viernes, 7 de diciembre de 2012

DOMINGO II DE ADVIENTO

DOMINGO II ADVIENTO

9-12-12 (Ciclo C)

 

Continuamos nuestro itinerario hacia la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios, en este tiempo de gracia que es el adviento, y este domingo se presenta ante nosotros la vocación del que va a ser el último gran profeta de Dios, Juan el Bautista.

En el relato del evangelista S. Lucas, tras situar al lector en el contexto histórico donde se van a producir estos acontecimientos tan esperados, pasa a relatar de forma breve y sencilla, la llamada de Dios a Juan.

Son tiempos difíciles para la historia de Israel. Su pueblo está ocupado por los romanos y la tiranía de aquellos reyezuelos como Herodes que, además de mantenerlos en la opresión, ejercen su autoridad de forma escandalosa, al margen de la ley y de la fe.

Hacía más de quinientos años de la muerte de los grandes profetas de Israel, Isaías, Jeremías o Ezequiel. Personas que habían anunciado la esperanza a su pueblo en medio de las mayores adversidades de su historia. Y al igual que a ellos, S. Lucas nos presenta a Juan de la misma forma que la Escritura Sagrada narra la experiencia vocacional de aquellos hombres de la antigüedad, “vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”.

Dios es quien toma la iniciativa, y su intervención se realiza a través de una persona concreta. Aunque ciertamente esa elección no se realiza por casualidad. Juan desde su infancia ha ido construyendo una personalidad abierta a la acción de Dios.

Zacarías su padre es un sacerdote al servicio del templo, y su madre Isabel, pariente cercana de Santa María la Virgen, tiene una historia personal bendecida por Dios.

Juan nació y creció en un entrono bien dispuesto para percibir de forma clara las presencias de Dios en su vida. Su educación humana no estaba al margen de su desarrollo creyente, y aunque en esa realidad histórica que le tocó vivir, también existía la indiferencia religiosa por una parte, y el fanatismo por otra, él tenía muy claro que el Dios de la Alianza que había elegido a su pueblo como el preferido de entre las naciones de la tierra, no se había olvidado de ellos.

Es a esta persona dispuesta y abierta, a quien va a dirigir su palabra el Señor. Y por el relato que nos ofrece el evangelista, será una palabra que anuncia el tiempo definitivo, el momento culminante de la historia de la salvación donde Dios irrumpirá de forma plena. Y para que esta venida sea posible hay que “preparar el camino al Señor”. Hay que ponerse manos a la obra porque Dios cuenta con nosotros para que su Reino se instaure con toda su fuerza y vitalidad.

Estos días que nosotros estamos viviendo en el tiempo de adviento, nos han de ayudar a comprender cuantas personas en la historia han contribuido de forma extraordinaria para que nosotros hoy, sigamos confesando con gozo la fe que nos sostiene y fundamenta.

Los profetas del Antiguo Testamento, aunque enormemente alejados del tiempo de Jesús, con su palabra y testimonio iban apuntando hacia una meta en el horizonte de la historia en el que brillaría la luz de Dios. Ellos ciertamente no podían imaginar el alcance de sus palabras, pero con ellas construían un sendero por el que muchos hombres y mujeres condujeron sus vidas en fidelidad y esperanza, sintiéndose bajo la mano amorosa de Dios.

Nosotros en estos días volvemos a revivir a través de los textos sagrados el momento hacia el que todas las promesas apuntaban, y también las personas más relevantes de este final esperado.

De manera sobresaliente encontramos la vida de Santa María la Virgen, quien ante la propuesta de Dios se abre por completo a su llamada para ser la Madre del Salvador. Ella también había sido preparada desde siempre para hacerse “la esclava del Señor”, y entregar así por completo su existencia a su plan salvífico.

Hoy presenciamos la vocación de Juan, igualmente elegido por Dios para la tarea inmediata de preparar el camino a Jesús.

En ambos casos las aptitudes personales no han sido improvisadas ni suscitadas por la casualidad. Y este detalle es de vital importancia para todos nosotros. La transmisión de la fe por parte de sus padres, el entorno de un hogar religioso donde fluya con naturalidad la experiencia creyente como si del mismo aire que se respira se tratara, hace posible que el corazón de María, el de Juan y el de otros muchos en la historia, se hayan abierto a la acción de Dios para colaborar, a su modo, en esta etapa final de la historia de la salvación.

Hoy somos nosotros los que poseemos en herencia la responsabilidad de seguir transmitiendo esta fe a las nuevas generaciones. Y ciertamente lo hacemos en un entorno hostil por el ambiente que el laicismo exacerbado pretende imponer. Pero debemos ser conscientes de que contamos con un estímulo añadido y que ni Juan el Bautista, ni la misma Madre del Señor tuvieron en el origen de su vocación. Nosotros somos testigos del cumplimiento de esas promesas en la resurrección de Jesucristo. Juan no alcanzó en su vida a ver esta realidad, y María hubo de pasar primero por la experiencia del Calvario que la rasgaría el corazón.

Preparar el camino al Señor es una llamada que todos recibimos para acoger la presencia de Dios en nuestra vida. El viene para llenar con su gracia cada corazón dispuesto, y así hacernos partícipes de su plenitud en el amor.

Que sepamos irradiar a nuestros hermanos la luz de la fe. Dios está con nosotros y nos llama como a Juan, para ser en nuestros días, la voz que anuncia su presencia salvadora a toda la humanidad. Vivamos esta espera gozosa preparando su venida de forma visible, para que quienes se abran de corazón a su amor, sientan sus vidas transformadas y colmadas de esperanza. Y tengamos presente que los signos externos son un medio extraordinario, y muy necesario en nuestros días, para hacer que nuestro mundo despierte de su letargo e indiferencia.

En la navidad, el símbolo elocuente es el Belén que S. Francisco de Asís inauguró como icono de la Encarnación del Señor. Que no falte en nuestros hogares, esta ventana a la ternura de Dios que por su misericordia se ha hecho uno con nosotros.

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