No vi la gala de los
Premios Goya celebrada este pasado sábado 2 de febrero, pero sí he podido ver
la recogida del Goya al mejor Actor Revelación de D. Jesus Vidal y escuchar sus
palabras de agradecimiento. Nunca antes he notado tanta gratitud, frescura y
sencillez en alguien que recibe un premio, y seguro que la inmensa mayoría son
muy merecidos.
Pero en este caso,
después de sentir cómo se me iban empañando los ojos ante la emoción que este
gran actor nos transmitía, concluyó con una frase sublime tras agradecer
conmovido a sus padres, todo lo que de ellos había recibido: “A mí sí me gustaría tener un hijo como yo,
porque tengo unos padres como vosotros. Muchísimas gracias”
Esta frase seguro que
no la olvidaré jamás, porque no sólo muestra un sentimiento filial lleno de
ternura y gratitud, sobre todo manifiesta una calidad humana extraordinaria
tanto en esos padres que amaron, cuidaron y supieron llenar de dicha la vida de
su hijo, como la clara conciencia del hijo de que su valor no lo determinó una
situación de discapacidad, sino el amor que recibió en todos los momentos de su
existencia.
En una sociedad tan
acostumbrada al descarte de las personas distintas, y tan complaciente con
quienes seleccionan entre sujetos posibilitando la vida de unos y la muerte de
otros, escuchar esta voz sencilla, temblorosa y agradecida ha sido un regalo.
Jesús Vidal estaría
entre los candidatos al descarte, pero algo ha hecho que se colara entre los
candidatos al Goya. ¿Ha sido la casualidad, la excelencia, el error? Da igual. Él lo ha dejado muy claro al final
de su brillante discurso sin papel ni pinganillo. Su espontaneidad responde a
la cuestión; él sabe que su vida y las de aquellos que son como él merece la
pena, es plena en sí misma y nada de ella debe ser oscurecido, disimulado o
extirpado, no por el gran valor de sus capacidades intelectuales, físicas o por su belleza exterior, sino porque
alguien le ha mirado con exclusividad, con ternura y con el suficiente amor,
que le ha hecho único, irrepetible e indispensable. Jesús ha sentido en su vida
que sus padres y hermana lo miraban como a nadie, que valía como nadie,
que podía lo que nadie y que su
existencia les era necesaria para ellos poder vivir felices. Jesús no era
prescindible para los suyos, era indefectible por la sencilla razón de que los
parámetros con los que su vida era medida no se correspondían con los de una
sociedad vacía y autocomplaciente.
Todos los hijos, niños
y niñas, vienen a su casa, a una familia, a un entorno humano que sólo lo es si
tiene cualidad de humanidad. Y Jesús nos lo ha descrito con una clarividencia
formidable. Por eso él puede tener un hijo como él mismo, porque sabe que será
recibido como lo fue él, será querido como lo quisieron a él, y será claro
candidato al triunfo de su vida como ha triunfado él. Porque aunque no gane la
cabeza de tan insigne pintor, habrá ganado el mayor premio que un ser humano
puede recibir y que por suerte no depende de ninguna votación, ni legislación,
ni ideologías dominantes, su inalienable DIGNIDAD.
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