SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
11-6-17 (Ciclo A)
Celebramos
hoy la fiesta en la que la comunidad cristiana vive de forma unitaria el ser de
nuestro Dios. Un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Diferentes
Persona, presencias y maneras de actuar en la historia del mismo Dios que se
hace uno con nosotros, acompaña nuestra vida y nos llena de sentido, alegría y
esperanza.
Muchas
veces hemos escuchado que la Santísima Trinidad es un misterio. Y es verdad
porque todo lo que hace referencia a Dios desborda nuestra comprensión y
entendimiento. Todas las personas somos un misterio y siempre hay algo en el
otro que nos queda por descubrir. Hemos sido creados distintos, libres, capaces
de recrear nuestra realidad y forjarnos nuestro ser y nuestro futuro.
Esta
experiencia, siempre novedosa y distante, es inabarcable si nos referimos a
Dios. Nadie puede acapararlo en su mente o en su corazón. Dios siempre escapa a
nuestra capacidad de comprensión o de explicación.
Nuestro
mayor acercamiento a la realidad divina
sólo ha sido posible a través de Jesús. El es el Hijo de Dios, y como
tal nos ha mostrado quién es ese Dios a quién él se dirigía como su Padre. El
Dios revelado a nuestros antepasados en la fe, Abrahán, Moisés, David... y
anunciado por los profetas, es el mismo a quién Jesús llama Abba, Padre.
Así
lo reconocieron los mismos discípulos de Jesús cuando le pidieron que les
enseñara a orar. “Cuando oréis hacedlo así, Padre nuestro del cielo...”.
Parecía
que estaba claro que Dios era padre y sólo eso.
Pero
a medida que transcurría la vida de Jesús, aquellos discípulos fueron viendo en
él la misma presencia e imagen de Dios. Él era el Hijo amado a quien había que
escuchar, seguir y anunciar a todos los pueblos.
La
muerte y resurrección de Jesús, es el momento trascendental para aquel grupo de
hombres y mujeres creyentes. Jesús no sólo era el Hijo de Dios sino que era el
Dios con nosotros anunciado por el profeta Isaías. Dios mismo se había
encarnado para asumir nuestra condición humana y así llevarla a su plenitud. Y
esta experiencia vital hace de los discípulos testigos de la Buena Noticia a la
cual entregar su vida con gozo y esperanza.
Pero
cómo hemos podido nosotros, casi dos mil años después, llegar a comprender y
acoger este don de Dios. Y aquí resuena la promesa del Señor que tras su
resurrección anuncia dos acontecimientos, el primero en forma de regalo
“recibid el Espíritu Santo”, y el segundo en el momento de su Ascensión en
forma de promesa, “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo”. El Espíritu Santo es el Dios que permanece a nuestro lado para seguir
animando nuestro peregrinar por este mundo.
Es
el Dios que nos orienta en la vida para dar testimonio de su palabra y de su
gloria. El Espíritu Santo mantiene viva la llama de la esperanza frente a los
momentos de temor, duda o angustia, y es el que nos une de forma vital al Padre
Dios a través del Hijo Jesús.
La
llamada que cada uno recibimos no es la de elucubrar cómo es el misterio que
encierra el ser de Dios en sí mismo, lo realmente importante para nuestras
vidas, es descubrir cómo está actuando ese Dios que me ha hecho hijo e hija
suyo, en mi vida, en mi entorno personal, familiar y social, y qué me pide en
cada momento de mi existencia para entrar en plena comunión con él.
La
definición tradicional de la Santísima Trinidad como Tres Personas distintas y
un solo Dios verdadero, podemos comprenderla mejor sintiendo que es el mismo
Dios quien de manera distinta y a través de su ser paternal y fraterno entrega
todo su amor en nuestra historia para
realizar en ella su obra salvadora.
Nosotros
hemos sido constituidos hijos de Dios, y como hijos, herederos de su reino.
Pero también somos mensajeros de su Buena Noticia y es aquí donde la fuerza de
su Espíritu nos sigue animando e impulsando en el presente.
Nuestra
vida de oración nos ha de unir más a Cristo y a la comunidad para que podamos
desarrollar nuestra misión, tal y como él nos la encomendó, “id al mundo entero
y anunciad el Evangelio”.
Por
eso es de vital importancia la dimensión contemplativa y orante de la Iglesia.
No en vano unida a la fiesta Trinitaria, está la vida de tantos hombres y
mujeres cuya vida está dedicada a la oración por la Iglesia y la humanidad
entera.
Los
monjes y monjas contemplativos han descubierto que en la escucha de la Palabra
de Dios, en la profundización de su enseñanza y en el diálogo personal e íntimo
con él se pueden realizar plenamente como personas y a la vez ofrecer un
generoso servicio al Pueblo de Dios.
Sin
su testimonio y entrega vocacional, todos los servicios y compromisos
apostólicos quedarían desvirtuados. No hay entrega cristiana si no viene
animada por la acción del Espíritu que nos manifiesta en todo momento cuáles
son los cimientos de la fe. Y este pilar central del edificio cristiano no es
otro que la vida de oración y de escucha del Señor. Sólo así podremos orientar
bien nuestra acción comprometida a favor del reino de Dios, y bebiendo de la
fuente que es Jesucristo, podremos ofrecer a los demás el agua viva que sacia
la sed de sentido y de esperanza que tanto ansían.
Hoy
pedimos por todas las vocaciones cristianas, solicitando al Señor que siga
llamando obreros a su mies, que con
generosidad y confianza se entreguen al servicio de los hermanos. Damos gracias
a Dios por el don precioso de la vocación contemplativa, que acerca los ruegos
y necesidades de los hombres hasta Dios,
a la vez que va sembrando con sencillez la semilla del Reino de Dios en
medio de este mundo, haciendo germinar espacios de esperanza, amor y paz.
Que
en esta fiesta del Señor, sintamos con agradecimiento el don de nuestra fe, y
por medio de la oración confiada nos sintamos animados y alentados para ser sus
testigos en medio de los hermanos. La fiesta que el próximo domingo
celebraremos, nos recuerda dónde está el alimento fundamental de esta vida
interior. Que cada vez que participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo, sintamos
nuestras vidas más unidas a él, y sepamos entregarlas al servicio de su reino.
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