DOMINGO I DE CUARESMA
10-03-19 (Ciclo
C)
Con
el rito de la imposición de la ceniza, comenzábamos el pasado miércoles este
tiempo de gracia que es la cuaresma. En él vamos a prepararnos personal y
comunitariamente para que convirtiendo nuestra vida al Señor, podamos vivir la
experiencia central de nuestra fe, la Pasión, muerte y resurrección de
Jesucristo, fundamento de nuestra vida cristiana.
Ante nosotros tenemos cuarenta días en
los que la Palabra de Dios busca empapar nuestros corazones, para que situados
frente a nuestro propio ser nos veamos con sencillez y con verdad, descubriendo
aquello que nos va alejando del amor de Dios y de la auténtica fraternidad con
los demás.
Dios nos ayuda a contemplar la realidad
de nuestra vida y sobre todo nos anima a asumirla con responsabilidad y
gratitud. El Espíritu del Señor es el que nos introduce en nuestro desierto
interior para descubrirnos tal y como somos con nuestras luces y sombras,
fracasos y logros, situaciones de gracia y de pecado. En este desierto del
alma, Dios sale a nuestro encuentro para llenarnos con su amor y misericordia,
y así ayudarnos a entender la vida que cada uno tiene por delante como un
proyecto que está por realizarse y que lo podemos desarrollar siguiendo el
camino de su Hijo Jesús, nuestro Señor y Salvador.
En
este itinerario cuaresmal no estamos solos. Jesús nos abre el camino y se sitúa
a nuestro lado para hablarnos al corazón y llenarlo con la fuerza de su
Espíritu. Y qué mejor maestro que aquel que pasó por similares penalidades en
su vida.
Como nos narra la Sagrada Escritura,
Jesús tiene ante sí su futuro. Sabe que su existencia está marcada por esa
relación cercana, personal e íntima con su Padre Dios. El siente que su persona
entera está en las manos de Dios y nadie más que él puede ser dueño de la
misma. Ni el poder, ni la gloria o el dinero, son lo suficientemente grandes
como para traicionar a Dios. “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás
culto”. Con esta frase termina su lucha interior con el Tentador, y marca de
forma definitiva el rumbo de su vida.
Sólo
Dios es el Señor, sólo a Él se le debe adoración, y sólo en Él está la vida en
plenitud, aquella por la que merece la pena entregarse. Los señores de este
mundo, los poderosos y satisfechos, sólo se sirven a sí mismos y se valen de
los demás para detentar su gloria. Muchos son los que desean ocupar esos
puestos, tal vez todos en el fondo de nuestro corazón vivamos más de una vez
esa poderosa tentación. Pero no hay más que ver la realidad circundante para
darnos cuenta de que es muy difícil unir justicia y verdad, con el ansia de poder y riqueza; generalmente
estas ambiciones son causa directa de la injusticia y de la violencia que
sufren los débiles a manos de los fuertes, y están en la base de todas las
desigualdades y opresiones.
La
cuaresma nos ha de ayudar a depurar nuestras intenciones profundas, descubrir
la verdad de nuestra vida y orar con confianza a Dios para que sea Él quien nos
oriente y acompañe en el camino hacia su Reino. No en vano las tres actitudes
que tradicionalmente nos propone la Iglesia, ayuno, caridad y oración, son un
medio muy adecuado y eficaz para este fin. La austeridad y el ayuno nos ayudará
a comprender mejor las necesidades de los demás, a sentirnos cercanos a ellos y
a liberarnos de tantas ataduras que nos van esclavizando y apropiándose de
nuestros sentidos. El amor auténtico se concreta en obras de caridad para con
los pobres y necesitados. No somos austeros para ahorrar sino para compartir
con aquellos que pasan necesidad, reconociendo que los bienes que poseemos no
son propiedad nuestra de forma exclusiva e individualista, sino que han de
servir al bien de todos porque Dios ha puesto en nuestras manos su creación
para que desarrollándola de forma justa y respetuosa, a todos nos aproveche por
igual. Es el egoísmo instaurado en el corazón por el maligno, lo que tantas
veces infunde en nosotros deseos de
acaparar, cayendo en la idolatría que nos somete y esclaviza.
Estas dos actitudes primeras, que el
mismo Jesús va imponiendo frente al tentador que pretende desviarle de su
camino, encuentran su fuerza y fundamento en la tercera, la oración. Toda la
vida del Señor discurre bajo la acción del Espíritu de Dios. En Él descansa
nuestra existencia, y sólo a Él pertenece nuestro ser. El mismo Espíritu que
empujó a Jesús al desierto y que lo fortaleció constantemente en la búsqueda de
la voluntad del Padre, es el que ahora nos ayuda a iniciar este recorrido
cuaresmal.
Y lo debemos emprender desde nuestras
realidades concretas, en el seno familiar, en el mundo laboral o de estudio, en
nuestras relaciones afectivas y sociales; todo nuestro ser ha de ponerse en
situación de vuelta hacia Dios. Porque de esta experiencia gozosa de encuentro
personal con el Señor, sentiremos renovada nuestra fe para poder ser en medio
del mundo testigos de la esperanza cristiana.
Es
verdad que cada vez resulta más complicado hablar de Dios en el ambiente
actual. Muchas veces parecemos cristianos anónimos, o lo que es peor,
vergonzantes. Podemos llegar a ocultar nuestra fe hasta en los ambientes de
mayor confianza, como son el mismo núcleo familiar. Y sin embargo no cabe duda
de que el testimonio personal y la constancia, junto con la conciencia dichosa
de pertenecer a una comunidad eclesial en la que hemos nacido y crecido a la fe
en Jesucristo, son el mejor ejemplo que podemos ofrecer para evangelizar.
Cuantas veces debemos recordar esa frase del
evangelio; “lo que rebosa en el corazón, lo habla la boca”. Esta es la muestra
de una vida cristiana vivida con alegría y esperanza. Tal vez seamos menos los
que nos confesamos creyentes hoy, pero no cabe duda de que en esa confesión
valiente y sincera de muchos hermanos nuestros, se va robusteciendo la fe de
los más débiles, consolidando la de quienes atraviesan por penumbras, y dando
testimonio auténtico de Jesucristo.
Estamos
comenzando un tiempo privilegiado para volver la mirada hacia el Señor y
descubrir lo que nos pide a cada uno en este momento. Todos necesitamos
convertirnos: renunciar al odio, al egoísmo o la injusticia; no sólo evitar
causar cualquier daño al prójimo, sino procurar siempre hacerle el bien.
La oportunidad de acercarnos a vivir
sacramentalmente esta experiencia del perdón, es una puerta santa que se nos
abre de forma preeminente en este tiempo. Para ello la Iglesia nos muestra el
camino adecuado para celebrar la conversión; contemplar desde la verdad nuestra
vida, reconocernos necesitados de la misericordia del Señor, y sentir con dolor
el mal que hemos podido causar con mayor o menor responsabilidad. Acercarnos al
sacerdote, ministro de la Iglesia, y a quien Jesucristo ha encomendado escuchar
y acoger al pecador para transmitirle sacramentalmente su misericordia, es
indispensable para poder celebrar con autenticidad este sacramento. En ese diálogo
auténtico y sencillo, recibimos el consuelo del Señor, quien a través de su
Iglesia nos estimula y la fortalece para cambiar de actitudes e iniciar una
vida bajo la acción de su gracia.
Que el Señor nos ayude para que este
camino cuaresmal nos acerque más a él. De este modo podremos llegar a la
experiencia pascual con el corazón renovado y vivir con gozo y gratitud la
alegría de su resurrección, en la cual se fundamenta nuestra fe y nuestra
esperanza.
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