DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO
16-01-22 (Ciclo C)
Con el tiempo litúrgico ordinario se nos ofrece un camino que recorrer junto a Jesús adulto. Ya hemos pasado los relatos de su infancia vividos en el tiempo navideño, de ese tiempo largo de silencio histórico que han ido conformando su vida y su personalidad, hasta el momento en el que situado a la fila de los que iban a recibir el bautismo de Juan, comienza su nueva vida pública y misionera.
En aquella
escena a orillas del Jordán, Jesús es proclamado “Hijo amado de Dios” y así
Juan, que espera y anhela la llegada del
Mesías, lo reconoce y señala como tal.
Jesús ha
llegado a su edad madura y al momento de asumir la misión que en su corazón ha
ido desgranando y comprendiendo. Toda su vida ha estado marcada por la cercanía
a Dios, por los signos de intimidad con él. En ese período largo de su
existencia centrado en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios en la
sinagoga y en su comunicación íntima con Él, ha llegado a profundizar que Dios
es su Padre, el que le ha engendrado y dado vida humana para desarrollar una
labor única; ser el camino, la verdad y la vida del nuevo Pueblo de Dios en el
que todos los hombres y mujeres, sus hermanos podamos acoger el gozo y el don
de nuestro ser hijos de Dios y herederos de su Reino.
Así la
escena del evangelio que acabamos de escuchar nos sitúa ante el primer momento
importante de la vida pública de Jesús. Él junto a su madre y esos discípulos
más cercanos comparte la amistad de una pareja que les ha invitado a su boda.
El evangelista ha tenido mucho interés en situar en la misma escena a la madre de Jesús y a sus discípulos, y todo ello para que nosotros, los oyentes de este texto hoy, contemplemos los gestos de cada persona y sus consecuencias.
Una fiesta
de aquellas características, en la que se termina el vino antes de lo previsto
es un completo fracaso además de la vergüenza para los anfitriones. Y aparece
el primer personaje, María. Ella se da cuenta de lo que sucede y comparte la
preocupación de sus parientes.
Con
discreción acude a su hijo para que haga algo, quien le responde que no ha
llegado su hora. Es como si Jesús quisiera hacer comprender a su madre, quien
es partícipe de lo especial de su ser, que el plan trazado por Dios tiene unos
pasos concretos y unos tiempos determinados.
Para María lo importante es que hay unos necesitados y lo demás es secundario, es como si le apremiara a su hijo, para que llegara su hora, el momento de manifestarse personalmente ante todos. De hecho a los sirvientes les apremia para que hagan lo que él les diga, porque sabe que Jesús no es indiferente ante lo que sucede a su lado.
El hecho del milagro es conocido por todos, pero los únicos que saben lo que realmente ha sucedido son María y los sirvientes. Los discípulos no se han enterado de nada aunque según el evangelista este hecho provocó que aumentara su fe en Jesús.
Qué nos
dice San Juan con todo ello. Pues que la Madre del Señor no fue un personaje
ajeno a la historia de Jesús. Aquella mujer que tantas veces guardaba su
experiencia de fe y de madre en el silencio de su corazón, también asumía la
misión de colaborar en todo lo que estaba en su mano para que el plan de Dios
germinara. La mujer que salía en ayuda de su prima Isabel cuando ésta la
necesitaba, es la misma que acude en ayuda de sus hijos cuando solicitan su
amparo.
María siempre ha sido tenida por la comunidad cristiana como la gran intercesora de la humanidad. Y el gesto de Jesús en la cruz de entregarla como madre de todos en la persona de Juan el evangelista, nos es manifestado en este evangelio con toda su fuerza.
Como decía, los discípulos de Jesús no se enteran de nada hasta el final de la fiesta. Sólo los sirvientes saben qué metieron en aquellas tinajas y lo que de ellas sirvieron en las copas. Y cómo Jesús había intervenido en ese hecho. Unas personas ajenas a la familia y situadas en el escalafón más humilde serán los primeros testigos del Señor. Otro hecho que viene a dar fuerza a que los destinatarios del evangelio de Cristo son de forma especial, los humildes, los pobres, los marginados, los últimos del mundo.
Jesús
comienza su vida adulta con discreción pero con claros horizontes y así nos lo
muestra uno de sus discípulos y evangelista, San Juan. Quien nos señala que
desde el comienzo su Madre María estuvo al lado de su hijo como seguidora
creyente e intercesora, y que la Buena Noticia de Jesús encuentra sus
destinatarios predilectos entre los últimos y desheredados de este mundo.
Este ha de ser el mensaje que nosotros hoy recojamos
en nuestra celebración. Ser cristianos nos hace hermanos en el camino de la fe
y de la vida, y contamos con la compañía y la intercesión de María nuestra
Madre. Ella nos señala permanentemente la senda que conduce al encuentro de su
hijo Jesús, y nos ayuda a detenernos para socorrer y ayudar a quienes están
caídos en el camino.
Que todos
los días de nuestra vida sintamos el consuelo maternal de María y que sepamos
vivir la solidaridad y la misericordia que brota de su corazón de madre a favor
de todos sus hijos.
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