DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO
19-11-17 (Ciclo A)
I Jornada Mundial de los Pobres
“Entra en el gozo de
tu Señor”. Así premia el Jesús, en la parábola, a quien ha sido “fiel en lo
poco”. Y esta realidad tan misericordiosa y llena de gracia es lo que debería
quedar en nuestra memoria, más que el hecho mismo de poseer muchos o pocos
talentos.
Dios siempre es mucho
mayor que nuestros cálculos y prospecciones. Él colma con creces la mísera
intervención de nuestras manos, y por muy poco que nos parezca lo que somos
capaces de realizar con las escasas fuerzas que poseemos, si lo ofrecemos con
confianza al Señor, siempre se multiplica con generosa abundancia.
Así deberíamos también
acoger en este día la llamada del Papa Francisco a vivir la primera Jornada
Mundial de los Pobres, más que desde la resignación infecunda de que no podemos
hacer mucho por cambiar las graves injusticias que oprimen a gran parte de la
humanidad, desde la confianza vigorosa de que cualquier acción orientada a
promover la justicia y la dignidad de los necesitados, es ya bendecida por el
amor desbordante del Señor.
El Papa no ignora las
dificultades que plantean con fuerza los intereses del mercado, o la cultura
del descarte, como él mismo ha denominado al ambiente que tantas veces se
impone en nuestro mundo acomodado. Pero con los talentos que el Señor le
entregó, como a cada uno de nosotros, se ha puesto en movimiento para
multiplicarlos con su personal aportación.
La llamada del Santo
Padre, con la autoridad apostólica que del Señor ha recibido, es para nosotros
imperativo moral y ejemplo personal, que ha de manifestarse en la disposición
de las comunidades cristianas, para acoger su preocupación y ocupación en la
causa de los pobres.
A estas alturas de su
pontificado, todos percibimos gestos que denotan actitudes de vida profundas,
en las que la opción preferencial del evangelio por los pobres, enfermos y
necesitados, se han puesto en su vida en el centro de su existencia y de su
misión pastoral.
Y al escuchar hoy este
evangelio tan conocido, podemos hacernos varias preguntas que nos conduzcan a
su mejor comprensión. Y la primera es acerca de los mismos talentos. Si bien
era una moneda de enorme valor, más que su cuantía material está su dimensión
simbólica. Los talentos son los bienes, materiales y espirituales con el que el
Señor ha enriquecido nuestra vida, y que siempre han de ser tenidos como un don
y no fruto de nuestros méritos. La riqueza material, las virtudes personales,
la inteligencia y la personalidad de cada cual, no es algo que se adquiere en
el mercado. Siempre son dones recibidos, y como nos enseña S. Pablo “¿Qué tienes que no lo hayas recibido?
Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no te lo hubieran dado?” (1 Co
4,7)
Pues una vez
reconocido el origen de nuestros talentos, la otra pregunta, y esta fundamenta,
es el para qué de los mismos. Y es pregunta vital, porque de cómo entendamos
ese destino dependerá su uso egoísta o responsable. Un uso que conllevará
entrar en el gozo del Señor por haber dado un fruto abundante y fraterno, o ser
desechado por truncar estérilmente las esperanzas que Dios había puesto al
entregar sus dones.
Cuando comprendemos
que lo recibido del Señor es un regalo, nuestra vida se abre con normalidad a
la de los demás, y eso nos lleva a ser agradecidos a la vez que sensibles.
Integrando en nuestra vida el compromiso de acoger con calidad, y ofrecer con
generosidad, lo que somos como comunidad humana y cristiana.
En nuestra Unidad
Pastoral del Casco Viejo, el Señor ha derramado muchos dones. Y tomando hoy
conciencia de ellos, los ponemos junto a su altar para darle gracias por tantos
proyectos solidarios en el ámbito de la educación de los niños, de la acogida
de cáritas, de la atención a personas con diferentes dependencias, acompañamiento
a mayores…
Todo ello animado y
sustentado en la entrega generosa de un generoso voluntariado que es el alma y
corazón de nuestras comunidades parroquiales. Todos debemos tomar conciencia de
nuestra común misión y colaboración. Unos toman parte de forma activa, otros lo
apoyan con su aportación económica y material, todos con nuestra oración y
preocupación sinceras. Estos son los talentos que el Señor ha puesto en esta
comunidad eclesial del Casco Viejo, y que en este día le queremos presentar de
forma agradecida.
No queremos que por la
comodidad de nuestras vidas, o por llevar una vida anodina, pueda llamarnos
holgazanes y tomarnos cuentas del tiempo perdido. Porque una fe que no se vive
con gratitud y generosa entrega, se degenera en complaciente ideología, que al
final languidece y muere, de manera que se haga verdad que “al que tiene se le
dará y le sobrará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener”. Y
no es una amenaza lanzada al viento para atemorizar las conciencias, es la advertencia
a vivir nuestra vida cristiana con responsabilidad y consciencia, de manera que
nuestro vivir y nuestro creer vayan unidos, porque unida ha de estar nuestra
persona para que sea dichosa y equilibrada.
Esta Jornada Mundial
de los Pobres nos ofrece la oportunidad de percibir mejor esta unidad
existencial de cada creyente y de toda la Iglesia. Somos un Pueblo de Dios
llamado a vivir en filial confianza y en fraternidad universal. Nuestro
bienestar sabemos que es fruto de muchos esfuerzos positivos, pero también de
grandes injusticias sociales, y esto no tiene porqué ser vivido con mala
conciencia si va acompañado de un sano compromiso por la dignidad y la justa
promoción de quienes padecen, poniendo cada cual sus dones al servicio de los
demás, y sabiendo que lo que gratis hemos recibido, gratis debemos ofrecerlo.
Pidamos al Señor, en
esta Eucaristía, que siempre seamos conscientes de sus dones para vivirlos con
gratitud, a la vez de desarrollarlos con nuestra entrega generosa a fin de dar
fruto abundante y ponerlos a disposición de los necesitados.
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