DOMINGO XXVI
TIEMPO ORDINARIO
29-09-24
(Ciclo B)
Un domingo más somos invitados
por el Señor a compartir el gozo de nuestra fe, alimentándola con el pan de su
Palabra y el de la Eucaristía. Y esta Palabra de hoy nos ayuda a contemplar con
verdad, la realidad de nuestra manera de vivir, la dimensión comunitaria de la
fe, bien sea en aquel pueblo en marcha hacia la tierra prometida, sea en la
actual comunidad eclesial. La primera lectura habla de la donación del Espíritu
de Dios a los setenta jefes del pueblo en camino por el desierto. En el
Evangelio se reflejan ciertos aspectos de la vida de los discípulos y de los
primeros cristianos en sus relaciones internas y con aquellos que todavía no
pertenecían a la comunidad cristiana. Santiago se dirige al final de su carta a
los miembros ricos de la comunidad para recriminar su conducta egoísta y
hacerles reflexionar sobre ella a la luz del juicio final.
Lo primero que salta a los ojos, leyendo los textos de hoy, es que la comunidad cristiana primitiva y ya antes la comunidad judía del desierto están marcadas por la debilidad e imperfección. Resulta llamativa la actitud de recelo respecto de quienes no pertenecen al propio grupo sea por parte de Josué: "Mi señor Moisés, prohíbeselo" (primera lectura) sea por parte de Juan: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo" (Evangelio). Otro punto es el escándalo que algunos miembros "fuertes" y "grandes" de la comunidad dan a los "pequeños", poniendo en peligro su fe sencilla y su misma pertenencia a Cristo. Entre quienes causan un escándalo especialmente grave están los ricos, que ponen su seguridad en sus riquezas y alardean de ellas ante los pobres. Pero además el apóstol va a denunciar su injusta forma de enriquecimiento, porque se aprovechan abusivamente de los pobres, no pagando diariamente el salario a los obreros, entregándose al lujo y a los placeres, pisoteando en perjuicio del pobre la ley y la justicia (segunda lectura). Aprendamos una cosa: ninguna comunidad cristiana concreta está exenta de debilidades y miserias. Cuando la comunidad eclesial resulta a las claras tan imperfecta nos ha de hacer vivir más conscientes de que es el Espíritu de Dios, y no nuestro interés, el alma que la vivifica y santifica con su presencia y sus dones.
Ante todo, se ha de recalcar la
gran apertura de espíritu de Jesucristo frente a quienes no pertenecen al
grupo, a la comunidad creyente y sin embargo realizan gestos cargados de
caridad y justicia; a quienes así obran, y además lo hacen en el nombre del
Señor, Jesús les dice "No se lo impidáis". Este comportamiento de
Jesús halla su prefiguración en el de Moisés, al saber que su espíritu ha sido
comunicado a Eldad y Medad que no se encontraban en el grupo de los setenta, y
ante la oposición que le plantea Josué, responderá con claridad: "¿Es que
estás tú celoso por mí? ¡Ojala que todo el pueblo de Yahvé profetizara porque
Yahvé les daba su espíritu!".
Jesús motiva su postura con dos reflexiones importantes:
1) Quien invoca su nombre para hacer un milagro, no puede luego inmediatamente
hablar mal de él. La persona de Jesús ejerce un influjo universal, no puede
quedar encerrada dentro de los límites humanos.
2) Quien no está contra nosotros, está con nosotros. Y esto es verdad, incluso
cuando no se pertenece a la misma colectividad de fe. Por otra parte, dentro de
la comunidad las relaciones entre los diversos miembros han de regirse por el
mandamiento de la caridad. Esa caridad que podríamos llamar
"pequeña", ha de ser la moneda
corriente para la convivencia diaria. Jesús pone el simple ejemplo de dar un
vaso de agua con la intención de vivir la caridad cristiana. Otra forma de
vivir la caridad es evitando el escándalo. Por amor hacia el hermano uno debe
estar dispuesto a acabar con cualquier cosa que lo pueda dañar. Así, en las
relaciones entre cristianos, máxime si se pertenece a la misma iglesia local,
debe reinar también la justicia en las relaciones laborales. Los ricos, por su
parte, han de ser muy conscientes de que sus riquezas no son tanto para
gozarlas y despilfarrarlas egoístamente, cuanto para vivir responsablemente
poniendo sus bienes al servicio de los necesitados.
En el catecismo de la Iglesia se
nos enseña que "Una teoría que hace
del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es
moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir
efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que
perturban el orden social” (C.E.C. 2424). Y bien podríamos concluir, que
las crisis económicas que siempre afectan a innumerables familia, son
consecuencia de este desorden y ambición desmesurada.
El Espíritu
es el alma de la Iglesia, que la regenera y configura conforme a la persona del
Señor Resucitado. Por eso es posible confiar en las posibilidades de conversión
que cada uno de sus miembros puede realizar en su vida, incluso aquellos que
tanto peso cargan por su pecado de avaricia y codicia.
Qué necesario
se hace en nuestros días ampliar la mirada más allá de las propias necesidades
o intereses. No podemos echar la culpa de todos los males sólo a los que de
forma evidente ostentan tanta riqueza. En el fondo todos nosotros participamos
del mismo pecado aunque sea a menor escala porque menor es nuestro poder, y no
porque sea menor nuestro deseo. Junto a la acción del Espíritu y mezcladas con
ella están las acciones humanas, con todas sus limitaciones. Por eso, es
necesario el discernimiento, para saber distinguir y separar lo que el Espíritu
del Señor quiere realizar en nuestro corazón y cuyos frutos serán la concordia,
la generosidad y la misericordia para con los demás, de aquello que nos aleja y
divide fruto del egoísmo.
Pidamos en
esta eucaristía que el Espíritu del Señor reavive en nosotros el don del amor
fraterno para que seamos sensibles a las necesidades de nuestros hermanos más
débiles, especialmente en los tiempos adversos. Y que este mismo Espíritu sane
el corazón enfermo de quienes están sumidos en el materialismo desmedido
causante de la desigualdad y la injusticia. No sea que como concluye el apóstol
en su carta, un día el Juez del Universo les tenga que decir “os habéis cebado para el día de la
matanza”.
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