I DOMINGO DE ADVIENTO
3-12-17 (Ciclo B)
Hoy la
liturgia de la Iglesia inaugura un tiempo de gracia para todos los cristianos,
el Adviento. O lo que es lo mismo, el tiempo de la esperanza gozosa por lo que
de forma inminente está por llegar; la Salvación de Dios encarnada en su Hijo
Jesús, Señor nuestro.
Un
tiempo que nos invita a revitalizar en nosotros las actitudes de acogida,
apertura y confianza. Todo ello desde la escucha de la Palabra de Dios que
interpela y prepara nuestras vidas para disponerlas adecuadamente y así poder
recibirle. De este modo, por medio del profeta Isaías y de los diferentes
personajes que nos han precedido en esta historia de nuestra salvación, iremos
escuchando la voz del Señor cuyo “nombre de siempre es `nuestro redentor”.
Y la primera llamada que en este tiempo
escuchamos es la de estar en vela; “vigilad, pues no sabéis cuando es el
momento”. Muchas veces recordamos la realidad sorpresiva de la vida. Nuestras
capacidades para controlar todos los movimientos y determinar imprevistos, se
ven superadas por la constante incertidumbre que encierra todo futuro humano.
Nadie puede determinarlo, ni decidirlo de forma permanente, por mucho que se
empeñe. Siempre nos sorprende la libertad individual y la responsabilidad que
de ella se deriva.
Somos
previsores de nuestro futuro y responsables del presente. Y por esta razón
debemos saber interpretar bien cada momento y circunstancia a fin de resolver
la conducta precisa que más conviene a nuestra vida y a la de los demás. No
podemos perder las referencias a la comunidad cristiana y humana porque todos
participamos de un mismo destino.
La vigilancia del cristiano está marcada por la
confianza plena en ese Dios que pasa continuamente a nuestro lado. Comparte
nuestra vida y se implica en ella de forma constante y fiel. Vigilar para
descubrirlo, acogerlo y escucharle. Vivir en permanente atención a la realidad
porque en ella se encarna Dios con la finalidad de transformarla y sanarla en
su raíz más profunda. Dios nos habla en cada acontecimiento, en cada situación
personal y social. Habla en el susurro de una vida serena y en el drama de
quienes sufren. Y sólo si tenemos a punto nuestra capacidad para atenderle
podremos encontrarnos con él.
Pero
también hay espacios donde esa palabra de vida pretende enmudecerse y
silenciarse. La llamada del adviento a estar atentos también nos previene
frente a las situaciones donde los contravalores que oprimen y tiranizan al ser
humano se extienden bajo falsas promesas de felicidad.
Nuestra
sociedad acomodada del primer mundo se arroja en los brazos de los ídolos del
dinero, el poder y el placer, cuyas amplias redes pretenden someter a todos
ofreciendo un porvenir donde sólo tengan cabida los valores estéticos y de
mercado. Así se comprende el adoctrinamiento de la sociedad con propuestas de
familia difusa, de devaluación de la vida en sus estadios menos vigorosos o
cuando resultan una molestia indeseada, el establecimiento de las relaciones interpersonales
desde la conveniencia individualista y el rechazo de cualquier autoridad que
imponga el debido respeto para el desarrollo equilibrado de la convivencia,
bien sea familiar o social.
Muchas
veces da la impresión de que andamos a la deriva por haber renunciado a unos
valores que, a pesar de sus limitaciones, garantizaban la estabilidad de
nuestro entorno personal y social, y habernos lanzado a la búsqueda de una
libertad vana exenta de responsabilidades para con los demás.
Cuando
rechazamos a Dios como el referente absoluto de nuestra vida enseguida se
apropiará de su lugar alguna ideología totalizadora que nos someterá a su
antojo.
Dios no
es el enemigo del ser humano, ni un rival para su desarrollo. Al contrario, es
su razón de ser y aquel que garantiza su progreso y plenitud. Desde esta
realidad podemos comprender el porqué de su encarnación. Cómo sólo desde el
amor incondicional y generoso del Padre se puede comprender el deseo de
compartir una naturaleza limitada y frágil como la nuestra. Dios se ha
comprometido tanto con nosotros que se ha hecho uno más de la humanidad de
forma que esta historia humana nuestra es también historia de salvación. Y a
pesar de que como nos recuerda el profeta Isaías, muchas veces hemos andado
extraviados, y que “nuestra justicia era un paño manchado”, podemos tener la
certeza de que “sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla,
y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”.
Vivir con esta convicción no nos ahorra las dificultades
del presente, pero sí nos impulsa a afrontarlas con esperanza y confianza, de
forma que desde nuestro compromiso cristiano y responsabilidad para con el
mundo que Dios ha puesto en nuestras manos podamos dar testimonio de Jesucristo
y preparar su venida a nuestros corazones y a los de aquellos que lo quieran
acoger con apertura de corazón.
Son muchas las personas que andan en la vida buscando
una razón profunda por la que vivir y un sentido auténtico que dar a su
existencia. Y si no reciben una propuesta clara, sencilla y generosa por
nuestra parte, desde el testimonio personal y comunitario auténtico y gozoso de
ser testigos de Jesucristo, la buscarán en otros lugares con falsas promesas de
dicha y libertad.
Cuando Jesús en el evangelio nos llama a la vigilancia,
no sólo nos previene a nosotros contra la falsedad del ambiente, también nos
llama para que realicemos la tarea que nos ha encomendado y no caer en la
comodidad irresponsable de quien se acompleja en su fe y oculta su identidad
apostólica.
En el evangelio, S. Marcos expresa con claridad cómo
Dios ha dejado su casa en nuestras manos confiando a cada uno su tarea. Pidamos
para que en todo momento estemos dispuestos a dar razón de nuestra fe y
esperanza, comprometiéndonos en el servicio evangelizador y así podamos
preparar su venida a nuestras vidas.
Que este tiempo de adviento sea realmente un tiempo de
gracia y de encuentro con Jesucristo nuestro Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario