DOMINGO
XXXII TIEMPO ORDINARIO
7-11-21
(Ciclo B)
Al escuchar las lecturas de hoy, lo primero que nos sugieren es el sentido de
la generosidad. Qué es ser realmente generosos. Y descubrimos que la
generosidad no es solamente la cantidad de lo que se da, sino que entran otros
factores mucho más importantes a los ojos de Dios. Los cuales los podemos
resumir en esta pregunta: ¿Qué parte de mí, implico en lo que doy? Jesús dice: “los demás han echado de lo que les sobra”.
Al dar, ellos no han tenido que darse. Lo que ellos dan tiene una implicación
muy baja, muy pobre en sus vidas, en cambio, las dos viudas que han aparecido
en las lecturas de hoy, aquella viuda de Sarepta, con el profeta y esta otra
viuda anónima del evangelio, al dar han tenido que implicar su propia
subsistencia, han puesto sus vidas en riesgo.
La generosidad, la verdadera generosidad está en el darse y sabemos que hemos
empezado a darnos cuando eso mismo que somos lo entregamos y nos lleva a la
inseguridad. Decía la bienaventurada Madre Teresa de Calcuta: “dar hasta que duela, dar hasta que te
afecte, dar hasta que tú mismo seas cambiado por la ofrenda que das”. Esta
es la clase de generosidad a la que nos invita el Señor, y por supuesto, uno podría
preguntarse: ¿cuál es el sentido de ese dar? ¿Por qué se nos reclama tanto?
Observemos que si uno baja un poco la medida, si uno baja la exigencia, no es
tan difícil encontrar gente que aporte. Hay en la naturaleza humana, no
solamente un impulso para acumular y para retener, también existe la alegría de
ofrecer. Esa alegría que es como natural y espontánea, es lo que se llama la
filantropía. Prácticamente todos los seres humanos sienten en algún momento de
sus vidas, o en muchos, que es bueno hacer algo por alguien, por los demás.
Nuestra personalidad está hecha de tal manera que sentimos gozo, nos sentimos
bien cuando compartimos con una persona que lo necesita. Pero aquí estamos
hablando casi de lo contrario. Porque según lo que la Madre Teresa de Calcuta
decía, hay que dar casi hasta que te sientas mal, hasta que te duela.
O conforme a lo escuchado en el evangelio, no es dar de lo que nos sobra, sino
dar de lo que tenemos para vivir. Y eso produce riesgo, produce inseguridad, y
tal vez produzca incluso preocupación. La generosidad, la genuina caridad
cristiana, en su expresión más fuerte, no es filantropía, no se trata de dar un
poquito, de sentirse uno bien sin ponerse en riesgo.
La caridad cristiana conlleva la entrega de uno mismo en aquello que comparte o
realiza en favor de los demás, sin calcular los riesgos que comporta, y
sintiendo como único motor, el amor fraterno que mana de nuestra propia
espiritualidad y vocación.
Dos son las enseñanzas que hoy recibimos: La primera, cuál es el sentido de la
generosidad, cuál es el sentido del dar y esto se resuelve con una pregunta:
¿Qué tanto de mí está implicado en esa entrega? Y lo segundo que hemos dicho
hoy es que esa generosidad va mucho más allá de la filantropía, aunque podamos
preguntarnos ¿Qué obtengo con eso?
Si uno lo mira desde un punto de vista solamente humano como que no tiene mucho
sentido, pero la clave está en lo que sucede en nuestra vida cuando descubre
primero la generosidad de Dios. La generosidad de mi donación me pone en
riesgo, pero también me pone en las manos del Dios generoso.
Eso aparece muy bien en la primera lectura, la viuda se pone en riesgo, esto
era todo lo que tenia para ella y para su hijo y eso se lo va a dar al hombre
de Dios, al profeta. Es como una ofrenda religiosa realmente, ¿qué gana ella
con eso? Gana la experiencia de la generosidad de Dios, el acento no hay que
ponerlo en todo lo que uno puede llegar a perder, que puede ser hasta la vida,
nos lo muestran los mártires, sino que el acento está en lo que uno puede
llegar a ganar cuando entra en el ámbito de la generosidad de Dios.
A través de esa entrega personal y total, que en el fondo es un acto de
confianza por el que yo me regalo a las manos de Dios, estoy descubriendo cómo
el Señor es un Dios generoso, que desborda su gracia y su amor en todas sus
criaturas y que me llama a prolongar esa actitud vital con todos los hombres,
mis hermanos más necesitados.
De este modo podemos comprender el asombro de Jesús ante el gesto casi
insignificante de aquella pobre mujer del evangelio. Lo que a los ojos de
cualquiera pasa desapercibido, e incluso resulta despreciable, para él contiene
todo el germen de la generosidad de Dios.
Pero no sólo eso, Jesús nos enseña a mirar la realidad con los ojos de Dios. El
no desprecia a quienes han dado de lo que les sobra, también es de agradecer el
gesto de aquellos que entregan parte de lo que tienen, y nadie debe sentirse
mal por compartir generosamente de lo que le sobra. Todo lo contrario. Pero lo
que Jesús destaca para quienes hemos tomado en nuestra vida la opción de
seguirle siendo discípulos suyos, es que debemos vivir las actitudes humanas
transformadas por el amor generoso y desbordante de Dios.
Un amor que tiene su más clara expresión en la entrega absoluta de Jesús, cuya
donación personal nos muestra hasta dónde ha estado Dios dispuesto a darse,
ciertamente hasta el vaciarse por completo para que todos tengamos vida en
plenitud.
Ese amor testimoniado a lo largo de la historia por
tantos hombres y mujeres que se han dado por completo en favor de los demás,
sigue siendo en nuestros días testimonio de auténtica caridad cristiana. No se
trata de la cantidad material de lo entregado, sino la calidad vital que en
ello se contiene. Y la caridad que se ejerce desde el amor, siempre resulta
liberadora y fecunda.
Dar
parte de lo que nos sobra se convierte en donación generosa de uno mismo cuando
en ello ponemos también nuestra solidaridad, compasión y afecto, para con
aquella persona hacia a la que acerco a mi vida por el hecho de poder compartir
con ella lo que tengo y lo que soy. Y esto lo podemos realizar con frecuencia
sin arriesgar en exceso nuestra existencia.
Hoy somos invitados a experimentar cada uno, en nuestro propio estado de vida,
la generosidad de Dios. Nuestro Dios es un Dios generoso en amor y en alegría,
generoso en dones y en perdón, generoso en espíritu, en sabiduría y en palabra.
Y esa generosidad también ha sido derramada en nuestros corazones para que se
desborde en favor de los demás.
Que el poder del Evangelio se adueñe de nuestras vidas y, que por medio del
Espíritu de caridad que hemos recibido, lo sepamos ofrecer a muchos más.
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