DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO
20-10-12 (Ciclo B – DOMUND)
“El Hijo del Hombre ha venido para servir, y
dar su vida en rescate por todos”. Con esta frase entresacada del Evangelio que
acabamos de escuchar, quiero centrar nuestra atención para acoger la Palabra de
Dios y así vivir este Día del Señor. Día en el que la Iglesia nos muestra su
dimensión universal y misionera en el Domingo Mundial de la Propagación de la
fe, el Domund.
El seguimiento de Jesucristo es una opción
personal que aún vivida con entusiasmo y generosidad, no está exenta de serias
dificultades. Aquellos discípulos de Jesús estaban entusiasmados con su
Maestro. Lo seguían con sinceridad, le querían de verdad y acogían su palabra
con un corazón abierto e ilusionado.
Pero por muy dispuestas que estaban sus
almas para recibir la Buena Noticia del Evangelio, y por grande que fuera su
voluntad a la hora de ponerlo en práctica en sus vidas, eran hijos de su tiempo
y como todos tenían sus limitaciones. Una de las mayores y que a todos nos afecta
siempre, es sentir y desear las cosas del mundo. Somos barro de esta tierra con
sus luces y sombras, grandezas y miserias. Y a la vez que podemos lanzarnos a
la aventura de construir un mundo más justo y fraterno, también nos deslumbran
los destellos del poder o del lujo.
Santiago y Juan no eran más interesados de
que el resto de los apóstoles, tal vez fueran más osados a la hora de atreverse
a manifestar sus aspiraciones e inquietudes. De hecho Jesús no les reprocha a
ellos nada en particular, sino que su advertencia es general y para todos.
“Sabéis que los grandes (los jefes) de los pueblos los tiranizan y los
oprimen”; es decir, echad una mirada a vuestro entorno: no tenéis más que
contemplar el mundo y las relaciones entre las personas, los ricos con los
pobres, los señores con sus siervos... Allí donde hay poder hay luchas, y donde
hay dinero hay intereses y ambiciones. Todo ello en vez de humanizar al ser
humano lo envilece, y las grandezas que se anhelan conllevan la degradación de
los más débiles.
El seguimiento de Jesucristo sólo se puede
realizar por el camino que él mismo ha recorrido y no existe ningún otro. Ese
camino es el servicio y la búsqueda del bien común. Es la entrega de la propia
vida por amor a los demás y no exigir nada a cambio de ella. Es el camino del
abandono de uno mismo para anteponer las necesidades de los más humildes y
pobres.
Esta opción de vida cristiana puede
parecernos demasiado exigente en un mundo donde se nos está educando en la
primacía del bienestar personal sobre todo lo demás. Y sin embargo quienes han
sido fieles a la llamada de Dios nos han demostrado una felicidad inmensa en
sus rostros, en esa vida vivida en plenitud desde el servicio.
Y es que como nos dice San Pablo, nuestro
Sumo Sacerdote, Cristo, no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades,
al contrario, él mismo ha sido probado en todo y por eso conoce nuestra masa y
nos ama como somos. Y porque nos conoce y nos ama nos da su confianza y su
gracia para que desarrollemos la enorme capacidad que ha puesto en nuestros
corazones el Creador. Unos dones que entregados con amor a los demás son
capaces de cambiar el rumbo de la historia. Así lo han manifestado vidas
sencillas que hemos tenido la dicha de conocer y admirar. Vidas gastadas
generosamente y silenciosamente en lugares lejanos y sumidos en la miseria más
absoluta; son las vidas de nuestros misioneros y misioneras, que en este día
del Domund agradecemos a Dios como un don de su amor a la humanidad entera.
La jornada del
Domund es mucho más que un gesto de solidaridad.
El Domund ante
todo es la propagación universal de la fe, a las gentes y pueblos que
desconocen el amor de Dios porque nadie les ha revelado a Jesucristo el Señor.
Este es el
centro de la vida del misionero; anunciar a Jesucristo muerto y resucitado, que
sigue sembrando amor y esperanza en todos los lugares de la tierra. El
misionero desarrolla su vocación en este anuncio explícito de Cristo a las
personas que lo desconocen, o que tienen una idea difusa del Señor y su mensaje.
Y después, porque la fe se ha de concretar en las obras, también ejercen la
solidaridad material con aquellos que carecen de lo necesario para vivir con
dignidad.
No podemos
reducir la jornada del Domund a un espacio de solidaridad material olvidando la
dimensión evangelizadora. Los cristianos, viviendo en coherencia nuestra fe en
Jesús, compartiendo la experiencia vital del seguimiento de Cristo, es como
podemos y debemos experimentar la dimensión fraterna del amor compartiendo
nuestros bienes con aquellos que carecen de ellos. Y aunque los bienes
materiales son necesarios para vivir, el bien de la fe es indispensable para
nuestra salvación.
En este día de fiesta acercamos al altar del Señor la
vida y la entrega de nuestros misioneros, auténticos heraldos del evangelio
cuyas vidas nos recuerdan que siguen existiendo espacios donde la Palabra de
Dios aún no ha sido revelada. De este modo nosotros nos hacemos solidarios con
su misión, y nos comprometemos con ellos para que la Luz de Cristo ilumine la
vida de aquellos que lo buscan con sincero corazón.
Y también desde nuestra realidad cotidiana, pedimos al
Señor que nos ayude a ser misioneros de este primer mundo, que olvidando muchas
veces sus raíces cristianas, se va echando en las manos de los ídolos del dinero,
del egoísmo y de la ambición.
Hoy no están tan lejos de nosotros los espacios de
increencia. En ocasiones es mucho más difícil hablar de Dios a quienes por
inconstancia o desidia, voluntariamente le han dado la espalda, que a quienes
lo desconocían porque nadie les había hablado de él
Pidamos
en esta eucaristía que poniendo ante el Señor nuestra vida confiada, sintamos
cómo la fuerza de su Espíritu nos sigue enviando para ser en medio del mundo
sal y luz que haga germinar la semilla de su Reino.
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