DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO
25-06-17 (Ciclo A)
Tres veces repite Jesús en el evangelio
la misma frase, “no tengáis miedo”, y la primera de ellas nos muestra a qué no
tenemos que temer, “a ellos”, a quienes unos versículos antes ha personificado
en quienes nos persiguen, insultan, injurian…, haciéndonos saber, que el
discípulo no es más que su maestro.
Efectivamente, en nuestros días podemos
atravesar nuevas formas de persecución y de ridiculización de la fe, que hace
de los creyentes, confesos o anónimos, el objeto de sus ataques o desprecios.
Tal vez nos habíamos acostumbrado en nuestro entorno europeo tan cristianizado,
a vivir una fe en plena libertad y sin demasiados sobresaltos. Y tal vez
también esa ausencia de conflictividad religiosa, nos haya podido sumir en una
actitud anodina ante la vida.
Una fe vivida en el mero ritualismo, sin
una recia espiritualidad que conlleve implicaciones profundas en la vida
personal y social, va adocenando la propia personalidad diluyendo la sal de la
fe en el inmenso lago de la indiferencia religiosa.
Y esto que puede parecer insignificante,
o incluso normal en los tiempos de la relatividad en que vivimos, donde todo
vale en aras a una magnificada libertad individualista, tiene consecuencias muy serias.
Primero para la persona creyente que va
perdiendo la intensidad de su fe, de manera que le resulta casi innecesaria
para vivir conforme a esos cánones hoy establecidos. Después para la misma
comunidad eclesial que resulta irrelevante en medio de la sociedad, ya que no
es capaz de mostrar ninguna nueva vía de esperanza, y por último para la misma
sociedad que carece de referentes que promuevan una humanidad conforme a los
valores del Reino de Dios, justa, fraterna y misericordiosa, asentada en la
verdad y la justicia.
Y cuando surgen voces cristianas críticas
con esta manera de vivir tanto dentro como fuera de la Iglesia, es entonces
donde surge la violencia.
Mientras los cristianos estén callados o
metidos en los muros de sus iglesias, o lo que sería peor, disimularan su fe
mirando para otro lado, se les tolera. Pero en cuanto pretendan hacer oír su
voz profética, en fidelidad al Evangelio de Jesucristo, con lo que conlleva de
implicación en la vida pública, coherencia en la propia existencia, y denuncia
de las injusticias que oprimen y esclavizan al ser humano, entonces se les
persigue incluso a muerte.
Y es aquí, donde debemos escuchar con
serenidad y esperanza la Palabra del Señor; “no tengáis miedo”.
No tengáis miedo a quien nada puede hacer
para apartaros del amor de Dios y de su promesa de vida en plenitud. No tengáis
miedo a quienes se sirven del terror para robarnos la libertad y la paz. No
debemos dejarnos amedrentar por quienes pretenden atar nuestras manos o
amordazarnos para silenciar la voz profética que requiere con urgencia nuestro
mundo.
Porque si la voz se silencia, la palabra
no puede escucharse. Si nos dejamos vencer por el miedo, quién llevará la
esperanza y el consuelo a tantos hermanos necesitados de sentido y de justicia.
La rapidez con que los medios de
comunicación nos acercan las malas noticias, y la permanente focalización de
las mismas como si sólo existieran las sombras en el mundo, pueden provocar en
nosotros el miedo irracional y exclavizante.
Y esto es dejarnos atrapar por la misma
dinámica de la mentira, ya que no la hay mayor que aquella que se nutre de
medias verdades.
Nuestro mundo sigue siendo el lugar donde
Dios ha plantado su tienda, se ha encarnado con ternura, para compartir nuestra
historia y transformarla con paciencia y misericordia. Dios no ha permitido la
entrega de la vida de su Hijo amado, para dejarse vencer por el odio. Un odio
que ya ha sido vencido precisamente por el amor infinito del Señor.
Y aunque las sombras de nuestro mundo
muchas veces parezcan oscurecer el firmamento, la luz de Cristo brilla con
mayor intensidad si encendemos en medio de esas tinieblas la humilde llama de
la fe y la caridad.
No tengáis miedo! No merece la pena vivir
en la permanente esclavitud del pánico. Y menos cuando muchas veces es fruto de
la magnificación de los voceros, más que de la propia realidad de las cosas. Es
verdad que a una religiosa la han agredido, y que una capilla ha sido pasto de
las llamas. Pero cuantas religiosas y religiosos, sacerdotes y misioneros,
seguimos realizando nuestra labor con confianza y entrega, superando
dificultades y animando con ilusión la vida de nuestros hermanos.
Cuantas capillas, iglesias y lugares de
oración, siguen siendo espacio de encuentro con el Señor, donde escuchamos su
Palabra, nos nutrimos con la Eucaristía, y nos fortalecemos con sus
sacramentos.
Dejarnos vencer por el miedo, es permitir que
se apropie de este mundo quien nada hace por él, quienes sólo se sirven de
falsos discursos para mantener la mentira que les sustenta, quienes necesitan
pervertir la verdad para vivir en su impostura.
Y la única voz capaz de denunciar y
descubrir esa mentira, es la Palabra de la Verdad, y como nos dice el Señor,
“la verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Y cuando se experimenta con gozo la
libertad, el miedo queda vencido para siempre. Por eso, “no les tengáis miedo”.
Los cristianos tenemos infinitas razones
para vivir con alegría, tanto en los tiempos de bonanza como en las
adversidades. Y es precisamente en medio de las dificultades, donde con mayor
intensidad se experimenta el don de la fortaleza que proviene de la fe. El
Espíritu Santo que actúa de forma permanente en nosotros, es el que nos llena
con su gracia para afrontar esos momentos de debilidad. Porque una cosa es la
tristeza y el dolor que podemos sentir en tantas circunstancias, y otra muy
distinta dejarnos vencer por la desolación. Como nos dice S. Pablo, la fuerza
de Dios, se realiza en la debilidad (Cfr. 2Cor 12,9).
Hoy se nos invita a recuperar la mirada
positiva de la vida, en esta maravilla de mundo que el Señor ha puesto en
nuestras manos. A tomar las riendas de nuestra historia para que sea regada con
el fecundo rocío del amor de Dios, capaz de vencer para siempre cualquier
atisbo de rencor o de mal.
Jesucristo es el Señor de la historia, y
nada podrá impedir la instauración de su Reino de amor, de verdad, y de
justica. Por eso podemos vivir con la plena confianza de que estamos en sus
manos.
Que esta experiencia de fe nos ayude en
todos los momentos de nuestra vida, porque sólo a él corresponde el juicio de
la historia, ya que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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