DOMINGO XXIX DEL AÑO
19-10-14 (Ciclo A – Jornada del Domund)
Celebramos
en este domingo, la Jornada mundial de la propagación de la fe, el Domund. Y lo
hacemos en un momento donde la vida, la entrega y el sacrificio de los
misioneros, es noticia de gran actualidad, aunque por desgracia no se debe a su
labor encomiable, sino por haber contraído la grave enfermedad del ébola.
Qué espacio tan
apropiado para centrar nuestra atención en la misión que todos tenemos de ser
transmisores de la fe. Comenzando por el hogar familiar donde debe volver a
resonar la experiencia religiosa como el nexo fundamental de unidad, y dejar
que sea Dios quien vaya sembrando con su amor todas las relaciones familiares y
sociales.
Esta es la llamada
que Jesús nos hace en el evangelio y que en su diálogo con los que intentan
manipular la fe, les deja bien claro que
“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Una
frase que lejos de querer diferenciar los campos de los social y lo religioso,
sentencia la primacía de la fidelidad a nuestra vocación sobre los intereses
políticos o económicos. Que ser seguidor de Cristo conlleva poner por delante
la autenticidad de la fe y buscar siempre la voluntad de Dios y no las
conveniencias individualistas.
El
poder social que ejercían los fariseos abarcaba todos los campos tanto
económico, político y religioso. Y para Jesús, la vida entera del ser humano ha
de ser orientada conforme al plan liberador de Dios y no dejarse condicionar
por los criterios partidistas o estratégicos.
El
gran reto para nuestra fe y vida diarias, no es darle al mundo lo que es del
mundo. Ya se encarga él de cobrarse cada día más de lo que le pertenece. Lo
importante es dar “A Dios lo que es de Dios”. Y entonces conviene que nos
preguntemos, ¿qué es de Dios?
Y
de Dios es todo lo que afecta a su creación y a sus criaturas. Si Dios es Padre
de todos, a Dios le afecta todo lo que les suceda a sus hijos. Y cuando decimos
todo, no hay exclusión ni excepción.
A
Dios no sólo le afecta la experiencia religiosa de los hombres. A Dios le
afecta la realidad social, económica y política de este mundo, porque es ahí
donde se deciden los destinos de las personas, su promoción y desarrollo o su
exclusión, esclavitud, opresión y muerte injusta.
La
fe tiene mucho que decir a este mundo nuestro y a todas sus relaciones. Cuando
la Iglesia se pronuncia sobre temas sociales y políticos, enseguida salen
quienes se sienten aludidos atacándola de injerencia, buscando trapos sucios
que echarle a la cara y manipulando su desprestigio público. Las armas para su
defensa son mucho más endebles y sólo la autenticidad de su vida y el continuo
servicio humilde y silencioso es lo que puede hacer.
Cuando
la Iglesia condena los abusos de leyes que oprimen a los más pobres y limitan
los derechos de los inmigrantes, no cae en saco roto su denuncia.
Pero
aquellos que tienen la responsabilidad de resolver los graves problemas del
pueblo, se sienten molestos y amenazados por la libertad de una Iglesia que no
se pliega a sus intereses. Y esto tampoco se olvida. Es cuando se arremete
contra ella porque no comparte los objetivos de quienes imponen sus tesis o
proyectos.
Escuchar
hoy la llamada de Dios, nos ha de llevar a buscar su reino y su justicia.
También nosotros tenemos que darle a Dios lo que es suyo, y esto es transformar
este mundo nuestro en su reino de amor, justicia y paz, desterrando todo
aquello que lo divide y esclaviza. Somos hermanos los unos de los otros, y en
este día del Domund es cuando más claramente aparece la fraternidad universal.
Mencionaba el
inusual protagonismo que en estos días han acaparado algunos misioneros. Es
cierto que sólo aquellos que por desgracia se han contagiado del mismo mal
contra el que luchaban cuidando, acompañando y compartiendo su vida con los más
pobres, el ébola. A nadie le ha importado el desgaste de sus vidas, se ha
cuestionado la oportunidad de traerlos a España, algunos hasta les ha criticado
de imprudentes. Y muy pocos, salvo la misma familia misionera a la que
pertenecían los afectados, ha destacado sus vidas de entrega generosidad y
amor.
Porque esa es la
verdadera causa de su muerte, el amor. Por amor dejaron la comodidad de su
tierra y la seguridad de nuestro primer mundo. Por amor se fueron donde la
miseria se palpa, se huele y se impone. Por amor se acercaron sin reparos a los
últimos, los enfermos y excluidos. Por amor compartieron tanto sus vidas y
destinos, que contrayendo su misma enfermedad, dieron su vida y su aliento.
Escuchar algunas
declaraciones que los medios de comunicación destacan son un insulto a su
memoria y una vergüenza para una sociedad que se autodefine como civilizada.
El destino de toda
la humanidad es el mismo. Este salto a nuestras fronteras del mal que padecen
tantos millones de seres humanos, nos ha de enseñar que en el mundo no existen
barreras, ni fronteras, ni mares que aíslen la miseria y el mal que sufren
nuestros hermanos. Y que si no les ayudamos por amor, lo haremos por temor.
Gracias a Dios, los
misioneros son del grupo primero. Por eso son ejemplo de la grandeza del
corazón humano, que sólo encuentra su explicación en la fuerza del Espíritu de
Dios que alienta, sostiene y hace germinar con extraordinaria abundancia, el
fruto del amor que se desborda y se entrega hasta el límite.
Hoy celebramos el
Domund; ayudaremos con nuestras aportaciones económicas, los trabajos de
nuestros misioneros.
Que sepamos alentar su labor, más que
con el dinero, que siempre es necesario, con nuestra oración, apoyo y
solidaridad, las cuales son imprescindibles.
Y que al contemplar su entrega y
sacrificio, demos gracias a Dios que sigue suscitando en medio del mundo,
personas que desarrollan hasta el extremo lo mejor de la condición humana.
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