DOMINGO XII
TIEMPO ORDINARIO
25-06-23
(Ciclo A)
Tres veces repite Jesús en el evangelio la misma
frase, “no tengáis miedo”, y la primera de ellas nos muestra a qué no tenemos
que temer, “a ellos”, a quienes unos versículos antes ha personificado en
quienes nos persiguen, insultan, injurian…, haciéndonos saber, que el discípulo
no es más que su maestro.
Efectivamente, en nuestros días podemos atravesar
nuevas formas de persecución y de ridiculización de la fe, que hace de los
creyentes, confesos o anónimos, el objeto de sus ataques o desprecios. Tal vez
nos habíamos acostumbrado en nuestro entorno europeo tan cristianizado, a vivir
una fe en plena libertad y sin demasiados sobresaltos. Y tal vez también esa
ausencia de conflictividad religiosa, nos haya podido sumir en una actitud
anodina ante la vida.
Una fe vivida en el mero ritualismo, sin una recia
espiritualidad que conlleve implicaciones profundas en la vida personal y
social, va adocenando la propia personalidad diluyendo la sal de la fe en el
inmenso lago de la indiferencia religiosa.
Y esto que puede parecer insignificante, o incluso
normal en los tiempos de la relatividad en que vivimos, donde todo vale en aras
a una magnificada libertad individualista, tiene consecuencias muy serias.
Primero para la persona creyente que va perdiendo la
intensidad de su fe, de manera que le resulta casi innecesaria para vivir
conforme a esos cánones hoy establecidos. Después para la misma comunidad eclesial
que resulta irrelevante en medio de la sociedad, ya que no es capaz de mostrar
ninguna nueva vía de esperanza, y por último para la misma sociedad que carece
de referentes que promuevan una humanidad conforme a los valores del Reino de
Dios, justa, fraterna y misericordiosa, asentada en la verdad y la justicia.
Y cuando surgen voces cristianas críticas con esta
manera de vivir tanto dentro como fuera de la Iglesia, es entonces donde surge
la violencia.
Mientras los cristianos estén callados o metidos en
los muros de sus iglesias, o lo que sería peor, disimularan su fe mirando para
otro lado, se les tolera. Pero en cuanto pretendan hacer oír su voz profética,
en fidelidad al Evangelio de Jesucristo, con lo que conlleva de implicación en
la vida pública, coherencia en la propia existencia, y denuncia de las
injusticias que oprimen y esclavizan al ser humano, entonces se les persigue
incluso a muerte.
Y es aquí, donde debemos escuchar con serenidad y
esperanza la Palabra del Señor; “no tengáis miedo”.
No tengáis miedo a quien nada puede hacer para
apartaros del amor de Dios y de su promesa de vida en plenitud. No tengáis
miedo a quienes se sirven del terror para robarnos la libertad y la paz. No
debemos dejarnos amedrentar por quienes pretenden atar nuestras manos o
amordazarnos para silenciar la voz profética que requiere con urgencia nuestro
mundo.
Porque si la voz se silencia, la palabra no puede
escucharse. Si nos dejamos vencer por el miedo, quién llevará la esperanza y el
consuelo a tantos hermanos necesitados de sentido y de justicia.
La rapidez con que los medios de comunicación nos
acercan las malas noticias, y la permanente focalización de las mismas como si
sólo existieran las sombras en el mundo, pueden provocar en nosotros el miedo
irracional y esclavizante.
Y esto es dejarnos atrapar por la misma dinámica de la
mentira, ya que no la hay mayor que aquella que se nutre de medias verdades.
Nuestro mundo sigue siendo el lugar donde Dios ha
plantado su tienda, se ha encarnado con ternura, para compartir nuestra
historia y transformarla con paciencia y misericordia. Dios no ha permitido la
entrega de la vida de su Hijo amado, para dejarse vencer por el odio. Un odio
que ya ha sido vencido precisamente por el amor infinito del Señor.
Y aunque las sombras de nuestro mundo muchas veces
parezcan oscurecer el firmamento, la luz de Cristo brilla con mayor intensidad
si encendemos en medio de esas tinieblas la humilde llama de la fe y la
caridad.
No tengáis miedo! No merece la pena vivir en la
permanente esclavitud del pánico. Y menos cuando muchas veces es fruto de la
magnificación de los voceros, más que de la propia realidad de las cosas. Es
verdad que a una religiosa la han agredido, y que una capilla ha sido pasto de
las llamas. Pero cuantas religiosas y religiosos, sacerdotes y misioneros,
seguimos realizando nuestra labor con confianza y entrega, superando
dificultades y animando con ilusión la vida de nuestros hermanos.
Cuantas capillas, iglesias y lugares de oración,
siguen siendo espacio de encuentro con el Señor, donde escuchamos su Palabra,
nos nutrimos con la Eucaristía, y nos fortalecemos con sus sacramentos.
Dejarnos vencer
por el miedo, es permitir que se apropie de este mundo quien nada hace por él,
quienes sólo se sirven de falsos discursos para mantener la mentira que les
sustenta, quienes necesitan pervertir la verdad para vivir en su impostura.
Y la única voz capaz de denunciar y descubrir esa
mentira, es la Palabra de la Verdad, y como nos dice el Señor, “la verdad os
hará libres” (Jn 8, 32). Y cuando se experimenta con gozo la libertad, el miedo
queda vencido para siempre. Por eso, “no les tengáis miedo”.
Los cristianos tenemos infinitas razones para vivir
con alegría, tanto en los tiempos de bonanza como en las adversidades. Y es
precisamente en medio de las dificultades, donde con mayor intensidad se
experimenta el don de la fortaleza que proviene de la fe. El Espíritu Santo que
actúa de forma permanente en nosotros, es el que nos llena con su gracia para
afrontar esos momentos de debilidad. Porque una cosa es la tristeza y el dolor
que podemos sentir en tantas circunstancias, y otra muy distinta dejarnos
vencer por la desolación. Como nos dice S. Pablo, la fuerza de Dios, se realiza
en la debilidad (Cfr. 2Cor 12,9).
Hoy se nos invita a recuperar la mirada positiva de la
vida, en esta maravilla de mundo que el Señor ha puesto en nuestras manos. A
tomar las riendas de nuestra historia para que sea regada con el fecundo rocío
del amor de Dios, capaz de vencer para siempre cualquier atisbo de rencor o de
mal.
Jesucristo es el Señor de la historia, y nada podrá
impedir la instauración de su Reino de amor, de verdad, y de justica. Por eso
podemos vivir con la plena confianza de que estamos en sus manos.
Que esta experiencia de fe nos ayude en todos los
momentos de nuestra vida, porque sólo a él corresponde el juicio de la
historia, ya que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.