DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO
23-01-22 (Ciclo C)
Durante esta semana, la oración que realiza la Iglesia
pide insistentemente al Señor que su Espíritu aliente y nos guíe hacia la
unidad de todos los creyentes en Jesucristo.
Es la semana de oración por la
unidad de los cristianos. Un tiempo donde en vez de fijarnos en las cosas que
nos separan y dividen, buscamos priorizar y destacar aquello que nos une y nos
entronca al Árbol de la Vida que es Cristo.
Muchas veces cuando hablamos de
unidad y de comunión, pensamos que de lo que se trata es que los otros, se
acerquen y se unan a nosotros. Todas las confesiones nos creemos en posesión de
la verdad absoluta, y de hecho llevamos viviendo muchos años cada uno por
nuestro lado. Los anglicanos, protestantes, luteranos, católicos, ortodoxos,
nos hemos acostumbrado a vivir y celebrar nuestra fe en Jesucristo por
separado, y aunque siempre nos miramos de reojo unos a otros, unas veces para
destacar lo diferente, y otras muchas con la añoranza de aquellos tiempos en
los que todos éramos uno, la verdad es que nos cuesta avanzar hacia la unidad.
Nos hemos olvidado de la verdad
profunda que transmite la carta de San Pablo a aquella comunidad de Corinto.
También ellos empezaban a tener tensiones corriendo el riesgo de dividirse. Y
todo porque en medio de la comunidad emergían buenos líderes que en ocasiones
olvidaban su servicio a la comunión, y se enzarzaban en discusiones teóricas e
incluso doctrinales que ponían en serio riesgo la unidad de la fe.
Pablo realiza una importante llamada
a la unidad, desde la imagen del Cuerpo de Cristo del que todos formamos parte.
En la Iglesia de Jesús todos tenemos una misión, todos podemos ofrecer nuestro
servicio y todos somos por igual necesarios e importantes para que ese cuerpo
esté sano y vigoroso.
Por muy destacados que sean algunos
de sus miembros y por muy escondidos u ocultos que parezcan estarlo otros,
todos son igualmente precisos para su buen desarrollo y sano vigor.
La Iglesia de Jesucristo es ante todo
Pueblo de Dios, así nos lo enseña el Concilio Vaticano II, y los que hemos
recibido la llamada del Señor a seguirle como seglares, religiosos y
sacerdotes, estamos al servicio de ese Cuerpo eclesial.
La historia de la humanidad nos
enseña que en los momentos en los que unos han querido imponerse sobre los
otros, cuando las relaciones se establecen desde el poder en vez desde el
servicio, la unidad se rompe de forma dolorosa.
Y todo porque no nos hemos dado cuenta
de la indispensable unidad que existe entre el ser de la Iglesia y su misión
evangelizadora .
La carta de San Pablo aparece hoy
unida al evangelio de San Lucas. Un evangelio que nos muestra la misión de
Jesús, su razón de vivir y morir:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado
para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la
libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos; para
anunciar el año de gracia del Señor”.
Para esto existe la Iglesia. Para
anunciar la Buena Noticia al mundo, destacando como destinatarios privilegiados
del amor de Cristo a los pobres, los oprimidos, los enfermos, los necesitados
de cualquier liberación.
Y esta misión sólo puede desarrollarse de forma autorizada y eficaz, si la
realizamos desde el servicio, la
comunión y el amor fraterno. No podemos ser discípulos del Maestro si estamos
divididos. No podemos testimoniar fidelidad al Padre Dios si no nos reconocemos
como hijos suyos y hermanos los unos de los otros.
Es verdad que cientos de años de
historia separada e incluso cruelmente enfrentada, no se olvidan en un día.
Pero todos los gestos que nos ayuden a caminar juntos, desde el mutuo respeto y
comprensión, serán fruto del Espíritu Santo que anima y sostiene cualquier
intento de unir a su Iglesia, y hay que dar gracias a Dios porque estos gestos
son una realidad cada vez más elocuente en nuestros días.
Hoy todos nos reconocemos como
hermanos, y frecuentemente nos encontramos para elevar al Señor una misma
plegaria. Vamos aprendiendo a respetar las diferencias y buscamos con sencillez
la verdad que nos une.
En este camino debemos esforzarnos confiando en la acción de Dios.
El Credo que vamos a recitar una vez
más y que contiene las proposiciones doctrinales esenciales que nos unen a
todos los cristianos, es una manifestación de la verdad en la que creemos y que
consideramos fundamental para nuestra salvación.
Cuando en el Credo confesamos
nuestra fe en la Iglesia, decimos que es santa, porque sabemos que es obra del
Señor, aunque muchas veces la infidelidad de sus miembros empañe gravemente
esta santidad. Confesamos que es Católica, lo cual quiere decir que es
universal, abierta a todas las gentes, razas y pueblos de la tierra por igual,
aunque también en ocasiones cerremos las puertas a los marginados, a los
inmigrantes y a los pobres. Seguimos manifestando que es Apostólica, porque
está cimentada sobre la roca de los Apóstoles los cuales fueron vínculo de
comunión y dieron claro ejemplo de que la unidad está por encima de las
discusiones y diferencias personales. Y para el final dejo lo que primero
confesamos, que la Iglesia es Una. La Iglesia de Jesús no son ni dos ni cinco,
es Una. Y esta verdad que cada domingo confesamos no se realizará plenamente
hasta que todos los que nos llamamos cristianos la construyamos desde el amor y
la caridad.
Debemos dejar que resuene cada día en lo más hondo de nuestro corazón, la
oración sacerdotal del Señor; “Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos
uno”.
Pidamos al Señor en esta eucaristía
que su Espíritu nos impulse en la búsqueda de lo que nos une desde el afecto
fraterno y la mutua comprensión. Que acojamos, incluso las diferencias, como
una llamada a renovarnos y a avanzar en la escucha de la sociedad y del mundo
moderno. Y que en todo momento mantengamos actitudes de caridad y respeto que
nos ayuden a significar en medio de nuestro mundo que todos somos seguidores de
Jesucristo y testigos de su evangelio.
Que Santa María la Virgen, Madre de
la Iglesia, inspire en nuestros corazones un sincero deseo de vivir como
hermanos y así seamos en el mundo constructores de paz y de concordia.
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