DOMINGO
XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
24-10-21 (Ciclo B) Domund
El canto de júbilo que el profeta Jeremías nos proclama, introduce el gozo que se produce ante el encuentro sanador con Jesús. “Gritad de alegría por Jacob,... porque el Señor ha salvado a su pueblo”.
El pueblo
al que anuncia Jeremías esta visión se encuentra en el destierro. Abatido por
la esclavitud a la que se ve sometido y humillado por la injusticia que está
sufriendo.
Ante esto el profeta no deja que su pueblo se hunda en la desesperación; Dios ha dicho una palabra salvadora, y su promesa pronto se cumplirá. Tal vez el momento sea desolador, tal vez el sufrimiento del presente nos debilite la esperanza, tal vez la tragedia de tantos hermanos sufrientes nos conduzca hacia el desengaño por el futuro. Es en esta situación donde se necesitan profetas del consuelo y de la misericordia que devuelvan la ilusión y el vigor para cambiar el presente. Dios nos congrega como pueblo suyo para vivir la dicha de la salvación.
Así escuchamos el relato de Marcos que nos muestra una escena de la vida de Cristo donde el encuentro con Bartimeo va a cambiar para siempre la existencia de éste.
La pobreza y la enfermedad en tiempos de Jesús eran situaciones excluyentes de la vida del pueblo. Los leprosos, los ciegos, sordos, mudos, deficientes, eran alejados del centro de la vida social y condenados a mendigar para subsistir. La enfermedad no sólo era sinónimo de exclusión social, sino también de castigo de Dios por algún pecado propio o de familia.
Cómo no va
a gritar ese hombre, Bartimeo, cuando escucha que Jesús, el hijo de David, el
Salvador, va a pasar a su lado. Cómo no aferrarse a ese “salvavidas” que se
aproxima cuando todo el mundo habla de que Jesús hace maravillas entre los
pobres y excluidos.
No puede dejar pasar esta oportunidad única. Sus fuerzas las orienta a hacerse notar por el Señor, y aunque todas las voces del mundo lo recriminen y quieran silenciarlo, él gritará más y más hasta ser oído. Es la señal de socorro de un náufrago en medio del mar que ve acercarse un barco, su salvación.
Y se produce el encuentro, primero el diálogo y la acogida, ¿qué quieres que haga por ti? Jesús no rechaza a nadie, mira de frente reconociendo la dignidad de todos. Para él, Bartimeo no es un excluido sino un hermano que clama su misericordia y su amor. “Señor, que pueda ver”; tu fe te ha curado.
La fe, que no es otra cosa que acoger el don del amor de Dios y agradecerlo con la propia vida de entrega y servicio a Dios y a los hermanos, es lo que nos salva, nos cura, nos llena de vida y de gozo eterno. Así, Bartimeo se convierte en discípulo de Cristo, le sigue por el camino dando gloria a Dios y ofreciendo su testimonio a favor del Señor con quien se ha encontrado.
Esa es
también nuestra historia de salvación. Todos tenemos pasajes de nuestra vida en
los cuales hemos notado de forma especial que Cristo nos ha abierto los ojos.
Ante un problema familiar grave, la muerte de un ser querido, la enfermedad de
un hijo o tal vez su adicción a las drogas. Todo eso puesto en las manos de
Dios nos ha ayudado a seguir luchando y a ir dando pasos de sosiego y paz a
nuestra vida.
Tal vez no
hayamos visto una curación milagrosa entre nosotros. Pero sí es cierto que el
milagro se ha producido en nuestro corazón al ser capaces de seguir adelante
con esperanza y amor.
Las situaciones de mayor precariedad pueden ser para
nosotros espacios de especial encuentro con Dios. Allí donde todas las señales
nos muestran desolación y amargura, es posible dejar que emerja la esperanza si
escuchamos la palabra salvadora de Jesucristo.
Son tantos los hermanos que necesitan escuchar esta
palabra iluminadora de la vida, que los cristianos debemos tomarnos muy en
serio nuestra dimensión misionera.
Bartimeo gritó a Jesús porque sabía quién era y el
contenido de su mensaje. Difícilmente pueden poner sus esperanzas en el Señor
quienes desconocen su existencia. Por eso debemos ser nosotros quienes fieles a
la misión recibida del Señor anunciemos con valor y fidelidad su Reino de amor,
de justicia y de paz.
Y después igualmente importante es no poner barreras al encuentro personal con él. A Bartimeo le insistían para que se callase y no molestara al Maestro. Nadie molesta al Señor, al contrario, él desea el encuentro con sus hermanos para compartir generosamente su gracia salvadora.
Todas nuestras acciones apostólicas y proyectos
pastorales, han de estar abiertos a esta posibilidad de encuentro del creyente
con Jesús. Y los medios son buenos en tanto en cuanto nos ayudan a este
objetivo.
Hoy celebramos una nueva campaña del Domund, la acción misionera de la Iglesia, para seguir anunciando la Buena noticia de Jesucristo en todo el mundo, y en especial en los lugares más necesitados de esperanza. Compartir la fe, implica la totalidad de nuestra vida, también a la solidaridad económica con los pobres. Pues bien, mis queridos hermanos, vivamos este momento como una oportunidad nueva de encuentro con el Señor. Y con la llamada que nos hace a ser sus testigos en medio de nuestro mundo, especialmente entre los alejados y los necesitados por cualquier causa.
Que el gozo de nuestra fe, y su vivencia coherente en
medio de nuestro mundo, sea para nosotros motivo de alegría, y para aquellos a
quienes somos enviados como discípulos de Jesús, una razón nueva para encontrar
consuelo y esperanza en medio de sus dificultades.
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