DOMINGO III
CUARESMA
8-3-15
(Ciclo B)
En nuestro recorrido cuaresmal, llegamos ya al ecuador
de este tiempo de gracia, y en él, Jesús, que ha sido declarado el Hijo amado
de Dios, va a vincular su cuerpo con el Templo del Señor, a la vez que anuncia
su próxima muerte y resurrección.
Palabras que todavía no son comprendidas por sus
oyentes, ya que lejos de interiorizar en su corazón el mensaje liberador de
Jesús, siguen inmersos en sus cálculos, intereses y formas de vida ajenas al
amor verdadero, y alejados de una auténtica conversión.
El gesto enojado de Jesús, echando duramente a los
mercaderes del templo de Jerusalén, causa una enorme conmoción en la sociedad y
en el entorno religioso, ya que templo y sacrificios, sacrificios y víctimas,
víctimas y negocio, estaban profundamente unidos y en ocasiones seriamente
confundidos.
Jesús no critica la práctica de la ofrenda a Dios,
cumpliendo así la ley de Moisés en su autenticidad. Lo que no puede tolerar de
ninguna manera, es el que esa práctica religiosa, que ante todo lo que debe
buscar es reconocer la suprema voluntad divina y la escucha de la misma por
parte del hombre, se haya convertido en un negocio que mancilla la ofrenda por
la perversión de la actitud del oferente, que pretende negociar con Dios su
propia salvación. “Habéis convertido mi casa en una cueva de bandidos”. La casa
de Dios, lugar de encuentro con el Señor, de oración y de caridad, de amor
fraterno y de acogida de la Palabra de Dios para vivirla en fidelidad y
coherencia, se había convertido en el mercado del cumplimiento vacío de unas
prácticas, por las cuales se creían cumplir suficientemente con el Señor,
olvidando el amor a los demás y la obediencia a la voluntad divina. Es la
tentación permanente de cosificar a Dios y hacerle un instrumento a mi
servicio.
La acción de Jesús viene a reivindicar la recuperación
de la auténtica ley mosaica, poniendo al hombre en su sitio en su relación con
Dios, y que se sintetiza en la misma afirmación divina; “Yo soy el Señor tu
Dios...no tendrás otros dioses frente a mí”.
Sin embargo precisamente ha sido la continua tentación
a echarse en manos de otros dioses, cayendo en el pecado de idolatría, lo que
ha caracterizado la actitud humana.
Cuantas veces el hombre ha sustituido a Dios por los
ídolos; cuantas veces nos hemos erigido nosotros mismos en absolutos frente a
Dios y a los demás. Con cuanta frecuencia escuchamos expresiones como “yo soy
el dueño de mi vida, yo hago lo que quiero; yo determino el criterio ético y
moral,...” Cuantas veces el hombre ha creído que su completa autonomía está
lejos de Dios, como si éste fuera su enemigo.
Y sin embargo cuanto mayor es la distancia que nos
separa de Dios, mayor es el vacío, el sinsentido y el egoísmo que ahoga nuestra
existencia. Porque si expulsamos a Dios de nuestra vida, inmediatamente abrimos
las puertas a los ídolos que con falsas promesas de satisfacción inmediata, nos
someten y esclavizan, a la vez que nos enfrenta y enemista con nuestros
semejantes.
Sólo Dios puede ser tenido por absoluto si de verdad
el hombre quiere sentirse libre y realizado, porque en la medida en que nos
reconozcamos como criaturas fruto del amor del Creador, seremos plenamente
aquello para lo que fuimos por él creados; ser hijos de Dios, en su Hijo
Jesucristo y por lo tanto co-herederos de su Reino de amor y de paz.
Manipular la fe, comerciar con las cosas de Dios,
pretender utilizar la fe para lograr algún beneficio, lejos de situarnos en el
camino del seguimiento de Cristo, nos aleja de él.
Las prácticas religiosas, las ofrendas y las
tradiciones, han de ser un vehículo para vivir una fe madura y auténtica, y no
cosificarla.
La relación que el hombre establece con Dios, es una
relación de amor paterno-filial, en la que la iniciativa siempre la ha tomado
el Señor, y a la que nosotros hemos de responder con gratitud y confianza. Dios
no nos ha creado para una relación de esclavos, sino de hijos, y por eso
tampoco nosotros podemos acoger su llamada a la vida para vivirla desde el
interés o el utilitarismo. Sólo una sana relación de respeto, de amor y de
confiada obediencia al Señor, nos realiza como personas y como creyentes. Así
la vivió el mismo Jesús nuestro modelo y maestro.
Jesús siempre se nos ha manifestado en plena armonía
con el Padre Dios, buscando los momentos de encuentro personal con él, en la
oración de escucha y contemplación, atendiendo a su Palabra y viviendo conforme
a su voluntad, porque como él mismo nos dice no ha venido para hacer su
voluntad, sino la voluntad del que lo envió. (Cfr. Jn 5, 30b) Sólo a través de
Jesús podemos establecer esta relación con Dios, y sólo la manera de
relacionarse Jesús con el Padre es la adecuada para nosotros.
No busquemos otros sustitutos en el camino del
encuentro con Dios. No nos engañemos pensando que al margen de Jesús, o por
otra ruta distinta de él y de su Iglesia, podemos entablar una relación madura
y auténtica con el Señor.
Quien cree que su libertad y autonomía le impide
aceptar una palabra distinta de la suya propia, lejos de abrir su corazón al
amor, lo está cerrando a su egoísmo.
La ley dada a Moisés por Dios en el Sinaí, ha sido
llevada a su plenitud por Jesús, que la ha superado con su entrega y amor
absoluto a la voluntad del Padre. Ese amor que S. Pablo nos invita a vivir dando
testimonio personal con nuestra vida.
La fe en Cristo es muchas veces necedad para quienes
se sienten satisfechos con sus bienes materiales y sus logros personales.
Para otros que se han construido un dios a su medida,
autocomplaciente y mudo, resulta escandaloso aceptar al Dios de Jesús que
siempre nos interpela para liberarnos y vivir nuestra verdadera vocación
humana.
Qué difícil es, mis queridos hermanos, para el corazón
soberbio aceptar el don de Dios. Qué difícil para quien pretende ser él mismo
el dueño de su vida abrir su corazón para que otro pueda entrar en él. Y sin
embargo, cuando el hombre no se postra ante Dios que le ama como a un hijo,
acaba arrodillándose ante la bestia que lo somete como a un esclavo.
Pidamos en este tiempo cuaresmal, que el Señor siga
infundiendo en nuestra alma la sed de
encontrarnos con él. Que nos ayude a retomar el camino hacia él, para vivir así
una auténtica vida en plenitud, una vida asentada en la libertad de los hijos
de Dios. Que nuestra Madre Sta. María, que cantó con su vida las maravillas del
Señor, nos guíe en este caminar cuaresmal, para vivir la conversión personal y
sentir el gozo del encuentro con el Señor y con los hermanos.
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