DOMINGO I DE ADVIENTO
29-11-15 (Ciclo C)
“Levantaos,
alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Con esta frase de Jesús como
fuerte llamada para la esperanza, comenzamos este tiempo de Adviento. Cuatro
domingos que nos irán acercando y preparando para acoger a Dios en nuestra vida
de forma renovada y gozosa.
El
adviento es ante todo expectación ante la proximidad de Alguien que desde hace
mucho tiempo venimos esperando; la entrada de Dios en la historia humana. No es
una mera repetición ritual; hoy comienza para nosotros la cuenta atrás y por
delante tenemos un tiempo precioso para preparar adecuadamente nuestra vida, a
fin de favorecer el encuentro con el Hijo de Dios, Jesucristo.
Adviento
supone disposición y compromiso para abrirnos a Dios y dejar que ciertamente
libere nuestro ser y transforme el mundo instaurando su reinado. Todo ello en
esta realidad que presenta tantas amarguras e injusticias.
Iniciamos
el advenimiento de Dios con nosotros, cuando las divisiones y guerras entre los
pueblos, la violencia y el terror en tantos lugares, la dura crisis económica y
la miseria de millones de seres humanos, tiñen de desesperanza nuestra realidad
más cercana haciendo increíble el que Dios pueda nacer en este entorno.
Los
dirigentes del mundo no entienden que el camino de la paz pasa por la libertad
y la justicia de todos los pueblos. Cada uno busca su interés económico o
material aún a costa de vidas humanas, utilizando los medios de propaganda
conforme a su ambición.
El
evangelio de hoy nos muestra con un lenguaje lleno de simbolismo, la cantidad
de catástrofes, miserias y violencias que este mundo soporta. Algunas de ellas
responden a fenómenos naturales, en ocasiones provocados por el abuso y la
destrucción de la naturaleza, pero en la mayoría se debe a la crueldad del
hombre que en vez de haber buscado la fraternidad se ha convertido en
fratricida y en vez de vivir la solidaridad se ha cegado por el egoísmo y la
ambición. Cómo no ansiar una liberación que nos devuelva nuestra dignidad y
alegría.
Por
qué no va a ser posible que comenzando por el núcleo familiar, y prosiguiendo
en el entorno social de cada uno, se provoque el nacimiento de una nueva
humanidad.
Pues
bien, creemos que cabe la esperanza. Nosotros, los cristianos no podemos
arruinar nuestro ánimo ni presentarnos ante el mundo derrotados en el desamor.
Hemos de seguir esperando aún teniendo en contra situaciones desfavorables. Nos
hemos fiado del Señor, y él mismo nos ha prometido su presencia hasta el fin de
los tiempos.
La
fe que profesamos debe colorear el presente infundiendo a nuestro alrededor un
ambiente nuevo, solidario y fraterno capaz de generar esperanza en los demás.
Dejar que nuestras ilusiones se apaguen o que nuestro compromiso decaiga, es
sucumbir ante la adversidad y renunciar a ser luz en medio de las sombras de
este mundo.
Necesitamos
fortalecer nuestra vida de oración. Recurrir permanentemente al Señor para que
nos muestre el camino a seguir y nos ayude a recorrerlo con la fuerza de su
Espíritu. Pero rogar a Dios nos ha de llevar a poner de nuestra parte todo lo
humanamente posible.
Las
víctimas de este mundo se encuentran muchas veces tan abatidas que les es
imposible salir adelante solas. Hemos de estar a su lado, acompañarlas en todo
momento y comprometernos activamente por la transformación de su situación
desde la denuncia de la injusticia y la búsqueda de su dignidad. Son signos
elocuentes de esta grandeza humana, gestos como la disposición de viviendas
para familias desahuciadas, y campañas como la recogida de alimentos.
En el adviento dirigimos nuestra mirada
hacia el Dios-con-nosotros que está por llegar. En su nacimiento se regenera la
vida y la esperanza, posibilitando que emerja una nueva creación. La cual
resultará imposible si no se produce en cada uno de nosotros una verdadera
renovación personal y espiritual.
La liberación a la que somos llamados por
el Señor en este primer domingo, pasa por nuestra conversión personal. Por
preparar adecuadamente el camino que nos acerca a su amor sabiendo que todavía
son muchas las barreras que nos separan del encuentro pleno con él y con los
hermanos.
Y el Señor nos hace una clara promesa por
medio de su palabra; si somos capaces de favorecer este encuentro con él,
“veremos la salvación de Dios”.
Al
comenzar este adviento, podemos aceptar que el camino que tenemos por delante
no es sencillo ni cómodo, pero con la fuerza de Dios y nuestra fidelidad a su
amor desde el compromiso por los necesitados, es posible confiar en la victoria
del Señor y de su Reino.
Fue
en medio del desasosiego donde resonó la Palabra de Dios haciéndose carne en
María. Fue en medio de la noche y lejos de la comodidad donde nacía el Hijo de
Dios. Fue en las afueras de Jerusalén y en una cruz ensangrentada donde brilló
la luz de la vida definitiva, de Cristo resucitado.
Este
tiempo de adviento nos ha de ayudar a buscar caminos que nos conduzcan al Dios
de la misericordia, que por amor se encarnó en nuestra historia y por su
compasión la ha reconciliado para siempre.
Dios
está con nosotros, y en esta cercana familiaridad nos sigue enviando a preparar
su venida. Que su amor nos fortalezca y su misericordia nos impulse a
transformar nuestro mundo, comenzando por nuestras familias que han de ser
escuela de humanidad y fermento de paz.
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