SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR
8-05-16 (Ciclo C)
Con
la fiesta de la Ascensión termina la presencia del Señor entre los suyos y nos
abrimos a la misión evangelizadora de la Iglesia animados por el Espíritu que
recibiremos en Pentecostés. Es esta una fiesta en la que la comunidad cristiana
recuerda el momento en el que Jesucristo resucitado culmina su misión en el
mundo y regresa al Padre para vivir la plenitud de su gloria.
El
simbolismo de este día, nos quiere introducir en la profundidad del sentido
último de nuestra existencia de la cual Cristo es primicia y fundamento. En la
Ascensión del Señor, y su vuelta a la gloria de la Trinidad antes de su
Encarnación, se ilumina el final de la historia de la humanidad donde Dios nos
acogerá con su amor de Padre. Jesucristo nos abre el camino, y nos preparará un
sitio, para que donde esté él, estemos también nosotros, como nos anunció en su
vida terrenal. En la fiesta de la Ascensión, podemos descubrir el final del
camino, de la verdad y de la vida del Señor, que nos ha abierto las puertas de
la eternidad de forma amplia y generosa.
Pero
a este final glorioso se llega a través de la vida concreta, limitada y frágil,
a la vez que confiada y gozosa, de nuestra historia humana. Una historia
traspasada muchas veces por el dolor y el sufrimiento que provoca la
injusticia, y otras sostenida por la
esperanza de la entrega y la solidaridad de tantas personas que aman de
verdad a sus semejantes. Pero sobre todo, una historia compartida por nuestro
Dios en la persona de su Hijo, Jesús, camino, verdad y vida, que nos acompaña y
sostiene en nuestro peregrinar hacia la meta prometida por el Padre.
El
tiempo pascual que los discípulos del Señor vivieron junto a Él, y que se nos
ha aproximado durante estos días a través de la Palabra de Dios proclamada, ha
sido ante todo un tiempo de formación personal y espiritual, para afrontar el
gran reto que ahora se les presenta. Ser ellos testigos y misioneros del
evangelio.
La
muerte de Jesús y su posterior resurrección, fueron dos hechos de tal magnitud
que hacía falta un proceso para poder asimilarlo, comprenderlo y confesarlo con
fe y gratitud. Los primeros momentos del tiempo pascual nos mostraban las
grandes dificultades que tenían para aceptar esa verdad. Las dudas de Pedro y
Juan que van corriendo al sepulcro para ver si es verdad lo que dice María
Magdalena; Las palabras incrédulas de Tomás que necesita palpar y ver para
creer. El silencio de los demás que no se atreven a preguntar en medio de sus
dudas e incertidumbres.
Todo
eso requiere ser madurado en el corazón, contrastado por la experiencia de los
hermanos y acompañado por el Maestro que sigue vivo, animando y sosteniendo la
fe de los suyos. Jesús realiza esta labor catequética para ayudarles a entender
y prometerles la gran ayuda permanente del Espíritu Santo que pronto recibirán.
Este
Espíritu completará en ellos la acción salvadora de Dios transformando sus
temores en confianza y cambiando sus miedos por el compromiso misionero y
evangelizador del mundo.
En
la fiesta de la ascensión de Cristo, se nos está mostrando el destino último de
nuestras vidas, el cielo y la tierra se unen en la persona de Jesucristo, y el
camino que nos conduce a su gloria se nos ofrece como posibilidad futura y
cierta.
Jesucristo
desaparece de su mirada, pero no de sus vidas. El Señor que promete su
presencia entre nosotros hasta el fin del mundo, será quien aliente sus
trabajos y desvelos.
Ahora
les toca a ellos proseguir con su misión; anunciar la Buena noticia a los
pobres, la libertad a los cautivos, la salud a los enfermos y proclamar el año
de gracia del señor. El mismo proyecto que Jesús ya anunció en aquella sinagoga
de Nazaret.
Y
esta misión evangelizadora cuenta con un gran potencial, la experiencia de ser testigos
de lo acontecido. Ellos no hablan de por idealismo ni defienden una idea vacía;
ellos son testigos de una persona con la que han compartido su vida y que los
ha transformado interiormente llenándoles de gozo de esperanza y haciendo de ellos hombres y
mujeres nuevos, libres, entregados y dichosos.
Todo
ello desde la convicción de que el Reino de Dios no es de este mundo, y por eso
Jesús vuelve al lugar que le corresponde. Pero sabiendo que ese Reino comienza
en este mundo y que lo que pasa en la tierra no le es indiferente al Creador.
Por eso no podemos desentendernos del presente ya que esa falta de amor y
entrega a la obra realizada por Dios, nos haría indignos herederos de su
promesa.
“Vosotros
sois testigos de esto”. Testigos de la vida de Jesús, de su entrega, de su
palabra y de su resurrección. Jesús nos envía ahora a cada uno de nosotros para
prolongar su reinado cambiando radicalmente el presente para acercarlo al
proyecto de Dios.
Jesús
abrió con su vida un camino de esperanza y al acoger en su cruz a todos los
crucificados por el sufrimiento y la injusticia, nos introduce en su mismo
reino de amor y de paz. Esta esperanza que nos mantiene y fortalece se verá
sostenida y fundamentada por la acción del Espíritu Santo que recibiremos en Pentecostés.
Que él nos ayude para seguir trabajando
por transmitir esta fe a nuestros hermanos más alejados a fin de que ellos también sientan el gozo y
la alegría que nos da el Señor. Y que nuestra entrega generosa y confiada sirva
para sembrar la paz y la justicia entre nosotros, sabiendo que el Señor está y
estará junto a nuestro lado todos los días hasta el fin del mundo.
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