DOMINGO IV DE
ADVIENTO
24-12-17
(Ciclo B)
Al
llegar al final de este tiempo de Adviento, la Palabra de Dios nos regala con
una de las páginas más bellas de la Escritura. El diálogo entre el enviado de Dios
y María, nos descubre una experiencia llena de ternura, de confianza y de
disponibilidad.
“Alégrate
llena de gracia”; con este saludo tan denso, el ángel se presenta ante
María, una humilde joven de Nazaret, que del anonimato más absoluto, va a pasar
a ser protagonista fundamental de la Historia de la Salvación.
La
vida de María, desde el momento de su nacimiento, ha estado bendecida por Dios.
Y es la profundidad de su vida espiritual, su experiencia de fe y su capacidad
de servicio, lo que capacita a María para recibir esta propuesta de Dios con
responsabilidad y entera disponibilidad.
Pero
seguimos desgranando este Evangelio tan hermoso; Ante el sobresalto de María,
por esta presencia inesperada, el enviado de Dios, Gabriel, prosigue con el
contenido fundamental de su misión. María es la elegida por Dios para ser la
puerta de su Encarnación en la historia. Y aunque todos los elementos humanos
estén en contra de esta posibilidad, el ángel explica cómo acontecerá esta
acción divina: “la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que
va a nacer se llamará Hijo de Dios”.
Para
Dios nada hay imposible, no tiene más que mirar la situación de su prima
Isabel. Ella también ha sido elegida por Dios para que de sus entrañas nazca
quien preparará el camino al Señor.
Y
el diálogo concluye con esta frase que tantos creyentes han ido repitiendo a lo
largo de su vida, “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra”.
En
un texto tan breve, se condensa toda una vida orientada por entero al Señor. Y
ante el inmenso amor que María siente por parte de Dios, se llena de ilusión y
de esperanza al recibir de su mano la misión más importante que jamás nadie
haya recibido.
Ser
la madre de Jesús, el Mesías, el Salvador, se contempla ahora como una bella
responsabilidad, llena de gozo y de futuro esperanzador.
La
vida de la madre estará siempre unida a la de su hijo, vivirá pendiente de su
suerte y se convertirá en víctima inocente del mismo destino que a él le
aguarda. Desde el momento de su concepción y hasta el pié de la cruz en el
Calvario, María acompañará a su hijo, compartiendo su misma vida y su misma
muerte.
En
María todos hemos puesto nuestra mirada como modelo de creyente. Ella nos
muestra el camino que conduce hasta su Hijo, nos alienta en todos los momentos
de nuestra vida y nos sostiene ante las dificultades.
El
pueblo de Dios la ha otorgado los más hermosos títulos que adornan su figura, y
también aquellos por los que busca su amparo. Ella es abogada nuestra, aquella
que vuelve sus ojos misericordiosos en medio de este valle de lágrimas.
Y en ella encontramos los cristianos a la
madre que el mismo Señor Jesús nos regaló para que alentara nuestra fe y
nuestra esperanza.
En nuestros días siguen siendo muchas las
personas que a ejemplo de María entregan su vida al servicio de los demás. Con
su generosa disponibilidad van sembrando de amor y de ilusión este mundo
nuestro a través de múltiples servicios dentro y fuera de la Iglesia.
Esta es la respuesta que todos debemos
dar al Señor en medio de nuestra vida, que se haga siempre su voluntad. El no
nos va a pedir cosas imposibles ni que superen nuestras capacidades. Y si se
fija en nosotros para una tarea concreta bien en la vida laical, sacerdotal o
religiosa no es para complicarnos la existencia, sino para hacernos
responsables de ella siendo plenamente felices en la entrega generosa al
servicio de su Reino.
La fe no es una realidad que pueda
reducirse al ámbito de lo privado, al silencio y oculto del corazón.
Ciertamente es una experiencia de encuentro personal con Dios, pero que de
forma inmediata se pone en camino, en apertura a los demás y en comunión
fraterna con quienes sentimos arder en el alma la misma llama del amor del
Señor. No en vano la colecta de este día es la gran llamada a la solidaridad
que todos recibimos desde la urgencia de quienes padecen el sufrimiento que la
pobreza y el abandono les ocasiona. Hoy es el día de mirar más allá de lo
individual y sentir la necesidad de ser generosos con los necesitados, porque en
ellos Dios nos llama a socorrer su necesidad.
Queridos
hermanos. Estamos a la puerta de vivir el nacimiento del Señor. Y año tras año
lo rememoramos con la ilusión y la esperanza de
que por fin sea una navidad de paz y de felicidad para todos. Pero este
deseo permanente depende en gran medida de nuestra disposición personal, de
nuestra acogida a la llamada que Dios nos hace y a la que debemos responder con
generosidad. El nos señala con su estrella el camino que nos conduce a su
presencia para que lo recorramos unidos en una misma fraternidad. De este modo
podremos cantar la gloria de Dios, que llena de paz la vida de los hombres de
buena voluntad.
Que
María, la mujer que se hizo servidora del Señor, y desarrolló plenamente su
libertad al ponerla confiadamente en las manos amorosas de Dios, nos enseñe a
vivir la entrega personal desde la confianza y así podamos como ella alegrarnos
en Dios nuestro Salvador, cuya misericordia cantamos por siempre, dando
testimonio con nuestra vida de Jesucristo,
cuya venida a nuestras vidas anhelamos.
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