viernes, 24 de junio de 2016

DOMINGO XIII T.O.



DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO

26-06-16 (Ciclo C)



       Un domingo más nos reunimos entorno al Altar de la Palabra y de la Eucaristía para compartir juntos nuestra fe en el Señor. Y como en tantas ocasiones esta Palabra proclamada nos sitúa en la senda del seguimiento de Jesús tomando como espejo del propio la vida de aquellos discípulos y gentes cercanas al Maestro.



       Nuestra apertura a la fe en Jesucristo, es un lento aprendizaje como sin duda lo fue para los apóstoles del Señor. De la curiosidad inicial por un personaje del que nos han contado muchas cosas, y que sin duda nos ha resultado atrayente, pasamos a la admiración y a la amistad profunda y verdadera través de su conocimiento más personal. Si nos fijamos en el recorrido de los discípulos, vemos cómo van encontrando en su Maestro a alguien diferente en la forma de hablar de Dios y sobre todo fiel en el cumplimiento de su voluntad que será su alimento y su dicha. Esta autenticidad que manifiesta Jesús es lo que engancha el corazón de sus seguidores; autenticidad que se demuestra en el amor profundo y entregado a los pobres, la libertad que brota de sus gestos y palabras, el valor para situar al ser humano por encima incluso de las leyes que lo tratan injustamente o recortan su dignidad absoluta, aunque todo ello le acarree persecuciones, rechazos y hasta la muerte.



       Pese a esta adhesión sincera por parte de los discípulos, Jesús deberá enseñar pacientemente a los suyos que el camino a seguir no se recorre por sendas anchas y sencillas sino por rutas más difíciles y estrechas que llevan consigo sacrificios y renuncias. El mensaje que él nos trae no se puede imponer ni presentarlo con prepotencia ante el mundo. El Reino de Dios emergerá de forma sencilla a través de la vida y el testimonio del creyente, y sólo de esa manera será creíble para los demás. De poco nos sirven los grandes discursos y las bellas palabras si éstas no van acompañadas de una vida auténtica y coherente con lo que sale de nuestra boca.



       Para ello es necesario no sólo tener un corazón dispuesto, sino vivir con profundidad nuestra fe a través de la oración y enriquecerla con la experiencia creyente de los hermanos en la celebración comunitaria de la fe. Si sólo nos dejamos llevar por el mero sentimiento individual, nos pasará como a aquel joven del evangelio que se acerca al Señor para decirle alegremente que le seguirá a donde él vaya, pero le falta realismo y fondo, y ante la primera dificultad que se le presenta renunciará a seguirle y se quedará frustrado en el camino.



       También nos puede suceder como a los apóstoles del Señor, que en su afán para que las cosas cambien y mejoren conforme al plan de Dios, crean que la mejor forma de hacerlo es mediante la imposición y la fuerza. Santiago y Juan son presentados como los apóstoles del valor y del genio. Simbolizan esa personalidad fuerte y vigorosa del creyente que anhela la venida del Reino de Dios, pero que a la vez caen en la tentación de confundir los medios corriendo el peligro del fundamentalismo religioso que resulta impaciente, intolerante y muy peligroso. Jesús regañará esa actitud y les irá presentando que el único camino que conduce al reinado de Dios es el que se realiza entregando la propia vida, y que los únicos medios legítimos para ello son los que provienen del amor, el servicio y la misericordia. “Sed esclavos unos de otros por amor”, nos dice S. Pablo.

Nuestra misión es anunciar a Jesucristo siempre y en todo lugar, primero con nuestra vida coherente, solidaria y fraterna, después con la palabra oportuna, clara y sencilla, que ofrezca generosamente el don recibido de la fe. Y junto a este testimonio personal y al anuncio explícito de Jesucristo que lo acompaña, debe el cristiano vivir el compromiso transformador de la realidad presente, a fin de luchar sin descanso por un mundo más justo y humano donde nazca el Reino de nuestro Dios.

       Hoy se celebra en la Iglesia una jornada de comunión y cercanía con el Papa. A punto de celebrar la fiesta de S. Pedro y S. Pablo el próximo martes 29, miramos al sucesor del pescador de Galilea que hoy está al frente de esta nave que es la Iglesia.

       La figura del Papa ha sido siempre fundamental para la comunidad cristiana. Él recogió de manos del Señor el testigo y  la responsabilidad de seguir manteniendo unida a su Iglesia. Hacer que la misión evangelizadora se desarrolle en todos los lugares del mundo y que la comunidad cristiana viva con fidelidad el mensaje recibido de su Señor. Para ello cuenta con el apoyo de sus hermanos Obispos (sucesores también de los apóstoles), y el aliento del Espíritu Santo.



       Todos somos misioneros y participamos por el bautismo recibido, de la misma misión de la Iglesia. Pero no cabe duda de que reconocemos en la figura del Papa Francisco hoy, como en la de sus antecesores, la grave tarea que ha de desempeñar y el apoyo que de todos los creyentes necesita. Nuestra oración por él y por el acierto en su misión, nuestra cooperación en la tarea de la Iglesia a través de nuestros compromisos que aquí desarrollamos, y la voluntaria aportación económica que hoy se realice, han de contribuir al fortalecimiento del Pueblo de Dios y de la fe de todos sus miembros.



       Cada vez que nos reunimos para alabar juntos al Señor, sale reconfortada nuestra fraternidad y fortalecida nuestra fe. Hoy nos sentimos especialmente unidos al Papa Francisco en su misión al frente de la Iglesia y pedimos al Señor que lo sostenga y lo anime en el desempeño de su pastoreo universal. Y que Dios que no ha abandonado nunca a su Iglesia, la siga protegiendo y alentando mediante la vida y la entrega de buenos pastores.

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