DOMINGO XXVII
TIEMPO ORDINARIO
8-10-17
(Ciclo A)
Después
de escuchar durante las semanas pasadas, como Dios es compasivo y
misericordioso, y que el perdón que siempre nos ofrece ha de ser compartido y
vivido por todos nosotros, hoy la Palabra del Señor nos invita a dar un paso más para que vivamos
nuestra fe con autenticidad y coherencia.
La
fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo no es una fe abstracta, pasiva,
lejana o indiferente con el destino del mundo. La fe cristiana se autentifica
en el seguimiento de Jesús, para vivir conforme a su estilo de vida y encarnar
en nuestra realidad su mismo proyecto salvador. La fe verdadera, tiene
consecuencias concretas para nuestra vida.
La
historia de Israel mirada a través de los ojos del profeta Isaías, y recogida
por el mismo Jesús en el evangelio, es denuncia por su actitud de
autocomplacencia e irresponsabilidad en aquellos que, debiendo ser agradecidos
por los dones recibidos y por ello generosos con los demás, muchas veces han
caído en el egoísmo y la soberbia de creerse los dueños del mundo y superiores
respecto de otros pueblos.
Ese
mundo contemplado por el profeta, es descrito por Jesús, como la Viña de Dios.
Una viña creada por amor, cuidada con esmero y preparada por Él, para que en
ella se desarrolle la vida humana en su plenitud, y poniendo las condiciones
necesarias para que sea el germen de donde brote su Reino de amor. Para ello,
Dios ha confiado su desarrollo al ser humano, y la ha puesto en nuestras manos
para que conforme a su plan, la vayamos sembrando de relaciones fraternas y
solidarias y cosechemos frutos de paz, concordia y justicia entre todos y para
todos, sabiendo que esta viña no es posesión privada de nadie sino un regalo,
un don para cada uno de nosotros y para toda la humanidad.
Sin
embargo, no hay más que echar una mirada a la viña del mundo para ver el solar
estéril en el que tantas veces la hemos convertido, y no porque Dios nos haya
castigado conforme a la amenaza vertida por el profeta, sino por la perversión
que ocasiona el pecado egoísta, que nos hace creernos dueños de la creación
sometiéndola al capricho de los intereses particulares y esclavizando o
eliminando a quienes desde su pobreza y necesidad, nos recuerdan lo injusto e
inhumano de nuestro proceder.
Y
aunque ciertamente mayor responsabilidad tienen quienes más altos cargos
ostentan y más bienes poseen, todos de alguna forma queremos vivir mejor y en
nuestras ambiciones personales vamos olvidándonos de la caridad fraterna y la
compasión por los demás.
El egoísmo del ser humano es la actitud
que mejor muestra la idolatría que la sustenta. Porque no olvidemos que la
denuncia del Señor en el evangelio, no sólo se debe a que aquellos jornaleros
no dan los frutos debidos a su tiempo, sino que además de no aceptar a los
enviados que el Dueño les envía, terminan por matar a su propio hijo.
En esta figura, quedará anunciada la
propia entrega de Jesús, el Hijo amado del Padre, y que habiendo sido enviado
para recoger el fruto de esta humanidad amada por Dios, en vez de recibirlo con
gozo y gratitud, lo condenará a la muerte de cruz.
Jesús, por encima del egoísmo material,
está denunciando la soberbia del corazón que lejos de reconocer al Dueño de
nuestra vida, quien tanto nos ha amado y tantas veces buscado, le damos la
espalda para echarnos en los brazos de los ídolos que satisfacen nuestras
pasiones más superfluas, disfrazándolas de deslumbrantes horizontes, como son
el dinero, el prestigio o la fama, el poder o el placer, pero que tras su
consecución inmediata, sólo dejan víctimas frustradas y fracasadas, con el alma
vacía y la conciencia amordazada.
Por eso la llamada
a la solidaridad con los demás es tan importante, porque en la medida en que
nos hacemos conscientes de la enorme desigualdad e injusticia que existe en el
mundo, podremos dejarnos interpelar por las necesidades de los demás, lo cual
nos puede acercar a descubrir el rostro de Dios en los más pobres, avanzando
hacia una plena conciencia de universal fraternidad.
Dios nos ha colmado
de gracia y bendición, nos ha creado a su imagen y semejanza, nos ha llamado a
la vida para vivirla con el gozo de sabernos sus hijos. Y esta realidad si es
vivida con la gratitud debida, nos hace más dichosos y generosos con los demás.
Quien se sabe muy afortunado por todos los dones recibidos, lleva una
existencia en permanente acción de gracias, lo cual le llena el corazón de
alegría, y eso se nota por sus consecuencias para con los demás.
Por el contrario,
quien en su vida la fe se va desdibujando, porque en ella entran intereses
contrarios a la dignidad humana y por lo tanto ajenos a Dios, y se arroja en
los brazos del materialismo y del hedonismo, endurece tanto su corazón para con
sus semejantes, que termina por no reconocerse a sí mismo rompiéndose
interiormente.
La totalidad de las
injusticias existentes, tienen en sus fundamentos la rebelión contra Dios,
porque hay que echar a Dios de la vida del hombre, para que éste se convierta
en su sustituto. Así actuaron los labradores de la parábola de hoy. Con su
maldad y crimen, estaban diciéndole a su señor que ya no era dueño de sus vidas
ni de su viña. Y cuando falta el legítimo señor, otro usurpador lo sustituirá.
Hoy mis queridos
hermanos, recibimos una llamada a la fidelidad. Dios nos sigue pidiendo frutos
de vida y de amor, aquellos que él mismo sembró en nuestra alma y que cada día
con su gracia quiere abonar para que demos una cosecha abundante y generosa. Y
sabemos que bajo su mano amorosa es posible vivir con esta gratuidad.
Que nuestra vida
cotidiana sea un testimonio elocuente de esta fe que tanto llena nuestra
existencia. Y que por el modo de vivirla, con coherencia y autenticidad,
sepamos transmitirla a los demás con alegría y sencillez.
Que nuestra Madre
la Virgen, nos ayude en esta labor permanente, para que como ella, engendremos
en nuestros corazones el fruto del amor de Dios, y así seamos en medio de
nuestro mundo portadores de paz y de esperanza.
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