DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO
18-7-21 (Ciclo B)
“El
Señor es mi Pastor, nada me falta”, acabamos de cantar en el salmo con la
confianza puesta en el Buen Pastor que es Jesús.
Hoy su
palabra nos invita a valorar este don inmenso que es para la humanidad el que
en medio de ella se susciten personas capaces de encarnar los valores del Buen
Pastor.
El
profeta Jeremías, irrumpe con fuerza para denunciar precisamente la indignidad
de quienes han pervertido esta imagen sagrada. Los pastores a los que se
refiere el profeta no sólo son los vinculados a una dimensión religiosa, sino
también civil. Para el pueblo de Israel, el Ungido de Dios era tanto el rey,
como el sacerdote y como el profeta. Y ser ungido de Dios significa que en su
nombre se realiza esa misión de enseñar, santificar y gobernar a su pueblo; se
enseña la palabra de Dios, la cual no puede ser manipulada ni falseada conforme
al capricho del profeta; santificar al pueblo en nombre de Dios es unirlo y vincularlo
a Él para que se sienta confortado, fortalecido y bendecido en todas las
dimensiones de su vida. El sacerdote no puede buscar su beneficio personal o
familiar, sino entregarse servicialmente a quien se le ha encomendado. Y por
último el rey, los que ejercen el poder temporal, han de administrarlo con la
justicia de Dios, su misericordia y fidelidad, y no aprovecharse, oprimir y
someter a quienes están subordinados a su autoridad.
Pues
el profeta denuncia a todos estos estamentos, porque se han desviado de la ley
del Señor, oprimiendo, engañando y sometiendo a un pueblo que se ha descarriado, y anda
desorientado y perdido en medio de su desgracia. Un pueblo que acaba siendo
pasto del más fuerte, y que terminará
sufriendo la deportación a Babilonia.
Pero
no está todo perdido, el mismo profeta anuncia que llegará un día en el que el
Señor desposeerá a aquellos la grey que se les confió, para entregársela a
buenos pastores que sí cumplan su voluntad y apacienten como es debido a su
Pueblo santo.
Esta es
la imagen que retoma Jesús en el evangelio que hemos escuchado, sintiendo
compasión de sus hermanos porque andan como ovejas sin pastor. Si malo es ser
conducido por líderes o responsables indignos, igualmente malo es la soledad y
el abandono que sumerge en la desolación y la desesperanza.
Jesús
es el Buen pastor, que dará su vida por las ovejas. Él no busca beneficiarse,
ni aprovecharse de nadie, todo lo contrario, su palabra viene avalada por la
autenticidad de su entrega, su caminar precede por la senda a quien conduce a
través de ella. Los peligros y sinsabores son asumidos por él, y no por quienes
en él han confiado.
En
última instancia será su propia vida la sacrificada en el altar de la cruz, y
no tomará víctimas inocentes para sustituir su entrega personal.
Este
es el único Pastor del que podemos fiarnos por completo, porque ha sido una
vida gastada y entregada por amor, y con una generosidad sin medida.
Nuestro
mundo ha desvinculado el ejercicio de la responsabilidad pública del
cumplimiento de la voluntad de Dios, por lo menos de manera formal, si bien es
cierto, que muchos de nuestros gobernantes desean vivir su tarea con auténtica
vocación de servicio, lo cual es de agradecer y valorar por todos. Sin embargo,
también en nuestros días abundan los tiranos que siguen oprimiendo y
esclavizando a los pueblos, aprovechándose impunemente de los débiles y
sembrando de terror y angustia a incontables inocentes. Dios también les pedirá
cuentas de su injusto proceder.
Pero
no podemos quedarnos con enjuiciar el entorno de una manera ajena a nosotros.
He mencionado tres dimensiones o tareas que han sido ungidas por Dios,
sacerdocio, profecía y realeza. Las mismas que atribuimos a Cristo, y de las
cuales participamos todos en razón de nuestro bautismo. El día en que fuimos
incorporados a Cristo, se nos ungió con el Santo Crisma, y se nos hizo
partícipes de esta triple función sacerdotal, profética y real. Hoy también
nosotros somos responsables de santificar, enseñar y gobernar el presente con
fidelidad a Dios, amor a los hermanos y espíritu de servicio y sacrificio, al
igual que el Señor. Todos hemos sido constituidos servidores y garantes de la
justicia, la solidaridad y la paz en medio del mundo, y aunque otros tengan
mayores cotas de responsabilidad en razón de su puesto social, no por ello
podemos desentendernos de la marcha de nuestro mundo.
Asimismo
también debemos revisar como miembros de la Iglesia del Señor nuestra manera de
vivir esta pertenencia familiar y vocacional. Los pastores en la Iglesia debemos
ser testigos veraces, por nuestra palabra autorizada y nuestra vida coherente,
de Aquel que nos ha llamado para esta misión de apacentar a su pueblo, conforme
al Buen Pastor.
El
Pueblo de Dios tiene derecho a exigir que los pastores que el Señor les ha enviado
sean fieles, entregados, disponibles y generosos, de manera que además de
dispensar los misterios de Cristo, lo hagan presente con sus vidas y sus obras.
Para
ello debemos pedir con insistencia que el Señor envíe buenos pastores a su
pueblo, máxime en estos tiempos de sequía vocacional.
En
tiempos difíciles, se percibe con mayor claridad las carencias de una sociedad;
no sólo las económicas, también las morales y espirituales. Qué necesario es
entonces percibir referentes en todos los ámbitos de la vida familiar, pública
y eclesial.
Pues
pidamos al Señor en esta eucaristía que nos siga suscitando servidores
generosos y honrados que nos ayuden a vislumbrar un horizonte mejor. Y que
también por su estilo de vida y su palabra oportuna, nos ayuden a transformar
nuestro corazón de manera que sea acogedor y sensible a las necesidades de los
más débiles.
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