SOLEMNIDAD DE S. JOSÉ
19-3-15
Dentro de la
austeridad cuaresmal, celebramos hoy con solemnidad la fiesta de S. José. La
humilde vida y obra de este hombre que supo desarrollar un papel fundamental en
la historia de Jesús, ocupando un lugar discreto pero eficaz en la educación
del Hijo de Dios.
Los relatos sobre
S. José son muy escasos, sólo aparece en los evangelios llamados de la
infancia, de S. Mateo y S. Lucas, los cuales nos narran varios aspectos de su
vida y misión.
El primero su
vocación, correspondiente al relato que hoy se nos ha proclamado; José
comprometido en firme con María, al estilo propio de su tiempo en que tardaban
un periodo en convivir juntos después de realizado el desposorio, se encuentra
con la terrible sorpresa de que la mujer a la que ha unido su vida espera un
hijo que no es suyo. La consecuencia inmediata de esto la describe el
evangelista con absoluta claridad; ha de denunciarla a las autoridades y que la
justicia de la ley de Moisés siga su curso.
Pero el narrador
sagrado nos muestra un rasgo fundamental de José, era justo, era bueno. José
entablaba su lucha interior entre la decepción sufrida y la decisión que ha de
tomar, y opta por la que ocasione menor daño a la mujer que quiere, decidiendo
repudiar en secreto a María. Así evitaría un juicio severo y una condena
durísima para ella.
Sin embargo la
última palabra no está dicha, y lo mismo que María se vio sorprendida por la
irrupción de Dios en su historia personal, José va a ser llamado por Dios a una
misión igualmente única e irrepetible, asumir la condición de padre de quien es
el Hijo de Dios. El Señor ha tejido su proyecto de Encarnación con cuidadoso
esmero, poniendo los pilares fundamentales sobre los cuales asentar su entrada
en nuestra historia. La familia formada por José y María, gestada en el amor
esponsal, desde la bondad y el respeto mutuos que les ha ayudado a vencer las
dudas y los recelos, tiene la solidez necesaria para que en ella nazca el mismo
Dios.
José es un
eslabón necesario en la cadena sucesoria de David. Él es descendiente de esa
genealogía citada en el evangelio, y ahora la profecía llega a su plenitud al
nacer el renuevo del tronco de Jesé, el Mesías. José será el encargado de poner
nombre al Hijo de Dios, un nombre cuyo significado contiene la esperanza del
pueblo, Jesús, que significa “Dios salva”.
En el sueño
envolvente que el trato con la divinidad conlleva, José comprende que el estado
de María también responde al designio de Dios, y que la mujer a la que ha unido
su existencia no le ha sido infiel, sino que es la elegida por el mismo Creador
para llevar a su culmen la creación entera; “Mirad
la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel,
que significa “Dios con nosotros”.
José responderá
con su obrar fiel y confiado a la palabra que de Dios ha escuchado en su alma,
y desde ese momento será para Jesús el padre que mejor representa la paternidad
divina. Por su relación paterno-filial, Jesús llamará a Dios “Abbá”, término
que posiblemente emplearía para dirigirse, cada día de su vida, al mismo José.
Otros rasgos que
la Sagrada Escritura nos ofrece de S. José, los encontramos en el momento de
tener que empadronarse con María, antes del nacimiento del niño. O cuando en
medio del desconcierto ocasionado por quienes van a Belén para encontrarse con
la gloria de Dios en el recién nacido, debe huir a Egipto para salvarlo de la
persecución de Herodes.
La vivencia de la
penuria y el desarraigo, la escasez y el desconcierto, no causan mella en la
sencilla Familia Sagrada, al contrario, todo es vivido en la confianza de que
Dios protege con su mano la obra que él mismo comenzó, y que a su vez ha
colocado en las del humilde carpintero.
Un último rasgo de la
vida de José lo encontramos en el episodio de la subida por la pascua al templo
de Jerusalén, donde el niño es extraviado. Y aunque la elaboración del relato
evangélico viene a mostrar el crecimiento de Jesús en su dimensión humana y
espiritual, también puede representar otra experiencia vital en la persona de
S. José. Ciertamente él era el padre de Jesús a los ojos de todos, su
dedicación, educación y responsabilidad para con el niño no se diferenciaría
demasiado de la de otros padres de familia.
En la experiencia de
perderlo en medio de las multitudes que acuden a Jerusalén, el desasosiego y el
temor se apoderarían de él. Bien podría sufrir el miedo al fracaso en la
responsabilidad que asumió ante Dios de cuidarlo y educarlo. Y la sorpresa
vencerá sus dudas ante la respuesta del niño recién encontrado y recriminado
por su madre María; “¿No sabíais que yo
debía ocuparme de las cosas de mi Padre?”. El obrar cotidiano de José tal
vez le hubiera hecho olvidarse por algún momento de quién era el Padre de
Jesús, porque su entrega y dedicación eran absolutas para con el niño como si
fuera suyo. Claro que sí, que el niño ha de ocuparse de las cosas de su Padre,
y aunque la respuesta sea un tanto difícil de comprender, y concluya el
evangelio con que Jesús “bajó con ellos a
Nazaret y vivía bajo su autoridad”, estaban asistiendo de forma misteriosa
pero privilegiada, al crecimiento humano y divino del Hijo de Dios, quien “progresaba en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y los hombres”.
Después de estos
episodios descritos por el evangelio nada más sabemos de S. José. Sin embargo
la devoción popular ha concluido la vida de este hombre singular de un modo
natural y dichoso. José acabaría sus días y su misión antes de iniciarse la
vida pública del Señor, ya que en el comienzo de su ministerio no hay ninguna
referencia al Santo Varón. S. José ha sido por ello reconocido como el “abogado
de la buena muerte”, porque tuvo la dicha de culminar su existencia asistido
por el amor de su esposa y del Hijo amado de Dios.
Hoy en su fiesta solemne,
celebramos no sólo su onomástica, sino desde hace muchos años, el día del
padre. Qué enormes enseñanzas podemos recoger de la vida de este modelo de
esposo y padre. Cuantos rasgos elocuentes para buscar nuestra identificación
con quien es ejemplo de creyente y servidor confiado de Dios.
S. José supo abrir su
corazón a la palabra de Dios y configurarlo por completo a imagen de la
paternidad divina que se le proponía asumir con entrega y disponibilidad. Por
esa intervención de Dios en su vida, pudo confiar en el amor prometido de su
esposa frente a todas las sombras de duda que se cernían sobre él, superando
así los temores, comprendiendo la misión que se le ofrecía, y asumiéndola con libertad,
entrega y confianza.
S. José supo
desprenderse del hijo que no era una propiedad suya, sino de Dios; que en Dios
tuvo su origen y hacia Dios se orientaba su destino, y que su papel no debía
interferir en la vocación del hijo querido, sino que por amarlo de verdad,
debía dejarle “ocuparse de las cosas de su Padre”.
Hoy nosotros nos
ponemos bajo su amparo. Pedimos por nuestras familias, por nuestros padres, por
sus trabajos y desvelos, por sus sacrificios y pesares. Para que encuentren en
S. José el modelo de hombre, de esposo y de padre, que les ayude a vivir con
plenitud, y reciban por su intercesión el estímulo necesario para desarrollar
su misión con entrega y dedicación en el amor.
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