DOMINGO XXVI
TIEMPO ORDINARIO
26-09-21
(Ciclo B)
Un domingo más somos
invitados por el Señor a compartir el gozo de nuestra fe, alimentándola con el
pan de su Palabra y de su Cuerpo y su Sangre. Y esta Palabra de hoy nos ayuda a
contemplar con verdad, la realidad de nuestra manera de vivir la dimensión
comunitaria de la fe, bien sea en aquel pueblo en marcha hacia la tierra
prometida, sea en la actual comunidad eclesial. La primera lectura habla de la
donación del Espíritu de Dios a los setenta jefes del pueblo en camino por el
desierto. En el Evangelio se reflejan ciertos aspectos de la vida de los
discípulos y de los primeros cristianos en sus relaciones internas y con
aquellos que todavía no pertenecían a la comunidad cristiana. Santiago se
dirige al final de su carta a los miembros ricos de la comunidad para
recriminar su conducta y hacerles reflexionar sobre ella a la luz del juicio
final.
Lo primero que salta a los ojos, leyendo los textos de hoy, es que la comunidad cristiana primitiva y ya antes la comunidad judía del desierto están marcadas por la limitación e imperfección. Resulta llamativa la actitud de recelo respecto de quienes no pertenecen al propio grupo sea por parte de Josué: "Mi señor Moisés, prohíbeselo" (primera lectura) sea por parte de Juan: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo" (Evangelio). Otro punto es el escándalo que algunos miembros "fuertes" y "grandes" de la comunidad dan a los "pequeños", poniendo en peligro su fe sencilla y su misma pertenencia a Cristo. Entre quienes causan un escándalo especialmente grave están los ricos, que ponen su seguridad en sus riquezas y alardean de ellas ante los pobres. Pero además el apóstol va a denunciar su injusta forma de enriquecimiento, porque se aprovechan abusivamente de los pobres, no pagando diariamente el salario a los obreros, entregándose al lujo y a los placeres, pisoteando en perjuicio del pobre la ley y la justicia (segunda lectura). Aprendamos una cosa: ninguna comunidad cristiana concreta está exenta de debilidades y miserias. Cuando la comunidad eclesial resulta a las claras tan imperfecta nos ha de hacer vivir más conscientes de que es el Espíritu de Dios, y no nuestro interés, el alma que la vivifica y santifica con su presencia y sus dones.
Ante todo, se ha de
recalcar la gran apertura de espíritu de Jesucristo frente a quienes no
pertenecen al grupo, a la comunidad creyente y sin embargo realizan gestos
cargados de caridad y justicia; a quienes así obran, y además lo hacen en el
nombre del Señor, Jesús les dice "No se lo impidáis". Este
comportamiento de Jesús halla su prefiguración en el de Moisés, al saber que su
espíritu ha sido comunicado a Eldad y Medad que no pertenecían al grupo de los
setenta, y ante la oposición que le plantea Josué, responderá con claridad:
"¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojala que todo el pueblo de Yahvé
profetizara porque Yahvé les daba su espíritu!".
Jesús motiva su postura con dos reflexiones importantes:
1) Quien invoca su nombre para hacer un milagro, no puede luego inmediatamente
hablar mal de él. La persona de Jesús ejerce un influjo universal, no puede
quedar encerrada dentro de los límites humanos.
2) Quien no está contra nosotros, está con nosotros. Y esto es verdad, incluso
cuando no se pertenece a la misma comunidad de fe. Por otra parte, dentro de la
comunidad las relaciones entre los diversos miembros han de regirse por el
mandamiento de la caridad. Esa caridad que podríamos llamar
"pequeña", ha de ser la moneda
corriente para la convivencia diaria. Jesús pone el simple ejemplo de dar un
vaso de agua con la intención de vivir la caridad cristiana. Otra forma de
vivir la caridad es evitando el escándalo. Por amor hacia el hermano uno debe
estar dispuesto a acabar con cualquier cosa que lo pueda dañar. Así, en las
relaciones entre cristianos, máxime si se pertenece a la misma iglesia local,
debe reinar también la justicia entre los empresarios y los asalariados. Los
ricos, por su parte, han de ser muy conscientes de que sus riquezas no son
tanto para gozarlas y despilfarrarlas egoístamente, cuanto para vivir
responsablemente poniendo sus bienes al servicio de los necesitados.
En el catecismo de la
Iglesia se nos enseña que "Una teoría
que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica
es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir
efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que
perturban el orden social” (C.E.C. 2424). Y bien podríamos concluir, que
las crisis económicas de la que todavía muchas familias son víctimas, es
consecuencia de este desorden y ambición desmesurada.
El
Espíritu es el alma de la Iglesia, que la regenera y configura a la persona del
Señor Resucitado. Por eso es posible confiar en las posibilidades de conversión
que cada uno de sus miembros puede realizar en su vida, incluso aquellos que
tanto peso cargan por su pecado de avaricia y codicia.
Qué
necesario se hace en nuestros días ampliar la mirada más allá de las propias
necesidades o intereses. No podemos echar la culpa de todos los males sólo a
los que de forma evidente ostentan tanta riqueza. En el fondo todos nosotros
participamos del mismo pecado aunque sea a menor escala porque menor es nuestro
poder, y no porque menor sea nuestro deseo. Junto a la acción del Espíritu y
mezcladas con ella están las acciones humanas, con todas sus limitaciones. Por
eso, es necesario el discernimiento, para saber distinguir y separar lo que el
Espíritu del Señor quiere realizar en nuestro corazón y cuyos frutos serán la
concordia, la generosidad y la misericordia para con los demás, de aquello que
nos aleja y divide fruto del egoísmo.
Pidamos
en esta eucaristía que el Espíritu del Señor reavive en nosotros el don del
amor fraterno para que seamos sensibles a las necesidades de nuestros hermanos
más débiles, especialmente en estos tiempos adversos. Y que este mismo Espíritu
sane el corazón enfermo de quienes están sumidos en el materialismo pernicioso
causante de la desigualdad y la injusticia. No sea que como concluye el apóstol
en su carta, un día el Juez del Universo les tenga que decir “os habéis cebado para el día de la
matanza”.
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