DOMINGO XXVI DEL AÑO
29-9-2013 (Ciclo C)
Muchas
veces encontramos a Jesús utilizando anécdotas o historias mediante las cuales
profundizar en la vida de los que le escuchan y provocar en el oyente la
conversión del corazón.
Así hoy S. Lucas nos narra este momento
de la vida del Señor en el que pone punto y final a toda una enseñanza de
libertad ante la riqueza y de solidaridad para con los pobres.
La semana pasada nos advertía de la
imposibilidad de servir a dos señores, y menos cuando son tan opuestos como
Dios y el dinero. Hoy insiste de nuevo para hacernos caer en la cuenta de algo
fundamental. La bondad o la maldad del corazón no depende sólo del mal que
hacemos, sino también del bien que dejamos de realizar a los demás.
Esta enseñanza de Jesús va dirigida a
los fariseos, es decir, a aquellos que son fieles a la fe judía, pero que se
apegan en exceso al dinero, poniendo en él su deseo y confianza y olvidando la
permanente llamada de Dios a la misericordia y compasión para con quienes
carecen de todo.
El rico del evangelio no es acusado por
Jesús de nada en especial. No le llama pagano, ni malvado, ni destaca ningún
defecto. Sin embargo se pone de manifiesto su condena, no por el mal que ha
hecho sino por el necesario y urgente bien que debía hacer a un hermano del que
se ha despreocupado con indiferencia.
Ante la puerta de su hogar estaba el
mendigo Lázaro, cubierto de miseria y debilidad. Era un indigente, marginado y
abandonado de todos que ni tan siquiera podía acercarse a paliar su hambre
comiendo las migajas de la mesa del rico, las sobras que se tiran a la basura o
a los perros.
No tenía tampoco ningún mérito
especial, de él no nos dice S. Lucas que fuera bueno, ni piadoso, ni solidario,
ni generoso, simplemente que era un pobre cubierto de llagas y tirado en la
cuneta de la vida.
Y para expresar con rotunda nitidez la
dramática situación en la que se encontraba, nos dice el evangelista que nadie
se apiadaba de él, y que sólo los perros lamían sus llagas. Es terrible la
imagen que se nos presenta, y negar su enorme realismo y actualidad, es
dulcificar falsamente una palabra veraz como la de Dios.
Pues bien, aunque todos los que lo
rodean ignoren su presencia, de este pobre miserable que el autor sagrado
bautizó como Lázaro, hay alguien que no se olvida, Dios. Y de hecho, su nombre
significa “el ayudado por Dios”, lo cual indica que ante Dios esta persona
tenía una identidad escrita en el libro de la vida y rescatada por la
misericordia divina. El anonimato del rico (llamado tradicionalmente “opulón”,
no por ser su nombre, sino como signo de su opulencia y derroche), expresa
también el olvido de Dios de aquellos que anteponen el ídolo del dinero al amor
de quien les engendró a la vida. Para Dios, no es indiferente el sufrimiento
humano. No pide ni méritos ni piedades, sólo se compadece ante la miseria y el
dolor de todos sus hijos, buenos o malos, porque como dice el Salmo, “el Señor
hace justicia a los oprimidos”.
El hecho de no socorrer al necesitado,
pudiendo hacerlo, es una agresión al mismo corazón de Dios. “Lo que no
hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis”
(nos recuerda S. Mateo).
Hoy
la Iglesia de Bizkaia eleva su oración para agradecer a Dios el servicio, la
generosidad y la entrega desinteresada que tantos hombres y mujeres expresan en
la solidaridad y el amor para con los débiles por medio de nuestras cáritas
parroquiales y diocesana. Ellos son imagen del buen samaritano que, superando
prejuicios y temores, se acerca con amor y compasión al hermano necesitado para
curarle las heridas, conocer su necesidad y trabajar con responsabilidad para
que pueda recuperar la dignidad perdida o arrebatada por este mundo injusto.
Por
medio de ellos se extiende la mano amorosa del Señor que no hace distinción de
personas y que a todos ama con inmensa ternura, misericordia y compasión.
Cáritas como realidad eclesial que es,
quiere introducir en el mundo de la pobreza y de la precariedad humana, una
aliento de esperanza, y en la comunidad creyente una llamada a la conversión
personal para liberarnos de los ídolos que oprimen y manipulan para vivir la
libertad de los hijos de Dios.
El
dinero y los bienes materiales son necesarios para vivir, pero no pueden
constituirse en la razón fundamental de nuestra vida. Los voluntarios y
voluntarias de cáritas trabajan cada día con un único objetivo, dignificar la
vida de los hermanos más desfavorecidos. Y este trabajo consiste en la
promoción integral de las personas posibilitándoles las herramientas necesarias
para la regeneración de las mismas.
Cáritas
diocesana nos pide hoy junto a la aportación solidaria que en todas las
iglesias de nuestra diócesis se realice, una súplica especial para compartir la
oración y también nuestro tiempo. Hacen falta muchas manos más, capaces de
agarrar el arado para sembrar en nuestra sociedad la necesaria semilla de la
solidaridad que dé frutos de justicia. Eso es lo que pedimos al Señor. Que siga
suscitando de entre nosotros voluntarios generosos que den parte de su tiempo a
favor de los demás, y que toda nuestra comunidad sea siempre acogedora y
generosa para con los más desfavorecidos.
Y por último quiero destacar, que
Cáritas no es una ONG más, ni su finalidad es el ejercicio de la filantropía.
Dios es amor, es caridad. Por lo tanto el fin y el alma de la cáritas eclesial
consisten en extender el amor y la misericordia divina entre todos aquellos
hijos suyos y hermanos nuestros más desamparados. Por eso, aunque el ejercicio
de esa misericordia esté por encima de credos e ideologías, el anuncio
explícito de Jesucristo por medio de nuestra acción caritativa y del testimonio
personal y comunitario, es algo irrenunciable y necesario. Cáritas no es sólo
un dispensario de recursos materiales, es una puerta abierta para todos los
hermanos más necesitados por la que entrar a formar parte de este pueblo de
Dios, en el que todos nos sintamos hermanos y vivamos la auténtica fraternidad
en el amor, la justicia y la paz. Porque la mayor miseria que existe, por
encima incluso de la material, es carecer de fe, esperanza y amor, es decir,
carecer de Dios en la conciencia de nuestra vida, que nos ayude a vivir el gozo
de ser hijos suyos.
Que el Señor bendiga con su gracia a
todos los que desarrolláis vuestro compromiso cristiano en esta dimensión
constitutiva de la Iglesia, y os siga animando y sosteniendo por la acción de
su Espíritu para que seáis en medio de nosotros manifestación del amor de Dios
y expresión de su infinita misericordia. Y que a todos nosotros nos ilumine la
conciencia y transforme el corazón, para
crecer en sentimientos fraternos para con los hermanos más desamparados.
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