DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO
26-06-16 (Ciclo C)
Un
domingo más nos reunimos entorno al Altar de la Palabra y de la Eucaristía para
compartir juntos nuestra fe en el Señor. Y como en tantas ocasiones esta
Palabra proclamada nos sitúa en la senda del seguimiento de Jesús tomando como
espejo del propio la vida de aquellos discípulos y gentes cercanas al Maestro.
Nuestra
apertura a la fe en Jesucristo, es un lento aprendizaje como sin duda lo fue
para los apóstoles del Señor. De la curiosidad inicial por un personaje del que
nos han contado muchas cosas, y que sin duda nos ha resultado atrayente,
pasamos a la admiración y a la amistad profunda y verdadera través de su
conocimiento más personal. Si nos fijamos en el recorrido de los discípulos,
vemos cómo van encontrando en su Maestro a alguien diferente en la forma de
hablar de Dios y sobre todo fiel en el cumplimiento de su voluntad que será su
alimento y su dicha. Esta autenticidad que manifiesta Jesús es lo que engancha
el corazón de sus seguidores; autenticidad que se demuestra en el amor profundo
y entregado a los pobres, la libertad que brota de sus gestos y palabras, el
valor para situar al ser humano por encima incluso de las leyes que lo tratan
injustamente o recortan su dignidad absoluta, aunque todo ello le acarree
persecuciones, rechazos y hasta la muerte.
Pese
a esta adhesión sincera por parte de los discípulos, Jesús deberá enseñar
pacientemente a los suyos que el camino a seguir no se recorre por sendas
anchas y sencillas sino por rutas más difíciles y estrechas que llevan consigo
sacrificios y renuncias. El mensaje que él nos trae no se puede imponer ni
presentarlo con prepotencia ante el mundo. El Reino de Dios emergerá de forma
sencilla a través de la vida y el testimonio del creyente, y sólo de esa manera
será creíble para los demás. De poco nos sirven los grandes discursos y las
bellas palabras si éstas no van acompañadas de una vida auténtica y coherente
con lo que sale de nuestra boca.
Para
ello es necesario no sólo tener un corazón dispuesto, sino vivir con
profundidad nuestra fe a través de la oración y enriquecerla con la experiencia
creyente de los hermanos en la celebración comunitaria de la fe. Si sólo nos
dejamos llevar por el mero sentimiento individual, nos pasará como a aquel
joven del evangelio que se acerca al Señor para decirle alegremente que le
seguirá a donde él vaya, pero le falta realismo y fondo, y ante la primera
dificultad que se le presenta renunciará a seguirle y se quedará frustrado en
el camino.
También
nos puede suceder como a los apóstoles del Señor, que en su afán para que las
cosas cambien y mejoren conforme al plan de Dios, crean que la mejor forma de
hacerlo es mediante la imposición y la fuerza. Santiago y Juan son presentados
como los apóstoles del valor y del genio. Simbolizan esa personalidad fuerte y
vigorosa del creyente que anhela la venida del Reino de Dios, pero que a la vez
caen en la tentación de confundir los medios corriendo el peligro del
fundamentalismo religioso que resulta impaciente, intolerante y muy peligroso.
Jesús regañará esa actitud y les irá presentando que el único camino que
conduce al reinado de Dios es el que se realiza entregando la propia vida, y que
los únicos medios legítimos para ello son los que provienen del amor, el
servicio y la misericordia. “Sed esclavos unos de otros por amor”, nos dice S.
Pablo.
Nuestra misión es anunciar a Jesucristo
siempre y en todo lugar, primero con nuestra vida coherente, solidaria y
fraterna, después con la palabra oportuna, clara y sencilla, que ofrezca
generosamente el don recibido de la fe. Y junto a este testimonio personal y al
anuncio explícito de Jesucristo que lo acompaña, debe el cristiano vivir el
compromiso transformador de la realidad presente, a fin de luchar sin descanso
por un mundo más justo y humano donde nazca el Reino de nuestro Dios.
Hoy
se celebra en la Iglesia una jornada de comunión y cercanía con el Papa. A
punto de celebrar la fiesta de S. Pedro y S. Pablo el próximo martes 29,
miramos al sucesor del pescador de Galilea que hoy está al frente de esta nave
que es la Iglesia.
La
figura del Papa ha sido siempre fundamental para la comunidad cristiana. Él
recogió de manos del Señor el testigo y la responsabilidad de seguir manteniendo unida
a su Iglesia. Hacer que la misión evangelizadora se desarrolle en todos los
lugares del mundo y que la comunidad cristiana viva con fidelidad el mensaje
recibido de su Señor. Para ello cuenta con el apoyo de sus hermanos Obispos
(sucesores también de los apóstoles), y el aliento del Espíritu Santo.
Todos
somos misioneros y participamos por el bautismo recibido, de la misma misión de
la Iglesia. Pero no cabe duda de que reconocemos en la figura del Papa Francisco
hoy, como en la de sus antecesores, la grave tarea que ha de desempeñar y el
apoyo que de todos los creyentes necesita. Nuestra oración por él y por el
acierto en su misión, nuestra cooperación en la tarea de la Iglesia a través de
nuestros compromisos que aquí desarrollamos, y la voluntaria aportación
económica que hoy se realice, han de contribuir al fortalecimiento del Pueblo
de Dios y de la fe de todos sus miembros.
Cada
vez que nos reunimos para alabar juntos al Señor, sale reconfortada nuestra fraternidad
y fortalecida nuestra fe. Hoy nos sentimos especialmente unidos al Papa
Francisco en su misión al frente de la Iglesia y pedimos al Señor que lo
sostenga y lo anime en el desempeño de su pastoreo universal. Y que Dios que no
ha abandonado nunca a su Iglesia, la siga protegiendo y alentando mediante la
vida y la entrega de buenos pastores.
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