FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
2-2-25 (Ciclo C)
Celebramos hoy la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, y
en ella la Jornada de la Vida Consagrada.
José y María van a cumplir con lo establecido en la Ley de Moisés, y así
a los ocho días de su nacimiento, Jesús es presentado en el Templo al Señor,
ofreciendo para ello dos tórtolas.
Es la ofrenda de la acción de gracias a Dios por el hijo que ha nacido,
y es la ofrenda de los pobres, ya que las familias más pudientes entregaban
podían ser más generosas.
Pero en este gesto sencillo y habitual, ocurren otros hechos que lo
hacen excepcional. Un anciano que “aguardaba el consuelo de Israel”, es
empujado por el Espíritu Santo a acercarse a ese niño insignificante, y se
produce la primera revelación de su identidad. Es aquel de quien ya ha hablado
el profeta Malaquías y que anunciaba que iba a “entrar en el Santuario, el
Señor a quien vosotros esperáis”.
Simeón siente su vida colmada, y en sus días finales, vive con gozo el
cumplimiento de la promesa de Dios que acaba de visitar a su pueblo de manera
definitiva, por eso el anciano ora agradecido sabiendo que ya el Señor “puede
dejar a su siervo irse en paz, porque sus ojos han visto a su Salvador, a quien
ha presentado ante todos los pueblos”.
Junto a esta acción de gracias, Simeón profetiza el destino de este
niño, que será “bandera discutida” y que pondrá al descubierto las intenciones
de los corazones, haciendo que muchos caigan y se levanten.
Acoger al Señor supone la conversión total de nuestras vidas, las cuales han de pasar por una radical transformación que sólo será posible experimentarla desde la confianza y el abandono en su amor.
Y los gozos de este momento en el que unos padres presentan a su hijo,
son también teñidos por la sombra del dolor futuro; “a ti una espada te
traspasará el alma”, le dice a la madre en medio de su alegría.
Poco sospecharía María el alcance de estas palabras, las cuales sólo comprendería al vivirlas a los pies de su hijo en la cruz.
Los dos ancianos, Simeón y Ana,
representan a la humanidad anhelante que espera confiada la intervención de
Dios en la historia. Es el cumplimiento de la promesa del Señor, que se realiza
para siempre en la persona del Hijo y que por él la humanidad entera es reconciliada
en el amor.
Ahora es el momento de que pasemos de los anhelos a las concreciones,
de las esperanzas a los compromisos, de los sueños, al ejercicio de la
responsabilidad en el seguimiento fiel del Señor. Y ello conlleva asumir la
vocación a la que Dios nos llama de manera que seamos con nuestra vida testigos
de la Buena Noticia de su reinado.
En este día, la Iglesia celebra la Jornada de la Vida de especial
consagración. Toda vida es consagrada al Señor, y este rito de las candelas, es
lo que significa, que somos propiedad de Dios y que nuestra vida ha sido
entregada a aquel de quien la hemos recibido, para que sea Él quien la bendiga
y consagre.
Pero junto a esta celebración comunitaria, está la especial gratitud de
la comunidad cristiana por el don de la vida religiosa. Hombres y mujeres, que
por la acción del Espíritu Santo, entregan sus vidas al Señor, para vivirlas en
torno a un carisma concreto que el mismo Espíritu ha suscitado en su Iglesia.
Carismas que son dones, regalos de Dios, de manera que desarrollados en la
comunión eclesial, y mediante la opción por la fraternidad vivida en castidad,
pobreza y obediencia, promueven el anuncio del Evangelio de Cristo a todas las
gentes y pueblos de la tierra.
La vida religiosa es la riqueza de la comunidad cristiana, que por
medio de la vocación de sus hijos e hijas, extiende la mano generosa de Dios,
en la sencillez de la multitud de manos humanas serviciales y entregadas.
La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, no ha cesado de responder
en cada momento de la historia a las necesidades de las personas de cada tiempo
y circunstancia.
Multitud de órdenes e institutos religiosos, de vida activa y
comprometida, han desarrollado el mandato del Señor de anunciar el Evangelio
hasta los confines de la tierra.
Un anuncio que se ha concretado de manera especial compartiendo la vida
de los más necesitados y en los espacios sociales más deprimidos.
Multitud de religiosos y religiosas dedicados al servicio pastoral, a
la educación de niños y jóvenes, a los enfermos y marginados, a los pobres y
desheredados. Congregaciones cuya vida de acción se sustenta en la
contemplación y oración, de la cual nutre su alma para entregarse de manera
total y servicial a los hermanos.
La vida religiosa vive ya en este mundo la novedad del Reino de Dios,
haciendo de sus comunidades concretas, espacios para la fraternidad auténtica,
desde la sencillez y el respeto, creando lugares de auténtica libertad en la
comunión y de rica pluralidad en la común misión.
Las comunidades religiosas nos enseñan que Dios regala una inmensa
familia a quienes en su opción personal han renunciado a crear una propia, que
da una gran riqueza por la libertad que supone el desprendimiento de quien
abraza la pobreza, de que nadie es más dueño de sí mismo que quien entrega
voluntariamente la capacidad de sus decisiones al acoger la voluntad de Dios
mediante la obediencia confiada.
La vida religiosa es en nuestros días un semillero de auténtica
humanidad, donde con sencillez y alegría se viven los valores del Evangelio de
manera que cada día vayan configurándose con Jesucristo casto, pobre y
obediente.
Hoy la Iglesia agradece al Señor este don inmenso de la vida religiosa,
sin la cual sería impensable el desarrollo de la misión confiada a ella por el
Señor Jesús. Todos los carismas y ministerios, todas las vocaciones y estados
de vida en la Iglesia, tienen una común convergencia, vivir con entusiasmo,
fidelidad y entrega, la alegría del evangelio de Jesucristo. Todos estamos en
la misma barca y con una común tarea; compartirla de manera consciente y
agradecida, valorando a cada uno de nuestros hermanos y hermanas, nos ayuda a
todos a agradecer el tesoro que hemos heredado de aquellos que nos precedieron
y cuyo testimonio y entrega hoy agradecemos.
Pedimos al Señor que siga suscitando en su Iglesia muchas vocaciones a
la vida religiosa y sacerdotal, para que sean en medio del mundo testigos y
animadores de las distintas comunidades cristianas, para que la gran familia de
los hijos e hijas de Dios, que es la Iglesia, desarrolle con amor y entrega la
tarea que el Señor la ha confiado.
Que María, la mujer que aceptó siempre la voluntad del Señor, incluso
cuando la espada del dolor atravesaba su alma, siga acompañando y protegiendo a
quienes con semejante entrega desean escuchar la llamada de Dios en su vida.
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