DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO
9-07-17 (Ciclo A)
El evangelio que
acabamos de escuchar, es toda una acción de gracias que brota del corazón
gozoso de Jesús ante la acogida que entre los más sencillos va teniendo su
Palabra. Jesús da gracias al Padre porque se ha revelado a los últimos de este
mundo, mostrando su amor y misericordia para con los sencillos y humildes. No
en vano el mismo Jesús nos invita a aprender de él que es “manso y humilde de
corazón”.
La mansedumbre y
la humildad de Jesús no se contraponen a su misión de anunciar el Reino de Dios
con rotundidad y entrega. Su fidelidad a
la misión encomendada por el Padre, le hace seguir su camino sin desvíos ni
flaquezas, y la contundencia con la que denuncia la injusticia y el sufrimiento
de sus hermanos, los hombres y mujeres más débiles, va siempre acompañado de
este sentimiento acogedor y sencillo para todos.
Que necesario se
hace en nuestros días asumir las actitudes del Señor. Sometidos a los modos y
maneras del mundo, los cristianos corremos el riesgo de comportarnos más según
las reglas del mercado, del poder o del bienestar, que conforme al espíritu
fraterno, sencillo y misericordioso de Jesús.
Desde niños se
nos enseña a competir y pelear. Competimos en los estudios, en las artes y la
cultura, en el deporte y en el ocio. Peleamos por ser más que los demás,
superarnos respecto de nuestros padres y mayores, y nos olvidamos que la justa
promoción humana y el valor de la superación para mejorar, ha de ir siempre
acompañada de la sencillez y la humildad para reconocernos limitados y
necesitados de los demás.
No sólo hemos de
educar a los niños y jóvenes en esta dimensión generosa, servicial y fraterna.
Nosotros los mayores debemos reeducarnos también, y recuperar a la luz de la
fe, el verdadero carácter cristiano con el que construir nuestras relaciones
interpersonales desde valores que nos unan y no nos enfrenten.
La mansedumbre y
la humildad son el sustrato necesario para el perdón y la reconciliación. Sólo
los corazones sencillos y humildes saben acoger y perdonar con verdad. Podemos
recordar ese pasaje del evangelio de S. Lucas donde el Padre espera ansioso la
vuelta del hijo pródigo que se había marchado de su lado. No era él el culpable
de su marcha y lo sabía, pero lo importante no era buscar culpables. Lo
fundamental consistía en recuperar a su hijo perdido, y si para eso tenía que
sacrificar cualquier orgullo o reproche no dudaba en hacerlo de corazón y
abrazarlo lleno de gozo.
Cuantos de
vosotros padres y madres no habéis experimentado el silencio y la paciencia, la
humillación y la tolerancia como el medio más eficaz para la reconciliación
conyugal y el acercamiento a los hijos. Y por muy grande que haya sido la
ofensa sufrida, ¿no ha sido mayor el gozo del reencuentro recuperando así la
armonía familiar?
La sociedad
necesita de espacios de auténtica humanidad, donde el respeto y la confianza se
vayan abriendo paso a la hora de enjuiciar las vidas de quienes nos rodean
desde comportamientos más sencillos y menos orgullosos.
Es verdad que en
demasiadas ocasiones abrimos brechas en la convivencia que resultan casi
insalvables. La intolerancia, la violencia en la sociedad y en el hogar, el
egoísmo explotador de los más débiles, todo ello se abre como un abismo de
dolor y rencor que es lo más contrario al Reino de Dios que Jesús nos presenta
como proyecto de vida. Descubrir la urgencia de ir sanando este mundo desde el
amor, y poner todo nuestro esfuerzo en construir puentes de encuentro que
favorezcan la fraternidad, es una exigencia de nuestra fe, y un motivo de
esperanza para todos.
Jesús nos dice en
el evangelio que su yugo es llevadero y su carga ligera. A esta conclusión sólo
puede llegar quien asume su misión y condición desde el amor y la entrega a los
demás. El yugo de la familia y sus cargas son llevaderos si se viven desde el
amor, el respeto y el servicio. El yugo de la amistad y sus cargas, se soportan
desde la confianza y la sinceridad. Y así podemos seguir con todo en la vida
descubriendo que según cómo nos enfrentemos a cada aspecto de la misma,
viviremos en un ambiente interior de gozo y serenidad, o por el contrario desde
la amargura y el enfrentamiento.
Hemos de
reconocer que en la mayoría de las ocasiones, nuestra forma de enfrentarnos a
la vida va a determinar el cómo la vivamos. Si nos movemos en un ambiente
interior de paz y esperanza, es más fácil transmitir esa paz en todo lo que
hacemos. Si por el contrario caemos con facilidad en los prejuicios, en la
envidia o en el mal pensar de los demás, también sembraremos a nuestro lado
discordia y malestar. No olvidemos que una de las bienaventuranzas del Señor es
“dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
Es lo que en esta
eucaristía le pedimos al Señor. Que él nos ayude a tener limpieza en el mirar y
en el sentir, para que el corazón goce de una salud que nos ayude a ser
comprensivos y misericordiosos con quienes nos rodean, y que vayamos creando
entre todos un estilo de relaciones humanas basadas en la humildad y la
sencillez para podernos reconocer como hermanos y así vivir el gozo de nuestra
condición de hijos de Dios.
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