotadas y oprimidas
sacadas de sus países bajo engaño de trabajo digno y que al llegar aquí se ven
condenadas a la prostitución. El comercio de la pornografía infantil que
destruye la infancia y marca para siempre la vida de niños y niñas por dar
enormes beneficios a sujetos aparentemente respetables, pero carentes de
escrúpulos. La frivolidad del modo de vida de algunos famosos que airean su
vida más íntima buscando la fama a cambio de su propia dignidad.
Todo esto va configurando un modelo de
sociedad donde se pierden los valores más elementales, de respeto a uno mismo y
a los demás cambiándolos por el hedonismo egoísta e irresponsable.
Ante esta situación, la voz de la Iglesia
ha de anunciar el evangelio de la vida, desde el amor a Cristo y a los hombres.
Y al igual que S. Pablo también nosotros debemos ofrecer una palabra acorde a
la moral cristiana, que ilumine toda nuestra vida así como las relaciones que
establezcamos con los demás, desde la verdad y la fidelidad para con los
fundamentos de nuestra fe.
Un cristiano no puede
llevar una vida disoluta e inmoral, tan semejante a los modelos del ambiente
que en nada se diferencie de los demás. Porque para eso qué tiene de especial
su supuesta fe. Nada.
San Pablo nos enseña
cómo ha de ser Cristo quien viva en nosotros, abriendo nuestra vida a su amor y
misericordia para dejarnos transformar por él y favorecer que emerja el hombre
nuevo al que estamos llamados a convertirnos por su gracia.
La vida cristiana
debe iluminar con su autenticidad la totalidad de nuestras relaciones, y por la forma de vivir
la vocación matrimonial se ha de transparentar el amor puro y verdadero del
Señor, que en la fidelidad de los esposos expresa su permanencia y cercanía.
En la escuela del
hogar, los niños y los jóvenes se abren a la vida, a sus posibilidades futuras
y al modo como orientar su existencia desde el modelo integrado desde pequeños
por el amor recibido. Crecer en un entorno familiar sano y equilibrado, donde
los roles de la maternidad y paternidad están claramente definidos y asumidos,
experimentando que el amor, el respeto y la fidelidad de sus progenitores son
valores que asientan y fundamentan la felicidad del núcleo familiar, es la
mejor garantía para un desarrollo adecuado de sus personas.
Todos necesitamos de acompañantes que nos ayuden a madurar en la vida,
personas que desde la cercanía, el amor, el respeto y la comprensión nos
acerquen a Jesús nuestro maestro. Él nos habla al corazón e ilumina nuestra
vida con su amor, para que vivamos la dignidad de los hijos de Dios.
Que el Señor nos ayude para vivir con madurez nuestra experiencia
cristiana, desde la coherencia y la fidelidad con el evangelio que anunciamos.
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