DOMINGO XVI TIEMPO
ORDINARIO
17-07-16 (Ciclo C)
Todo
el evangelio es para los creyentes la gran escuela de nuestra fe. Textos que
contienen la vida y la palabra del Señor y que nos van mostrando, desde la vida
cotidiana de Jesús, diferentes situaciones por las que nosotros vamos pasando y
que requieren de una adecuada comprensión de las mismas para vivirlas con toda
su riqueza. Así nos encontramos con pasajes como el de hoy, donde la visita de
Jesús a la casa de sus amigos nos va a dejar una gran enseñanza.
San
Lucas sabe muy bien que no sólo eran dos hermanas las que habitaban aquel
hogar. También estaba Lázaro, gran amigo de Jesús, pero cuya importancia en
este momento es de menor intensidad para el evangelista. A S. Lucas lo que
realmente le interesa destacar es la actitud de Marta y María ante la visita
del Maestro, por eso ni tan siquiera va a mencionar a su hermano mayor.
Marta como buena anfitriona se esmera en
prepararlo todo para que no le falte de nada a Jesús. Las tareas se van
multiplicando y es tanto lo que hay que hacer que no da abasto. Y reprocha a su
hermana que no la acompañe en las faenas del hogar. Ciertamente podía ayudarla
porque Jesús ya tendría la compañía de Lázaro, además era lo propio de las
mujeres de aquel tiempo, organizar la casa y dejar a los hombres con sus cosas.
Sin embargo María no atiende a Jesús por
el mero hecho de conversar, sino por el contenido de esa conversación. Se
siente tan atrapada por la Palabra de Dios que Jesús anuncia, que no se da
cuenta de nada más. El encuentro con Jesús no es uno de tantos encuentros con
amigos o familiares. María ha ido descubriendo en él a alguien especial, que
transmite una paz serena en medio de los desalientos de la vida y cuya palabra
colma de dicha su corazón porque contiene la fuerza arrebatadora de Dios que
colma de gozo el corazón del oyente, transformando por completo su existencia.
Jesús no es uno más dentro de su círculo
de amistades, él es el Maestro, el Señor, y así lo confesarán las dos cuando
ante la muerte de su hermano Lázaro y posterior resurrección, por fin descubran
con sus propios ojos al Salvador del mundo.
Este pasaje del evangelio de hoy ha sido
visto por la comunidad cristiana como las dos facetas esenciales de la vida
creyente, la acción y la contemplación. Y es bueno caer en la cuenta de los
peligros que podemos correr si nos olvidamos de la necesaria unidad entre ambas
actitudes cristianas para una sana y fecunda espiritualidad.
Marta no va a ser desautorizada por Jesús
por el hecho de que se afane en las tareas. Pero sí necesita comprender que el
objetivo último de nuestra vida, y por lo tanto también de nuestros
compromisos, no está en su finalidad inmediata, sino en compartir la vida de
Dios.
Cuando Jesús envía a sus discípulos a las
aldeas y ciudades de Palestina, es para que le preparen el terreno a él y a su
Palabra. Cuando se despide definitivamente de los suyos, les envía a hacer
discípulos de todas las gentes, por medio del bautismo.
Cuando nosotros vivimos comprometidos en
tareas sociales o pastorales, atendiendo a los necesitados, luchando por la
justicia, formando a las nuevas generaciones en la fe cristiana, atendiendo a
los enfermos y necesitados, todo lo debemos hacer para favorecer el encuentro
de nuestros hermanos con Jesucristo y suscitar en ellos su seguimiento gozoso y
pleno. Y no sólo quedándonos en los aspectos materiales, por muy necesarios que
estos puedan serlo.
Toda la vida de los creyentes ha de estar
orientada al encuentro con Jesucristo, y nuestras acciones serán auténticamente
evangélicas si contienen en sus medios los valores del evangelio, y buscan como
su fin la alabanza y gloria del Señor.
Por eso a la dimensión activa y
comprometida de la vivencia creyente, ha de estar unida la dimensión
contemplativa de nuestra fe.
María disfrutaba escuchando a Jesús, y a
Jesús le gustaba poder dialogar de esas cosas íntimas de Dios con aquellos que
tenían un corazón bien dispuesto.
Como en cualquier realidad humana, la
relación interpersonal de encuentro, diálogo, conocimiento del otro, intimidad
y afecto, hacen que nos desarrollemos plenamente y que sintamos la dicha del
auténtico amor que nos llena de felicidad. Y este es el objetivo último de
cualquier ser humano, amar y sentirse amado, desarrollando así su vida de forma
serena y gozosa.
Jesús agradece esa atención de María, y
lo hace asegurando que ha escogido la mejor parte y que nadie se la va a
quitar. Si el fin último de nuestra vida es contemplar a Dios y darle gloria
por siempre en compañía de nuestros seres amados, María ya lo esta
experimentando en esta visita de Cristo a su casa y a su corazón.
De esta manera podemos comprender que si
nosotros cuidamos ese espacio de cercanía e intimidad con el Señor, si buscamos
los momentos de encuentro con él en la oración y escucha de su palabra,
sabremos degustar el gozo de ese encuentro que nos ayudará a sobrellevar
nuestra vida y a descubrir en ella aquello por lo que realmente merece la pena
vivir y morir.
La contemplación de Jesucristo nos
llevará al compromiso evangelizador. Nunca la oración es para desentendernos
del mundo y sus problemas. Al contrario. Quien siente en su interior resonar la
palabra del Señor, escuchará constantemente los lamentos de este mundo por el
que él entregó su vida, y contemplando a Jesucristo crucificado, descubriremos
a su lado los rostros de aquellos que hoy siguen sufriendo y que nos imploran
compasión y ayuda.
De este modo uniremos fe y vida, acción y
contemplación, y la vida de los cristianos será en medio de nuestro mundo,
testimonio de Jesucristo y esperanza de nueva humanidad.
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