viernes, 6 de julio de 2012

HOMILIA XIV TIEMPO ORDINARIO

DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO



8-07-12 (Ciclo B)


“No desprecian a un profeta más que en su tierra”.


Esta frase con la termina el evangelio de hoy nos revela el amargo sentimiento de Jesús ante el rechazo de los suyos. Él que es bien recibido por las gentes de pueblos y ciudades lejanos de su tierra, vive sin embargo la desconfianza y la sospecha que suscita entre sus paisanos, lo cual no hace más que aumentar los sinsabores de su misión y sentir cómo son precisamente aquellos en quienes más confiaba los que le dan la espalda; “¿no es ese el hijo del carpintero?”.


San Marcos nos muestra el lado más duro de la tarea profética; el desprecio y la indiferencia de los destinatarios del evangelio. Y aquel desánimo que vivieron Ezequiel, San Pablo y el mismo Jesús, sigue siendo una realidad presente hoy entre nosotros.

Muchas veces queremos compartir nuestra experiencia de fe entre los nuestros, con nuestros familiares más cercanos y amigos, y esa falta de respuesta positiva por su parte, nos hace que vivamos nuestra fe en silencio, ocultándola por miedo al rechazo o a la burla.
Cuantas veces escuchamos a tantos padres y abuelos, el sufrimiento que sienten al no poder transmitir la fe que viven como un don de Dios, a sus hijos y nietos. Hasta os echáis la culpa como si dependiera sólo de vosotros.

Nada más lejos de la realidad. Vuestro testimonio de vida, y vuestro anuncio explícito de Jesús aun cuando vivís la oposición del ambiente, demuestra que realmente Dios ocupa un lugar central en vuestra vida, y por eso lo celebramos en medio de la comunidad cristiana, para sentir la fuerza renovadora del Espíritu Santo que nos envía al mundo a seguir construyendo el Reino de Dios.


Jesús, a pesar de todas las dificultades, seguía proponiendo un estilo de vida nuevo. Su palabra y su vida causaban extrañeza porque no era como la de los demás. En un mundo condicionado por los intereses particulares, donde los valores se centran en el poder y el dinero, él muestra otra senda distinta cargada de solidaridad y misericordia, y en la que el valor fundamental es el amor, semilla de justicia, de esperanza y de paz.


Del mismo modo nosotros hoy, sólo necesitamos del aval de nuestra vida para vivir la fe con autenticidad. Aunque el mundo entero nos cuestione y critique, no podemos responderle con juicios y condenas. Desde el evangelio de Jesús sabemos que la fe es un don de Dios que hemos de proponer con sencillez y gratitud, pero nunca se ha de imponer con medios que violentan la libertad de la persona.


Una fe impuesta carece de amor, y por lo tanto ni libera ni salva, sólo oprime y angustia. Quien vive un cristianismo intransigente, sin caridad ni esperanza, acabará convirtiéndose en un fundamentalista. Cristo no entregó su vida para consagrar teorías sobre la vida y la moral de los cristianos, sino para que todos encontremos el camino de nuestra salvación.


El evangelista S. Marcos termina su relato diciendo que Jesús no pudo hacer allí muchos milagros y que se extrañaba de su falta de fe. Sin embargo curó a quienes se abrieron a él y mostraron su confianza en el Señor.


Cuando nosotros nos sintamos rechazados por la fe, bien por confesarla ante los demás o bien porque nuestros esfuerzos por transmitirla no sean suficientemente acogidos, no nos desanimemos ni perdamos la esperanza, Dios sabe cómo llevar adelante su obra, y en cualquier caso hemos de tener presente que no somos nosotros los dueños de la mies, sino él.


Y sobre todo mantengamos fresco el ánimo del corazón, porque en cualquier caso, ser seguidores de Jesucristo es la mejor apuesta de nuestra vida, nos llena de gozo y nos sostiene en la adversidad. Si para muchos la Iglesia es una mera institución, para nosotros es nuestro hogar, el espacio en el que nos sentimos reconocidos y en el que podemos compartir la misma esperanza.


Por eso seguimos celebrando cada domingo la Eucaristía. Ella es el centro de la vida cristiana, fuente y culmen de nuestra fe, y ante el Altar, congregados como hermanos y hermanas, sentimos la presencia del Señor que nos sigue animando con su palabra y fortaleciendo con su Espíritu de amor.


Pidamos en esta celebración al Señor, que siga alentando nuestra vocación evangelizadora. Que encontremos la manera oportuna de transmitir a los demás la fe que compartimos y que sintiendo el afecto y el estímulo de los demás cristianos, podamos dar testimonio de nuestra fe con el ejemplo de nuestras vidas.

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