La beatificación, Montserrat y la benedictina (y unos
cuantos insensatos)
Josep Miró i Ardèvol
La beatificación de 522
mártires, sacerdotes, religiosos y laicos en Tarragona el próximo domingo es un
hecho extraordinario para la Iglesia,
porque da testimonio de lo masivo de una fe. El martirio significa el
reconocimiento de un testimonio que se mantiene hasta el final, hasta entregar
la vida en condiciones extremas y que además muere en un acto cristiano, es
decir perdonando.
No son los mártires de
un bando político porque ninguno de ellos murió por una bandera de este signo.
Murieron por la cruz y en su nombre. En la trágica Guerra Civil hubo otros
muertos, hombres y mujeres de sólidas convicciones religiosas, pero que su
ubicación política los excluía del ámbito del martirio ya que su asesinato no
fue motivado por el odio a la fe sino por el odio político. Por eso, quienes
asocian la beatificación a un determinado reconocimiento político, sea para
criticarla, sea para intentar instrumentalizarla, están atacando directamente
a la Iglesia en la memoria de sus mártires, y esto es muy
grave. Las evidencias de que no son de un bando son escandalosas y solo una
trivialidad maléfica, o una clara mala intención, pueden llevar a la confusión.
Baste recordar solo dos datos: entre los mártires que se van a beatificar hay un
grupo importante de monjes de Montserrat. ¿Quién puede pensar que el centro
religioso de Cataluña, allí donde el sentimiento catalanista adquiere una
dimensión espiritual, pertenecía al bando de Franco? Evidentemente, nadie. La CNT-FAI, que fueron los responsables de
estos asesinatos, mataban a los monjes benedictinos por su condición religiosa,
no porque llevaran ninguna bandera política. Y hubieran muerto muchos más si no
hubieran huido a tiempo del Monasterio de Montserrat. Hubieran practicado un
exterminio en masa. Y no solo eso, querían destruir materialmente el lugar a no
ser por una intervención extrema, que en esta caso salió bien, porque su
autoridad era muy reducida, de la propia Generalitat de
Cataluña.
Hay otro caso masivo
que no puede ser ignorado. Se trata de la Federació de Joves Cristians de Catalunya, un
movimiento precursor de las Juventudes Católicas inspirado en lo que entonces
era la nueva acción católica especializada, que alcanzó un gran éxito en pocos
años. Cristo y Cataluña eran sus referencias. Carecían de toda orientación
política y su común denominador era el de pertenencia a la Iglesia y la introducción de nuevas formas de hacer,
que aportaban militancia y visibilidad a sus actos, y por esta razón católica
fueron perseguidos. Antes de la guerra criminalizados incluso por la propia
policía de la Generalitat, y cuando
ésta empezó liquidados a mansalva. 312 de estos jóvenes fueron asesinados a
causa de su fe y hay un buen número de ellos en proceso de beatificación, y
habrá más. Tampoco se trataba de un grupo de elite, es decir que pudiera
pertenecer a la dialéctica 'burgués-obrero', porque en su mayoría eran
trabajadores. Pertenecían a la misma clase que los asesinos decían
defender.
Esta es la
realidad evidente, y que forma parte de otra más grande y poliédrica, compleja,
que resume la del conjunto de los mártires, porque como en un brillante de
innumerables facetas, complejas son las facetas del martirio que es capaz de
mostrar la Iglesia.
En este contexto y una
vez más, el afán desmedido de protagonismo y la ambición política desmesurada de
la benedictina Teresa Forcades resulta censurable y doblemente impresentable. Lo
es por el hecho en sí y por su condición de persona religiosa, a la que se
presupone por tanto cultivada en la fe, y que sabe lo que significa el
reconocimiento del martirio, que debe conocer bien la lista de los mártires que
se beatifican, y todavía más censurable porque se trata de una benedictina de
Montserrat, cuya congregación masculina, a escasos kilómetros de su monasterio,
fue perseguida y parte de sus miembros exterminados. Su ataque a las
beatificaciones es un ataque a la memoria de los monjes y de los jóvenes
fejocistas que dieron su vida por pertenecer sin condiciones a la Iglesia. Me parece una vergüenza, para
ella y para los miembros de su congregación religiosa, las monjas benedictinas
de San Benet de Montserrat, que asumen, impávido el ademán, tales desafueros a
sus propios hermanos.
Y, a todo esto, hay que
contar los insensatos, pocos, pero que pueden verse magnificados por los medios
de comunicación, que tengan la tentación de convertir un acto de todos en nombre
del amor a Dios y a los hombres en una reivindicación política trasnochada, con
la que también resulta impresentable intentar mezclarla. Al actuar así, quienes
se dicen católicos en realidad están instrumentalizando y por lo tanto atacando
a la Iglesia en nombre de su
ideología.
La beatificación exige
respeto, empezando por el de los propios católicos, respeto y reconocimiento a
aquellos testimonios de nuestra fe.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del
Consejo Pontificio para los Laicos
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