SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
CORPUS CHRISTI 11-06-23
Un
año más celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Memorial de
su Pasión, muerte y resurrección, y Sacramento de su amor universal.
Precisamente por ese amor entregado para nuestra salvación, podemos unir en
esta fiesta del Corpus el día de la Caridad. Al compartir el alimento que nos
une íntimamente a Cristo nos hacemos partícipes de su mandato “haced esto en memoria mía”,
aceptando su envío en medio de los más necesitados para compartir con ellos
nuestra vida y nuestra fe.
En
esta fiesta litúrgica de hoy, la Iglesia nos invita a profundizar en el don
inmenso de la Eucaristía. Como nos enseña el Vaticano II, "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en
que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre
para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y
confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y
resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete
pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da
una prenda de la gloria futura" (SC 47).
Desde esta fidelidad al don recibido de
manos del Señor, no podemos separar la eucaristía de la caridad. Los cristianos
que nos reunimos para escuchar la palabra del Señor y compartir el pan de la
vida que él nos da, hemos de prolongar esta fraternidad eucarística en el mundo
nuestro, junto a los hermanos que carecen de afecto, de medios, de una vida
digna y feliz.
No
todo el mundo vive dignamente, de hecho somos una minoría los que en el mundo
actual podemos agradecer esta vida digna. La mayoría de la población mundial
carece de los recursos necesarios para una subsistencia adecuada. Y en vez de
acoger su precariedad para sentirnos solidarios con ellos, muchas veces nos
fijamos en aquellos que se enriquecen con facilidad y rapidez poniéndolos como
modelos a seguir, y hasta envidiándolos por su opulencia.
Una cosa es luchar legítimamente por
alcanzar esa vida digna a la que todos tenemos derecho y otra muy distinta la
ambición desmesurada que al final nos endurece el corazón hasta llevarnos al
egoísmo y a la idolatría del dinero.
La entrega de Jesucristo en la cruz, nos
abre la puerta de la redención. Y aquella entrega viene precedida de una vida
sensible para con los necesitados, los enfermos, los pobres y los marginados.
A Jesucristo resucitado se llega por
medio de una vida ungida por el Espíritu de Dios para anunciar la Buena Noticia
a los pobres, la libertad a los oprimidos, la salud a los enfermos y la
salvación para aquellos que acogen este don de Dios.
Cristo
nos dejó su testamento en el cual nos ha incluido a todos y no sólo a unos
privilegiados. La vida en este mundo es injusta y desigual no porque Dios lo
haya querido sino porque nosotros lo hemos causado. Dios no quiere que haya
pobres y ricos, rechaza la injusticia que causa este mal, y nos llama a su
seguimiento a través del camino de la auténtica fraternidad y solidaridad.
Este
testamento de Cristo lo actualizamos cada vez que nos acercamos a su altar. Su
Cuerpo y su Sangre entregadas por nosotros, y compartidos con un sentimiento
fraterno y solidario, nos unen a la persona de nuestro Señor Jesucristo y a su
proyecto salvador. Por eso “cada vez que comemos de este pan y bebemos de este
cáliz, anunciamos tu muerte y tu resurrección hasta que vuelvas”.
Por
eso, cada vez que comemos y bebemos el Cuerpo y la Sangre del Señor, nos unimos
vitalmente a Cristo para prolongar con nuestra vida y entrega, su obra
misericordiosa en medio de nuestros hermanos más necesitados, a los cuales
somos enviados como testigos del amor de Dios.
La
caridad no se hace, se vive. No hacemos caridad cuando damos dinero a un pobre,
vivimos la caridad cuando nos preocupamos por su vida, buscamos cómo atenderla
mejor, y nos esforzamos por acompañarle a salir de su situación para siempre.
Vivir
la caridad es prolongar la Eucaristía del Señor, su cuerpo y su sangre
derramada por amor a todos, para la salvación de todos. Las palabras que día
tras día escuchamos en la Consagración nos muestran que Jesús no economizó su
entrega sino que fue universal y por siempre.
Desde
aquel momento en el que nacía la Iglesia, ésta siempre tuvo como acción primera
y fundamental, unida al anuncio de Jesucristo, la vivencia de la caridad. Atender a los pobres y necesitados estaba
unido a la oración y a la fracción del pan de tal manera que no se podía
permitir que en la comunidad de los cristianos alguien pasara necesidad.
En esta fiesta debemos también recuperar
la conciencia del don que el señor ha puesto en nuestras manos. La Eucaristía
hace a la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía (nos enseña el Concilio
Vaticano II). Por eso la celebración eucarística trasciende nuestra realidad
local y se une a la vivencia universal de la Iglesia. No podemos celebrar la
eucaristía más que en la comunión eclesial, ya que es el Señor quien se hace
presente en medio de su pueblo, congregado en la unidad del Espíritu por el
vínculo de la paz.
Vamos
a pedir en esta Eucaristía que el Señor nos ayude a vivir con gratitud este don
esencial para nuestra vida espiritual. Sin eucaristía no hay Iglesia, y por lo
tanto la fe se descompone. Esforcémonos también, por recuperar nuestra
capacidad solidaria y fraterna para poder compartir con autenticidad el pan de
la unidad y del amor.
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