DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO
1-10-17 (Ciclo A)
Acabamos de
escuchar la Palabra de Dios y como siempre es su núcleo fundamental el
Evangelio de Jesús. En él vemos la respuesta de dos hijos a la petición de su
padre, y la manera de concluir del Señor sobre lo que significa cumplir la
voluntad de Dios.
Este es el tema
central de este domingo, el cumplimiento de la voluntad de Dios, de lo cual va
a depender toda nuestra vida.
A simple vista el
hecho narrado no es nada novedoso, cuantas veces decimos una cosa y hacemos
otra, unas para bien y otras para mal, pero de nuestros actos concretos podemos
percibir las actitudes fundamentales que animan nuestra vida y sus opciones.
Cumplir la voluntad
de Dios es la vocación a la que cada uno de nosotros hemos sido llamados en el
amor. Dios no tiene una voluntad arbitraria y contraria a la dignidad del
hombre. Precisamente la voluntad de Dios, tantas veces expresada por Jesús, es
que todos sus hijos se salven y lleguemos a la plenitud de nuestra existencia en
el amor. Los mandamientos divinos, no son normas de conducta contrarias a
nuestra condición humana, sino precisamente la condición de posibilidad de que
seamos plenamente humanos, y por lo tanto imagen y semejanza de nuestro
Creador. Dichos mandamientos Jesús los va a resumir en dos; amar a Dios con
todo el corazón y con toda el alma, y al prójimo, nuestro hermano, como a
nosotros mismos. En definitiva, la voluntad de Dios es que seamos perfectos en
el amor, un amor que en Jesucristo ha encontrado su plena encarnación, porque
en todo momento buscó y cumplió la voluntad del Padre.
En nuestros días,
eso de ser orientados por otros, y no digamos cumplir la voluntad de un
extraño, resulta a todas luces escandaloso. Las cotas de autosuficiencia e independencia son muy elevadas.
Nuestra sociedad
valora y exhibe la independencia y autonomía del hombre, sobre cualquier ente
externo a él, como una máxima de su indiscutible libertad.
Y aunque
ciertamente la libertad y autonomía del hombre es un gran valor, en tanto en
cuanto le dignifica, su mala comprensión puede albergar en sí misma su mayor
sometimiento y esclavitud.
Es más libre un
niño, porque sus padres le permitan no comer lo que no le gusta? Es más libre
un hombre porque las leyes le permitan acabar con una vida indeseada, como en
el aborto? Es más libre y autónoma una sociedad, carente de principios éticos y
morales, y en la que priman intereses de
rendimiento económico o materiales?
La libertad humana
es un instrumento al servicio de la dignidad de la persona, y como cauce para
encontrar su pleno desarrollo en armonía con sigo mismo, con los demás y con
Dios, su creador y Señor.
Echar de nuestro
lado a Dios porque puede condicionar con su Palabra y sus llamadas nuestra
independencia, concluye siempre con el arrojo de nuestra vida en manos de
ídolos esclavizantes, que mediante ideologías vacías nos seducen y oprimen.
Descubrir que Dios
sólo quiere el bien de sus hijos, que desde el momento de crearnos nos ha
sellado con su amor paternal, y que jamás se desanima en la búsqueda de aquel
que se le ha extraviado, es poner en nuestra vida la gran alegría de sabernos
amados y protegidos por su divina Providencia.
Jesús, como nos
dice el autor de la Carta a los Hebreos, también “aprendió sufriendo a
obedecer”. No debemos entender esto como una experiencia impositiva en la vida
del Señor, sino que conforme a su condición humana, y siendo semejante en todo
a nosotros, supo lo que era optar por la voluntad de Dios y a la vez verse
sometido a las fuerzas de nuestra concupiscencia, de nuestros deseos, de los
estímulos del ambiente, del poder, de la riqueza, del prestigio. No olvidemos
cómo el Señor, también fue tentado, como nos narra el evangelio.
No es fácil cumplir
la voluntad de Dios. Y no lo es, no porque sea mala o contraria a nuestra
naturaleza, todo lo contrario, como he dicho somos imagen y semejanza de Dios.
Nos es difícil cumplir la voluntad de Dios porque estamos permanentemente
influenciados por el poder del pecado. De ese pecado en el origen y del pecado
que por nuestra permanente debilidad y condición tantas veces nos invade y
somete. De nuestras debilidades personales y del ambiente que muchas veces
pretende maquillar la verdad de las cosas, o simplemente pretende imponer su
mentira.
Cumplir la voluntad
de Dios es la razón de nuestra existencia, porque si todos comprendemos con
facilidad, que cualquier padre o madre desea lo mejor para su hijo, y que todo
el amor y educación que le darán irá orientado a que sepa valerse por sí mismo,
desde unos valores humanos auténticos, con mucha más rotundidad debemos decir
que ese amor y esa pedagogía de Dios para con nosotros, buscan nuestra plenitud
personal y comunitaria desde el ejercicio de la auténtica libertad.
Para aceptar la
voluntad de Dios es necesario poner en él nuestra confianza, nuestra esperanza
y dejarnos modelar de nuevo.
Sólo bajo la acción
de la gracia es posible escuchar atentamente lo que el Señor nos dice, y en el
sacramento de la curación interior, de la reconciliación personal, encontramos
el medio eficaz para ponernos en sintonía con Dios.
Es imposible que
quien está bajo la acción del mal, del pecado, pueda realizar la voluntad de
Dios, si previamente no se arrepiente y cambia de vida. El mal sólo lleva al
mal, y quien se introduce en ese camino, es un peligro para sí mismo y para los
demás. Sólo la bondad saca de sí lo bueno, y quien tiene en su corazón esta
grandeza, incluso cuando tropieza y cae, sabe buscar, con la ayuda de Dios, la
salida a su debilidad.
Por eso la frase
final del evangelio de Jesús. Hay personas que a pesar de sus debilidades y
pecados, buscan siempre superarlos, y con el corazón arrepentido vuelven su
mirada hacia Dios, para que él con su misericordia nos devuelva la salud del
alma. Otras sin embargo, se mienten a sí mismas y a los demás para permanecer
en su sitio, víctimas de la ambición de poder.
Que nosotros
estemos siempre abiertos a la conversión; que a pesar de decir muchas veces no,
al Señor, abramos nuestra alma al arrepentimiento y acojamos el don de su
misericordia y de su amor. Así viviremos en la dicha de los hijos de Dios, nos
haremos comprensivos con los demás, y poco a poco, transformaremos nuestra vida
por la acción de su gracia.
Que nuestra madre,
la Virgen Santa María, nos ayude a reblandecer la dureza de nuestro corazón, y
nos haga humildes para escuchar la voluntad del Señor y ponerla en práctica.
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