SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE
LA VIRGEN MARÍA
– DIA DEL SEMINARIO
Un año más, en medio de este itinerario gozoso y esperanzado hacia la
fiesta del nacimiento del Señor, la liturgia nos ofrece un alto en el camino
para ayudarnos a fijar la mirada en quien tan plenamente participó en la obra
salvadora del Creador, la Bienaventurada Virgen
María. Su vida y su plena entrega al servicio que Dios le
pedía, inserta en nuestra historia humana el momento culminante esperado desde
la creación del mundo.
Esta experiencia de gozo y de gracia, ha sido posible por pura
bendición de Dios, que en María la
Virgen obró de forma admirable para que desde el momento de
su concepción, estuviera preparado el camino a fin de posibilitar la Encarnación del Verbo
en medio de nuestra realidad humana. Por eso también nosotros hacemos nuestro
el gozo del apóstol Pablo expresado en este himno que la Carta a los Efesios nos
ofrece “Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda
clase de bendiciones espirituales y celestiales”.
Porque si bien en la persona de Jesucristo encontramos el camino, la
verdad y la vida que nos trae la salvación, ofreciéndonos una existencia en
plenitud, la vida de su Madre santísima nos muestra un modelo de seguimiento
que ciertamente nos aproxima al discipulado y a la experiencia del encuentro
íntimo con el Señor.
Y es que toda la vida de María ha estado
especialmente bendecida por Dios. Siguiendo el contenido del evangelio que
acabamos de escuchar, el primer saludo del ángel la define como la “llena de gracia”. En ella Dios ha
depositado su amor de tal manera, que desde el momento de ser engendrada por
sus padres María fue preservada sólo para Dios. Seguro que desde su infancia
iría descubriendo la bondad y la misericordia del Señor. Seguro que en la
transmisión de la fe por parte de sus progenitores, María se abriría por
completo para acoger cuanto Dios le pidiera, y así podemos comprender cómo
María se sobrecoge ante la irrupción personal de Dios en su vida. Algo que por
mucho que se anhele y para lo que se esté preparado, siempre desborda nuestra capacidad
de comprensión.
María ha sido llamada por el mensajero de Dios “la llena de gracia”, y este saludo la
desconcierta, de tal manera que el ángel Gabriel debe aclarar la razón de su
visita, “no temas María, porque has
encontrado gracia ante Dios”.
Y en ese corazón joven, ilusionado ante la vida y
sobre todo abierto de par en par a la voluntad del Señor, se abre paso la
confianza y la plena disponibilidad, para acoger una propuesta única e
irrepetible en la
historia. Será la
Madre del Hijo de Dios, y aunque no acabe de entender el cómo
y el porqué de su elección, y sin sospechar las consecuencias de su respuesta,
ni el alcance que en la historia de la humanidad tendría la apertura de su
corazón a la propuesta divina, ella se pone en las manos del Señor sabiendo que
son manos buenas y que al abandonarse en ellas iba a encontrar una dicha sin
límites.
“Aquí está la esclava del Señor”. Las
dudas y los temores dejarán paso a la confianza y a la disponibilidad porque su
entrega no es una renuncia a vivir, sino una apuesta por hacerlo en plenitud,
teniendo a Dios como aliado, amigo y Señor. María no arruinó su vida al ponerla
en las manos de Dios sino que la vivió con responsabilidad siguiendo los pasos
de su Hijo Jesús porque en ellos estaban las huellas de Dios en nuestra
historia.
El sí de María no estuvo exento de dificultades.
Pero sin duda la prueba más dura llegará cuando teniendo que asumir la libertad
de su Hijo lo siga desde muy cerca como fiel discípula por un camino que la
llevará al pié de la cruz sin que nada pueda hacer para evitarlo.
Creyente
y madre se funden en un mismo sentimiento de dolor que busca en Dios la
respuesta al porqué de aquel final para quien es llamado “Hijo del Altísimo”.
María comprenderá entonces que los planes de Dios se realizan
en los corazones que como el de ella se dejan modelar por su amor. Y que la
semilla del reino de Dios ya ha sido plantada en la tierra fecunda de los
hombres y mujeres que a imagen de María se abren por entero a su amor.
Experiencia ésta que encontrará su realización gozosa tras la resurrección de
Jesús. “No está aquí, ¡ha resucitado!”;
este anuncio ante el sepulcro vacío, será el cumplimiento de aquellas palabras
que en su concepción recibió por parte del ángel, “su reino no tendrá fin”.
María
unida a la comunidad de los seguidores de Jesús recibirá la fuerza del Espíritu
Santo para seguir alentando al nuevo pueblo de Dios nacido en Pentecostés y del
cual todos nosotros somos sus herederos y destinatarios.
Ella sigue sosteniendo y alentando la familia
eclesial, y desde hace muchos años, la experiencia vocacional y en concreto la
vocación sacerdotal, ha sido puesta en nuestra diócesis bajo el amparo de la Inmaculada Concepción.
Nuestro
Seminario Diocesano celebra hoy su fiesta, y nosotros nos unimos a los
seminaristas, formadores y a quienes trabajan en la pastoral vocacional, para
orar insistentemente al Señor, por medio de María, para que siga llamando
trabajadores a su mies.
Nuestra Diócesis de Bilbao, al igual que otras muchas
Iglesias locales, atraviesa momentos de escasez en la disponibilidad de los
jóvenes para este ministerio fundamental en la Iglesia. Nuestro
presente y entorno, no son muy propicios para las decisiones valientes y
generosas que implican la existencia completa de cada uno en aras a ofrecer un
servicio entregado y permanente a los demás.
Sin embargo, hoy siguen haciendo falta sacerdotes
que acompañen con amor y fidelidad la vida de sus hermanos. No somos ministros
del evangelio para nosotros mismos. Los presbíteros ejercemos un ministerio que
proviene de Jesucristo, para prolongar su obra redentora en medio de la
humanidad por medio de la íntima comunión con él, entregándonos al servicio de
los hermanos, y manifestando esa unidad en la comunión eclesial.
Dios
sigue llamando hoy, como lo ha hecho tantas veces en la historia, a niños,
adolescentes y jóvenes que sienten en su corazón esa apertura y alegría que
brotan de una fe sincera y gozosa. Y esa llamada de Dios, requiere por nuestra
parte una respuesta generosa y valiente. Por eso, confiando en la intercesión
de nuestra Madre la
Virgen María , debemos seguir animando a nuestros jóvenes
cristianos a que se planteen su opción vocacional con confianza y generosidad.
Que nuestros hogares sean escuelas de experiencia
religiosa, donde se sienta como un don de Dios su llamada a nuestra puerta, a
la vez que se viva con entusiasmo la vocación sacerdotal entre nosotros.
Nuestro
modelo de seguimiento de Cristo es María, nuestra Madre. Ella experimentó ese
amor de Dios de una forma extraordinaria, y aunque el camino por el que anduvo
Jesús muchas veces se muestre tortuoso y difícil, debemos saber que nunca nos
dejará solos. Él está con nosotros todos
los días hasta el fin del mundo, y su Iglesia, constituida sobre el
cimiento de los apóstoles, prevalecerá para ser en medio del mundo sal y luz, que irradie frescura y
calidad humana por medio del testimonio y de la entrega de todos los
cristianos.
Que Santa María la Virgen , siga protegiendo
bajo su amparo las vocaciones sacerdotales de nuestra diócesis de Bilbao, y que
al asumir la responsabilidad de transmitir la fe en Jesucristo a las
generaciones más jóvenes, también suscitemos con valor la pregunta por su
propia vocación como camino favorable de auténtica y plena felicidad.
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