viernes, 7 de diciembre de 2012

LA INMACULADA



SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA – DIA DEL SEMINARIO

 

Un año más, en medio de este itinerario gozoso y esperanzado hacia la fiesta del nacimiento del Señor, la liturgia nos ofrece un alto en el camino para ayudarnos a fijar la mirada en quien tan plenamente participó en la obra salvadora del Creador, la Bienaventurada Virgen María. Su vida y su plena entrega al servicio que Dios le pedía, inserta en nuestra historia humana el momento culminante esperado desde la creación del mundo.

Esta experiencia de gozo y de gracia, ha sido posible por pura bendición de Dios, que en María la Virgen obró de forma admirable para que desde el momento de su concepción, estuviera preparado el camino a fin de posibilitar la Encarnación del Verbo en medio de nuestra realidad humana. Por eso también nosotros hacemos nuestro el gozo del apóstol Pablo expresado en este himno que la Carta a los Efesios nos ofrece “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales”.

Porque si bien en la persona de Jesucristo encontramos el camino, la verdad y la vida que nos trae la salvación, ofreciéndonos una existencia en plenitud, la vida de su Madre santísima nos muestra un modelo de seguimiento que ciertamente nos aproxima al discipulado y a la experiencia del encuentro íntimo con el Señor.

Y es que toda la vida de María ha estado especialmente bendecida por Dios. Siguiendo el contenido del evangelio que acabamos de escuchar, el primer saludo del ángel la define como la “llena de gracia”. En ella Dios ha depositado su amor de tal manera, que desde el momento de ser engendrada por sus padres María fue preservada sólo para Dios. Seguro que desde su infancia iría descubriendo la bondad y la misericordia del Señor. Seguro que en la transmisión de la fe por parte de sus progenitores, María se abriría por completo para acoger cuanto Dios le pidiera, y así podemos comprender cómo María se sobrecoge ante la irrupción personal de Dios en su vida. Algo que por mucho que se anhele y para lo que se esté preparado, siempre desborda nuestra capacidad de comprensión.

María ha sido llamada por el mensajero de Dios “la llena de gracia”, y este saludo la desconcierta, de tal manera que el ángel Gabriel debe aclarar la razón de su visita, “no temas María, porque has encontrado gracia ante Dios”.

Y en ese corazón joven, ilusionado ante la vida y sobre todo abierto de par en par a la voluntad del Señor, se abre paso la confianza y la plena disponibilidad, para acoger una propuesta única e irrepetible en la historia. Será la Madre del Hijo de Dios, y aunque no acabe de entender el cómo y el porqué de su elección, y sin sospechar las consecuencias de su respuesta, ni el alcance que en la historia de la humanidad tendría la apertura de su corazón a la propuesta divina, ella se pone en las manos del Señor sabiendo que son manos buenas y que al abandonarse en ellas iba a encontrar una dicha sin límites.

       “Aquí está la esclava del Señor”. Las dudas y los temores dejarán paso a la confianza y a la disponibilidad porque su entrega no es una renuncia a vivir, sino una apuesta por hacerlo en plenitud, teniendo a Dios como aliado, amigo y Señor. María no arruinó su vida al ponerla en las manos de Dios sino que la vivió con responsabilidad siguiendo los pasos de su Hijo Jesús porque en ellos estaban las huellas de Dios en nuestra historia.

 
El sí de María no estuvo exento de dificultades. Pero sin duda la prueba más dura llegará cuando teniendo que asumir la libertad de su Hijo lo siga desde muy cerca como fiel discípula por un camino que la llevará al pié de la cruz sin que nada pueda hacer para evitarlo.

       Creyente y madre se funden en un mismo sentimiento de dolor que busca en Dios la respuesta al porqué de aquel final para quien es llamado “Hijo del Altísimo”.

       María comprenderá entonces que los planes de Dios se realizan en los corazones que como el de ella se dejan modelar por su amor. Y que la semilla del reino de Dios ya ha sido plantada en la tierra fecunda de los hombres y mujeres que a imagen de María se abren por entero a su amor. Experiencia ésta que encontrará su realización gozosa tras la resurrección de Jesús. “No está aquí, ¡ha resucitado!”; este anuncio ante el sepulcro vacío, será el cumplimiento de aquellas palabras que en su concepción recibió por parte del ángel, “su reino no tendrá fin”.

       María unida a la comunidad de los seguidores de Jesús recibirá la fuerza del Espíritu Santo para seguir alentando al nuevo pueblo de Dios nacido en Pentecostés y del cual todos nosotros somos sus herederos y destinatarios.

Ella sigue sosteniendo y alentando la familia eclesial, y desde hace muchos años, la experiencia vocacional y en concreto la vocación sacerdotal, ha sido puesta en nuestra diócesis bajo el amparo de la Inmaculada Concepción.

       Nuestro Seminario Diocesano celebra hoy su fiesta, y nosotros nos unimos a los seminaristas, formadores y a quienes trabajan en la pastoral vocacional, para orar insistentemente al Señor, por medio de María, para que siga llamando trabajadores a su mies.

Nuestra Diócesis de Bilbao, al igual que otras muchas Iglesias locales, atraviesa momentos de escasez en la disponibilidad de los jóvenes para este ministerio fundamental en la Iglesia. Nuestro presente y entorno, no son muy propicios para las decisiones valientes y generosas que implican la existencia completa de cada uno en aras a ofrecer un servicio entregado y permanente a los demás.

Sin embargo, hoy siguen haciendo falta sacerdotes que acompañen con amor y fidelidad la vida de sus hermanos. No somos ministros del evangelio para nosotros mismos. Los presbíteros ejercemos un ministerio que proviene de Jesucristo, para prolongar su obra redentora en medio de la humanidad por medio de la íntima comunión con él, entregándonos al servicio de los hermanos, y manifestando esa unidad en la comunión eclesial.

       Dios sigue llamando hoy, como lo ha hecho tantas veces en la historia, a niños, adolescentes y jóvenes que sienten en su corazón esa apertura y alegría que brotan de una fe sincera y gozosa. Y esa llamada de Dios, requiere por nuestra parte una respuesta generosa y valiente. Por eso, confiando en la intercesión de nuestra Madre la Virgen María, debemos seguir animando a nuestros jóvenes cristianos a que se planteen su opción vocacional con confianza y generosidad. Que nuestros hogares sean escuelas  de experiencia religiosa, donde se sienta como un don de Dios su llamada a nuestra puerta, a la vez que se viva con entusiasmo la vocación sacerdotal entre nosotros.

       Nuestro modelo de seguimiento de Cristo es María, nuestra Madre. Ella experimentó ese amor de Dios de una forma extraordinaria, y aunque el camino por el que anduvo Jesús muchas veces se muestre tortuoso y difícil, debemos saber que nunca nos dejará solos. Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y su Iglesia, constituida sobre el cimiento de los apóstoles, prevalecerá para ser en medio del mundo sal y luz, que irradie frescura y calidad humana por medio del testimonio y de la entrega de todos los cristianos.

       Que Santa María la Virgen, siga protegiendo bajo su amparo las vocaciones sacerdotales de nuestra diócesis de Bilbao, y que al asumir la responsabilidad de transmitir la fe en Jesucristo a las generaciones más jóvenes, también suscitemos con valor la pregunta por su propia vocación como camino favorable de auténtica y plena felicidad.

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