FIESTA DEL
BAUTISMO DEL SEÑOR
10-1-2021
(Ciclo B)
La fiesta
del Bautismo del Señor cierra este tiempo de gracia que es la navidad. Aquel
anuncio que los ángeles ofrecían a los pastores “en la ciudad de Belén os ha
nacido un Salvador”, es hoy ratificado por el mismo Dios, “Tú eres mi Hijo
amado, mi preferido”. El Dios que tantas veces se manifestó ante su pueblo por
medio de sus profetas y enviados, habla ahora por sí mismo ante el Hijo adulto
que se dispone a asumir su vocación y misión en perfecta fidelidad al Padre.
El
bautismo de Jesús supone el comienzo de su vida pública y ministerial. Hasta
ahora ha vivido en su pueblo, junto a su familia y seres queridos, completando
su formación humana y espiritual; un tiempo discreto y silencioso que ha ido
construyendo su ser y madurando su personalidad.
De este
espacio entre su infancia y madurez, no tenemos más que un pequeño relato,
donde S. Lucas nos muestra a un Jesús adolescente en el Templo entre los
doctores de la Ley. Aquel niño perdido y encontrado por sus padres regresa con
ellos a Nazaret, y el evangelista terminará diciendo, que “iba creciendo en
estatura y en gracia ante Dios”. Es decir, que la vida del Jesús adulto viene
precedida por todo un tiempo largo de maduración personal, vivencia interior y
riqueza espiritual. Y así, comienza su tarea con un gesto simbólico, su
bautismo.
De la misma manera que todos aquellos hombres y
mujeres animados por el mensaje de Juan quieren prepararse para acoger el don
de Dios, Jesús se pone en la fila de los pecadores para cambiar el rumbo de
nuestra historia. Y aunque no necesite del bautismo como remisión de los
pecados, sí nos muestra que por este gesto, el mismo Dios se nos manifiesta
como Padre y nos agrega a su pueblo santo.
Los bautizados somos incorporados a la familia de
Dios, nos hacemos hijos suyos por medio de su Hijo Jesucristo, y asumimos la
misión de anunciar el evangelio que vivimos, entregándonos en la construcción
del reino de Dios en medio de nuestro mundo y ofreciendo nuestras vidas al
Señor para ser portadores de su esperanza desde el servicio a los más
necesitados.
Cada uno de los cristianos debemos este nombre a
nuestra vinculación a Cristo, sacerdote, profeta y rey, y que nos une a la gran
familia de la Iglesia. El pueblo santo de Dios existe mucho antes de mi
incorporación personal al mismo, y al ser admitido por el bautismo, como
miembro de pleno derecho en él, me comprometo a configurarme junto a mis
hermanos, conforme a la persona de Jesucristo
nuestro Señor.
El
sacramento del bautismo, por unirnos a la comunidad cristiana, también implica
a ésta para el desarrollo y maduración de la fe de sus miembros.
Hoy es la
fiesta de nuestro bautismo, y al recordarla también podemos mirar cómo está
siendo nuestra vivencia de fe. Vamos a recuperar la fuerza de Dios en nuestra
vida y así vivir animados por él para entregarnos a los demás. No nos vayamos
apagando poco a poco cayendo en la rutina y perdiendo el sentido de nuestra fe.
Muchos
somos los bautizados y no tantos los que vivimos con plena conciencia este don
gratuitamente recibido. De hecho en nuestros días nos ha de causar enorme
tristeza contemplar cuantos hermanos nuestros han ido abandonando su vivencia
eclesial, y cómo algunas incluso lo justifican diciendo que son creyentes pero
no practicantes. La planta de la fe que no se nutre con el riego de la Palabra
de Dios y se alimenta con el pan de la Eucaristía, se muere de forma
irremediable.
Es misión
de nuestras comunidades eclesiales, favorecer el retorno a la comunidad de
aquellos que por cualquier causa se han distanciado de ella, desde un proceso
de acogida y de recuperación de su experiencia espiritual.
El
bautismo de los niños siempre se celebra condicionado a la fe de sus padres o
tutores, y con el acompañamiento permanente de la comunidad cristiana que lo
alienta y sostiene. Un sacramento celebrado por el mero interés o costumbre
social, no favorece a nadie además de poner en serio peligro su autenticidad.
La gracia de Dios se ofrece a todos, pero vivir bajo
la acción del Espíritu sólo es posible si acogemos el don de Dios y lo vamos
desarrollando con nuestra disponibilidad y entrega. Para ello está la comunidad
eclesial, que como madre y maestra, acompaña y fortalece la fe de sus hijos
para que sean discípulos de Cristo en el mundo.
Al igual
que el bautismo de un adulto ha de ir precedido de un tiempo de formación que
le ayude a recibir la Palabra de Dios y acogerla en su corazón, los niños
necesitan de un entorno familiar donde les sea posible conocer a Dios, aprender
a dirigirse a él con la confianza de los hijos e ir sintiéndolo como el amigo
cercano que nunca falla. De la transmisión de la fe de los mayores depende la
apertura a la misma de los pequeños. De la buena siembra, depende la abundante
cosecha.
Que en
esta fiesta del bautismo de Jesús, recuperemos la alegría de sentirnos parte de
su familia y pueblo. Que podamos recuperar la fuerza misionera en nuestras
vidas y así vivir con ilusión nuestro ser cristianos.
Ser cristianos no es algo vergonzante o a ocultar,
sino un don de Dios que hemos de comunicar con nuestro testimonio y con nuestra
palabra agradecida. Se nos tiene que notar desde lejos que vivimos gozosos por
nuestra fe, y que Jesucristo colma de dicha nuestra vida y esperanza.
Que Dios
nos ayude para que día tras día vivamos esta fe con ilusión, con gratitud y con
generosa entrega a los demás. De ese modo estaremos impregnando la vida de
nuestros pequeños del rocío fecundo que los ayudará a crecer no sólo en
estatura y fortaleza física, sino sobre todo en la gracia de Dios.
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