DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO
7-2-16 (Ciclo C)
“En
aquel tiempo, la gente se agolpada alrededor de Jesús para oír la Palabra de
Dios”. Qué frase tan extraordinaria para centrar hoy nuestra celebración. Oír
la Palabra de Dios era para aquellos hombres y mujeres del tiempo de Jesús,
algo importante, necesario para sus vidas y por lo que merecía la pena
dedicarle el tiempo suficiente.
La
Palabra de Dios es para el creyente alimento de vida que despierta los sentidos
más humanos y nos sitúa en la senda del Señor. La Palabra de Dios es alentadora
de nuestro vivir, horizonte de esperanza, bálsamo en medio del cansancio,
noticia siempre nueva y buena, sentencia que se cumple de forma permanente,
como experimentará el profeta que la anuncia con su vida fiel.
La
Palabra de Dios no es cualquier palabra. Es el mismo Dios quien entra en
diálogo con nosotros para mostrarnos su ser creador y amoroso. Dios dialoga con
sus hijos, a través de la oración y la escucha,
y se muestra cercano en todo lo que vivimos. No es una palabra vacía o
falsa. No busca el halago o la complacencia. En su Palabra es Dios mismo quien
se entrega y se vincula para siempre con su pueblo. La Palabra de Dios
construye su reino en aquellos que la acogen y la viven con fidelidad.
Cómo no querer escuchar esa Palabra cuando
además es pronunciada por el mismo Hijo de Dios. Jesús ha ido mostrando a sus
discípulos y a su pueblo, que su palabra va acompañada de obras que la avalan y
ratifican como auténtica. Él no habla como los escribas o fariseos, habla con
“autoridad”.
En
ese contexto, nos presenta el evangelista la labor cotidiana de sus discípulos
que todavía se dedicaban a la pesca, y en aquella jornada de trabajo, sólo han
sacado desasosiego y fracaso. No hay peces que pescar, y eso que eran expertos.
Ante el asombro y desconcierto de Pedro, Jesús le pide que vuelva a echar las
redes en el mar, y por su palabra lo hará, aunque algo cegado por las dudas.
Fiarse
de la Palabra de Dios provoca de inmediato sus frutos. Tras la pesca milagrosa,
hay toda una enseñanza que será para aquellos discípulos el fundamento de su
fe. La Palabra de Jesús cumple las promesas de Dios y con él ha llegado de
forma definitiva su reinado. Ahora os toca a vosotros transformaros en
pescadores, pero de hombres y mujeres que llenen las redes del Señor.
A
Jesús muchos lo buscaban por sus milagros, otros lo aclamaban por su lucha
contra la injusticia y la opresión, pero sólo lo siguieron hasta el final y
hasta nuestros días quienes acogiendo su Palabra nos hemos fiado de ella y por
ella hemos descubierto la fe que profesamos como camino, verdad y vida en
plenitud.
Ser
seguidores de Jesús es ante todo ser testigos de su vida, de su muerte y
resurrección, y junto a ello mensajeros de su Palabra, la cual hemos de
anunciar de forma permanente y explícita. Este es el testamento que hemos
heredado de los Apóstoles, La Sagrada Escritura es para el cristiano referencia
permanente, fuente de la que ha de beber para nutrir con su riqueza las
entrañas sedientas de verdad, amor, justicia y paz.
Cuántas
palabras escuchamos y leemos carentes de sentido, que sólo distraen nuestra
mente o enturbian los sentimientos del corazón. Cuantas veces escuchamos
palabras hirientes, acusadoras, insultantes que destruyen al ser humano y
envilece ese maravilloso medio de la comunicación interpersonal.
La
Palabra de Dios es creadora y transformadora. Quien la escucha con fe, sale
confortado en su ser más profundo y es capaz de ir cambiando el rumbo de su
vida si así se lo pide el Señor.
Hoy
damos gracias a Dios por su Palabra, especialmente por aquella en la que se
resume todo el ser del mismo Dios, Jesucristo, Palabra eterna del Padre. Y
también le damos gracias por este don que tenemos los cristianos y que hemos
leído y cuidado durante casi dos mil años. La Sagrada Escritura debe ser el
libro que jamás falte en nuestros hogares y no para decorar la estantería, sino
para colmar con su vitalidad renovadora los estantes de nuestra alma.
Leer
diariamente un pasaje del evangelio o de las cartas apostólicas nos ayudará a
entender mejor a Jesús, conocerle y amarle. Leer pasajes del Antiguo
Testamento, nos mostrará cómo era la misma oración de Jesús. A través de los
salmos, el pueblo creyente ha plasmado sus sentimientos religiosos, unas veces
suplicantes, otras agradecidas y otras muchas sufrientes. Son retazos de
nuestra vida con lenguaje a veces complejo, pero que encierra toda una historia
de Dios con su Pueblo.
Pedro
cambió su vida por esa Palabra de Jesús, de pescador pasó a evangelizador y
pastor del Pueblo de Dios. Porque sólo desde el conocimiento y la vivencia
coherente de la Palabra del Señor se puede ser discípulo suyo. Sabiendo que va
realizando su transformación regeneradora en nuestra propia vida. Hoy se nos
han presentado tres personajes principales, Isaías, Pablo y Pedro; tres
personas que se reconocen limitadas y pecadoras, pero en los que la gracia de
Dios, transformará sus vidas renovándolas y preparándolas para su misión
profética y evangelizadora.
Que también nosotros podamos vivir la dicha
del encuentro con el Señor a través de su palabra, y que ésta nos ilumine en el
camino de nuestra vida hasta el encuentro definitivo con él.
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