DOMINGO I DE CUARESMA
26-02-23 (Ciclo A)
Con la imposición
de la ceniza, iniciábamos el pasado miércoles este tiempo de gracia que es la
cuaresma. Y digo tiempo de gracia, porque lo primero que tenemos que asumir en
profundidad, es que en la cuaresma se derrama en nuestros corazones el amor y
la misericordia de Dios de una forma extraordinaria. Porque el sentido
fundamental de la cuaresma es precisamente provocar el encuentro entre Dios y
nosotros, entre el Creador y su criatura. Así al acercarnos al relato de la
creación, donde el ser humano constituye el centro y la obra más perfecta de
Dios, dado que a su imagen y semejanza nos creó, los primeros versos dejan
claro de quién procede todo y cuál es el sentido de lo creado; “El Señor Dios modeló al hombre, sopló en él
un aliento de vida”, y el hombre se convierte en ser vivo; el Señor Dios
plantó un jardín donde el hombre podía vivir en plena comunión con él; y además
nos dio todo lo necesario para nuestro desarrollo personal y social.
Sin embargo al ser
humano no le pareció suficiente, y seducido por una ambición desmesurada,
disfrazada por el diablo bajo la sospecha de la desconfianza divina, pretendió
suplantar al Creador haciéndose a sí mismo principio y fin de la creación. No
le bastó con sentirse criatura en referencia al Creador, no le parecía bastante
vivir de manera privilegiada en al amor de un Dios que lo hacía semejante a él.
Quería más, quería ser como Dios y cuanto más pretendía abarcar en su insolente
ambición más se hundía en su soledad y vacío, hasta darse cuenta de que estaba
completamente desnudo. Es más el deseo de suplantar a Dios y rechazar su oferta
de vida, le lleva a desconfiar y dudar de todo, enfrentándose y acusando a los
demás para justificarse a sí mismo. Ante la pregunta de Dios sobre el porqué de
su actuar, Adán responderá inculpando a Eva y eludiendo toda responsabilidad.
Pues bien si en
este relato de nuestro origen se acaba todo atisbo de esperanza, San Pablo en
su carta a los Romanos va a proclamar con gozo que la historia humana no ha
sido abandonada por Dios, todo lo contrario. En Cristo se nos ha devuelto la
filiación divina, porque “lo mismo que
por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la
muerte se propagó a todos, /.../ gracias a un solo hombre, Jesucristo, la
benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”.
Y esta palabra de esperanza que Pablo lleva a la
comunidad de Roma, se asienta en el relato del evangelio que acabamos de
escuchar.
Jesús va a sentir en su propia vida las mismas dudas,
conflictos y temores que nosotros. Dios no se ha encarnado a medias en nuestra
humanidad. Dios en Jesús ha asumido la realidad de nuestra carne hasta sus
últimas consecuencias, viviendo y padeciendo, gozando y sufriendo como uno más,
de manera que en la vida de Jesús todos nos sintamos identificados y podamos
mirarnos en clara igualdad.
El relato de las tentaciones, situado por los
evangelistas al comienzo de su vida pública, nos muestra hasta qué punto Jesús
tuvo que enfrentarse, como cualquiera de nosotros, a los miedos personales y
las dificultades externas que se le presentaban a la hora de afrontar la verdad
de su vida y su destino.
Y el evangelio muestra tres episodios que engloban toda
la vida del Señor. Lo primero es destacar la decisión de Jesús de escuchar la
voz de Dios. Se retira al desierto para volcarse por entero hacia Dios, de
manera que el silencio, el ayuno y la oración, lo configuren totalmente para
asumir la misión que Dios, su Padre, le encomiende.
Y las dos primeras tentaciones son las más punzantes,
“si eres Hijo de Dios” convierte las piedras en pan, o tírate de lo alto del
templo. No hacía nada que ante su bautismo el cielo había proclamado su ser
Hijo de Dios: “Tú eres mi Hijo amado, en
quien me complazco”. Jesús sentía esa identidad con gran claridad y asumía
la voluntad del Padre. Cuestionar su ser Hijo de Dios, y hacerlo pidiéndole que
pruebe alimento después del ayuno, resulta fácil y evidente, y ponía en
evidencia al mismo Dios que lo había señalado ante todos. Y Jesús rechaza
reducir su filiación divina a la realización de gestos o milagros, porque lo
que realmente le identifica es vivir de la “Palabra
que sale de la boca de Dios”. Su misión no va a consistir en hacer grandes
cosas y prodigios, sino en transmitir una vida nueva que brota del mismo Dios
por medio de su palabra creadora.
Y tampoco va a aceptar la tentación de orientar su
misión por el camino del poder y la fuerza. Demostrar al mundo una omnipotencia
manipulada, sería distanciarse de la realidad humana que Dios ha querido
asumir, en su debilidad y limitación, pero también en libertad y capacidad de
respuesta. Muchas veces también nosotros queremos manipular y apropiarnos de
Dios a fin de que sea nuestro siervo. Le ofrecemos oraciones, ofrendas,
promesas si es obediente y nos concede lo que necesitamos o simplemente
anhelamos. Y Jesús responde, “no tentarás
al Señor tu Dios”. Dejad a Dios ser Dios, porque de ese modo nuestra
humanidad será más plena.
La última tentación ya es el colmo del despropósito. No
contento con negar la paternidad de Dios sobre Jesús, el tentador pretende
suplantarlo, “Todo esto te daré si te
postras y me adoras”. Cuantas promesas falsas como ésta escuchamos en
nuestros días. Cuantas ilusiones vacías y proyectos viciados por el egoísmo se
nos han ofrecido siempre por parte de los ídolos predominantes en cada momento
histórico. En nuestros días, donde la sociedad del bienestar nos va
esclavizando con sus redes consumistas, también los falsos dioses del saber,
del poder y del placer nos lo ofrecen todo si nos postramos ante ellos y los
adoramos. Nos regalan su falso paraíso en el que es muy fácil entrar, pero del
que cuesta la vida salir, y en el que debemos pagar el alto precio de la propia
libertad.
La respuesta de Jesús ante la seducción del Tentador es
liberadora: “Al Señor, tu Dios, adorarás
y a él sólo darás culto”.
Tener a Dios como único Señor, nos hace a todos libres e
iguales. Nadie puede suplantar a Dios, y quien muestra esa pretensión debe ser
rechazado de inmediato, porque lo único que ofrece es tiranía y opresión.
Sólo Dios puede disponer de su creación, porque es fruto
de su amor creador. Nadie puede ofrecernos en su nombre lo que de hecho ya es
nuestro, porque si Dios nos ha hecho sus hijos, en el Hijo Jesucristo, también
nos ha constituido en herederos de su Reino.
Este tiempo cuaresmal ha de ayudarnos a revivir nuestra
conciencia de hijos de Dios. Volver hacia Él nuestra mirada con gratitud, y
tomar la seria decisión de liberarnos del yugo que nos esclaviza y nos hace
dependientes de lo superfluo.
Iniciamos un camino de cuarenta días donde, siguiendo el
ejemplo de Jesús, también nosotros debemos retirarnos al silencio interior de
nuestra alma, orar con confianza al Padre que nos ama, ayunar de todo aquello
que nos estorba en este camino de encuentro con Dios, y vivir la caridad con
los más necesitados, de ese modo llegaremos a la Pascua con el corazón renovado
y así podremos acoger el don de la redención en Cristo resucitado.