DOMINGO II DE CUARESMA
25-02-18 (Ciclo B)
En este segundo
domingo de cuaresma, podemos centrar nuestra atención en la Palabra de Dios
desde la pregunta planteada por San Pablo al comienzo de su carta, “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará
contra nosotros?”, o dicho de otra forma, si Dios sostiene nuestra vida, y
descansa en él nuestra esperanza, ¿quién podrá romper nuestra paz y nuestra
dicha?
Y sin embargo, a
pesar de sentir muchas veces con intensidad esta experiencia personal de
encuentro con Dios en el que nuestra fe sale fortalecida, podemos experimentar
también pruebas fuertes donde sentimos que todo se tambalea.
Así nos situamos en
la experiencia de Abraham. Un hombre que según nos relata la Biblia lo dejó
todo para seguir la voluntad de Dios. Abandonó su tierra, se despojó de sus
seguridades y se lanzó a la aventura de la fe, puesta en un Dios cuya única
promesa fue la de darle una descendencia numerosa. Ciertamente esa promesa lo
era todo, porque no olvidemos que el valor de los hijos, de la familia y del
número de descendientes era la gran riqueza anhelada por todo hombre de aquel
tiempo.
Y cuando Dios cumple
su palabra y le da un hijo, le pide un imposible, que se lo ofrezca en
sacrificio. Y aunque el relato del A.T. no nos deja entrever ningún atisbo de
duda, y Abraham se dispone a cumplir fielmente este terrible mandato, no se nos
escapa la dureza de aquella experiencia que rompía su alma. Es el momento de
afrontar la prueba de la fe.
Algo similar vivieron
los discípulos del Señor. Ellos habían dejado todo para seguir con entusiasmo
al Maestro. A su lado fueron descubriendo una nueva forma de vida basada en la
confianza plena en Dios y que Jesús iba transmitiendo desde su experiencia
familiar e íntima con él. A su vez ese entusiasmo crecía por las palabras y los
signos extraordinarios que Jesús realizaba, lo que les hacía confiar plenamente
en la intervención definitiva de Dios en la historia para salvarla y
transformarla en el Reino anunciado por el Señor, el Mesías.
Sin embargo también
llegan para los discípulos los momentos de dificultad, de duda y de abandono.
Justo antes de este relato evangélico que acabamos de escuchar, Jesús ha
anunciado por primera vez la cercanía de su pasión, se ha enfrentado duramente
a Pedro que intentaba persuadirle para que tomara otro camino, y acaba de
advertir a sus discípulos que el caminar a su lado conlleva sacrificio,
sufrimiento y servicio, de tal manera que “si
alguien quiere venirse en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien
quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mi y por el
Evangelio, la salvará”.
Son momentos de
incertidumbre, de sopesar las apuestas realizadas y de asumir opciones
fundamentales en la vida. Y así Jesús, como nos narra el evangelio de hoy, toma
consigo a sus más cercanos y en la intimidad más absoluta les enseña la
realidad de su ser, se transfigura ante ellos. Es decir, les abre el alma hasta
el punto de mostrarse tal y como es en su realidad humana y divina, en la
verdad de su persona unida a la del Padre Dios. Y en esa experiencia que
desborda su capacidad de entendimiento, ven junto a Jesús a dos personajes que
sustentan los fundamentos de su vida espiritual, Elías quien representa la
profecía, y Moisés, quien recibe la ley de Dios. Profecía y ley, convergen en
Jesús, sólo él es el “Hijo amado” de Dios, a quién el señor nos manda acoger y
escuchar. Ya no hay más profetas, no hay más intermediarios que disciernan los
signos de los tiempos. En Jesús Dios lo ha hablado todo, y no se ha dejado
ninguna palabra por decir. De modo que su persona es ahora, y por siempre la
Encarnación divina.
Y si en esta larga
historia humana, hemos necesitado un pedagogo que nos ayudara a caminar, como
dirá S. Pablo, y esa ayuda era la ley que nos marcaba los límites para no
salirnos del camino y caer en el abismo. Jesús ha superado la ley por el amor.
Un amor entregado hasta la muerte, y donde el Padre Dios no encontró la
compasión que sí halló Abrahám para con su hijo Isaac.
San Pablo, buen
conocedor de la historia sagrada de su pueblo, y meditando este episodio del
Génesis que hemos escuchado en la primera lectura, llega a la certeza de que
Dios ha pagado por nosotros un rescate demasiado elevado como para dejarnos de
la mano o permitir que alguien nos arrebate de su lado.
Dios nos ha
engendrado desde la muerte y resurrección de su Hijo, y el precio de nuestro
rescate es la sangre vertida en la cruz por aquel a quien presentó ante el
mundo como su “Hijo amado”.
Nada, mis queridos
hermanos puede apartarnos del amor de Dios, no hay excusas que justifiquen
nuestra lejanía de su lado. Sólo nosotros podemos tomar semejante decisión. Sí,
el cristiano que ha vinculado su vida a la del Hijo amado de Dios, a nuestro
Señor Jesucristo, no puede temer vivir alejado de él, salvo que libremente tome
esta decisión.
Las dificultades de
la vida, los sufrimientos y penurias por las que podamos atravesar en un
momento dado, no son causa suficiente para apartarnos del amor de Dios, porque
por esas mismas realidades ya ha caminado Jesús, y en ellas nos ha mostrado que
es posible seguir confiando en Dios, ya que su amor nunca nos deja de la mano.
No confundamos la
realidad de nuestra limitación personal y como colectividad humana, con una
dificultad insalvable para la fe. Porque la fe, cuando realmente existe, todo
lo aguanta, lo soporta y lo supera, ya que la fe, como el amor, “cree sin
límites, disculpa sin límites, aguanta sin límites”, la fe que se sustenta en
el amor, no pasa nunca.
La transfiguración
del Señor, nos está ayudando, en medio de la pesadez del camino, a no dejar de
centrar nuestra vida en la gozosa esperanza pascual. Si larga es la cuaresma de
nuestra vida, y en ocasiones tendremos que soportar la amarga experiencia de la
pasión, no dejemos de contemplar con confianza al “Hijo amado de Dios” que nos
sigue sosteniendo y alentando desde su resurrección.
Así con esa serena
esperanza, seguro que también podremos sentir lo “bien que se está aquí”, a su
lado, porque si centramos nuestra mirada en el Señor, y ponemos en sus manos
nuestras vidas, seguro que las llevará a su plenitud.
Vivamos este tiempo de gracia de forma fecunda, para
que así seamos en medio de nuestro mundo, fermento de esperanza y consuelo para
nuestros hermanos.
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