sábado, 17 de junio de 2023

DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO

18-6-23 (Ciclo A)

Jesús, “al ver a las gentes se compadecía de ellas”. Con esta frase breve y sencilla, se ha iniciado la proclamación del evangelio de este domingo. Una frase que nos expresa el sentimiento más profundo de Jesús que brota de su fidelidad a Dios y su amor incondicional al ser humano.

De esa compasión que provoca la situación desamparada del hombre, su abandono y extravío en el mundo, su desorientación y búsqueda de sentido, Jesús comenzará su obra redentora y su entrega como el Buen Pastor que no abandona a su pueblo y cuya vida pondrá a su servicio.

La mirada que Jesús lanza a su entorno no se queda en la pena. La compasión da paso al compromiso. La misericordia a la búsqueda de la justicia; compadecerse de una persona no es otra cosa que situarse solidariamente a su lado, para compartir su vida y su esperanza y así, transformar el presente para que se abra un horizonte nuevo en el que todos tengamos una vida en dignidad y plenitud.

La compasión de Jesús le hace comprender que ha llegado el momento de enviar obreros a la mies de Dios. Que hay que suscitar enviados, discípulos que sientan como propia la situación de los hermanos y estos serán los primeros apóstoles del evangelio; aquellos que nos pasarán el testigo de la fe hasta nuestros días.

Hoy somos nosotros los herederos de esta misión. Al igual que los nombres de los doce quedaron escritos en el libro sagrado, también los nuestros están redactados en el libro de Dios. No pensemos que la misión apostólica terminó con los doce. Jesús sigue llamando y enviando a este mundo de tensiones, de injusticias y ambiciones, de  violencias y egoísmos, a cada uno de nosotros como discípulos suyos.

Y nos envía no por lo que tenemos o sabemos, sino tan sólo por lo que somos, sus seguidores y testigos. Todos hemos recibido de Dios unos talentos, unos dones, que han de ser puestos al servicio de los demás para que den fruto de vida abundante y desarrollen en cada uno de nosotros la obra que el Señor un día comenzó y que estamos llamados a terminar.

Él conoce las dificultades a las que nos hemos de enfrentar; nuestros miedos e incapacidades, la misma situación de desconcierto e indiferencia por la que atraviesan nuestros semejantes, el rechazo que en muchas ocasiones vamos a sufrir por confesar nuestra fe de forma pública y coherente. Aún así, no podemos dejar de anunciar el evangelio de Jesús, porque lo que hemos recibido gratis de parte de Dios, gratis hemos de ofrecerlo a los demás. De este modo podremos mostrar al mundo la gratuidad de la salvación que el Hijo de Dios vino a regalarnos.

El evangelio de hoy es para nosotros una llamada a ponernos en marcha en la tarea evangelizadora. Sin ingenuidades ni disimulos, sabiendo que la misión que hoy tenemos los cristianos no difiere mucho de aquella que se inició hace 2000 años.

Las caras de la injusticia y del pecado han podido cambiar con el tiempo, pero sus consecuencias son las mismas. Hoy también encontramos rostros abatidos y extenuados. Rostros que nos dejan ver el dolor y el sufrimiento, la desesperanza y la búsqueda de sentido a sus vidas. En medio de esta realidad, el Señor nos llama a sembrar la semilla de su Reino de amor y de esperanza.

La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Jesús nos deja el encargo de velar para que la atención pastoral se mantenga viva y fecunda. Debemos pedir insistentemente a Dios que provoque, en el corazón de todos, la generosidad para la misión. Y a la vez, que siga llamando, especialmente de entre los jóvenes, personas dispuestas a entregar su vida al servicio del evangelio como sacerdotes, religiosos y religiosas y misioneros.

Junto a ello, toda la comunidad cristiana recibe un encargo del Señor, orientar nuestros esfuerzos hacia “las ovejas descarriadas de Israel”, es decir, entre aquellos hermanos nuestros que habiendo recibido un día el bautismo y que en su infancia escucharon la Palabra de Dios, hoy por diversas causas se han ido alejando de la Iglesia y en muchas ocasiones renegando de ella.

No podemos juzgar su elección de rechazo de forma severa e injusta. Muchas veces ha podido ser el ambiente social en el que han vivido, la forma de vida incoherente de muchos cristianos, o una imagen errónea y distorsionada de la Iglesia, lo que ha hecho mella en su fe inmadura provocando su alejamiento.

Cristo nos envía en medio de nuestros hermanos, y aunque es más costoso recuperar a la oveja perdida que abrir nuevos caminos, sin embargo tenemos que ser profetas de Dios entre los nuestros, en la familia, entre los amigos, en el trabajo. Allí donde, precisamente porque nos conocen y saben que también nosotros tenemos nuestros fallos, nos puede ser más difícil confesar a Jesucristo. Pensemos que el Señor no nos envía a convencer con discursos teóricos, sino a contagiar el entusiasmo de una fe vivida personalmente y que se manifiesta en nuestra forma de ser con los demás, generosos, sinceros, valientes, auténticos.

       Esta es la misión que en nuestros días recibimos de Dios. Que él nos ayude para volver con las manos llenas y agradecidos a su presencia, dando gratis, lo que gratis hemos recibido.

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