DOMINGO VI DE PASCUA
26-05-19 (Ciclo C – PASCUA DEL ENFERMO)
En este domingo
de pascua, en el que seguimos celebrando con gozo la resurrección del Señor, la
comunidad cristiana vive una jornada de solidaridad y cercanía con los
enfermos. Hoy es la Pascua del enfermo, del hermano que sufre las limitaciones
y la falta de salud, y que está muy presente en el corazón de la Iglesia
orante.
Los signos más
frecuentes que acompañan la predicación de los Apóstoles y que continúan la
obra del mismo Jesús son la oración por los enfermos y su eficacia sanadora. La
palabra de Dios conforta y serena de tal modo que incluso en medio del
sufrimiento y de la enfermedad es posible la paz y el sosiego, signo de una
esperanza y de un ánimo saludable, base de cualquier recuperación física.
La cercanía
apostólica al mundo de los enfermos, los ancianos y los que sufren, extiende la
misericordia de Dios y vincula estrechamente a los hermanos en el amor. Amar a
Cristo resucitado conlleva necesariamente seguir sus pasos, imitando su entrega
desde el servicio a los más débiles de la comunidad eclesial.
Nuestra cultura
actual intenta maquillar y embellecer la vida, quitando las capas que la afean.
Como si de una hortaliza se tratara, aquellas hojas que la hacen menos bella
son separadas del tronco y echadas fuera. Las limitaciones humanas y entre
ellas las enfermedades, nos incomodan e interpelan y al mostrarnos la realidad
amarga y dura de una parte de nuestro ser, la rechazamos o la alejamos de nosotros
creyendo que así no nos tocará pasar por ella.
De esta manera
vemos cómo cada vez más, junto a los grandes logros de la medicina que han
mejorado nuestro nivel de salud y vida, contemplamos la soledad y el abandono
de muchos ancianos y enfermos que padecen su situación lejos del calor y del
afecto del hogar.
Sin embargo en
este día del enfermo, vamos a alumbrar con la luz de la ilusión y del amor, la
vida de nuestros hermanos y sus familias. Las palabras de Jesús “La paz os
dejo, mi paz os doy”, se hacen realidad cada vez que muchas personas, mediante su entrega servicial y generosa,
llenan de afecto y armonía los momentos de incertidumbre y dolor que las
limitaciones de la enfermedad a todos nos traen.
La labor de los
“apóstoles de la salud” sensibilizados para dedicarse con amor y paciencia al
mundo de los enfermos, es un don de Dios que nos humaniza y nos demuestra la
grandeza del corazón humano.
Todos sabemos lo
importante que es encontrar buenos profesionales que acompañen la realidad del
enfermo. Personas que traten a sus pacientes desde el respeto y el afecto,
evitando caer en la rutina o la indiferencia porque lo que hay entre sus manos
son vidas humanas que mantienen intacta su dignidad y que merecen ser cuidadas
como quisiéramos que un día lo hicieran con nosotros, llegado el caso.
Pero no lo es
menos el contar con la proximidad de quienes compartimos una misma esperanza.
La enfermedad y la ancianidad nos van acercando al ocaso de nuestra existencia,
y es muy importante para nosotros los creyentes poder vivir desde la fe, este
acontecimiento que completa nuestra vida y nos abre la puerta del Reino de
Dios. Así lo ha entendido desde siempre la comunidad cristiana que ha
acompañado con confianza y amor la vida de los enfermos y de sus familias.
Desde los
comienzos mismos del cristianismo, cada vez que algún hermano en la fe caía
enfermo o su ancianidad lo acercaba a la muerte, los fieles se reunían en la
oración acompañándole a él y a su familia, colaborando en sus cuidados y
llevando a la celebración eucarística la vida de los enfermos de la comunidad.
Los presbíteros acudían a sus hogares para confortarles en la fe y sostenerles
en su esperanza. Y por el sacramento de la Unción además de vincular al enfermo
a la misma Pasión del Señor, le preparaba para vivir con plenitud el momento
del encuentro con Cristo, Salud de los enfermos.
La vida es un don
que siempre hay que agradecer, y cuando ésta llega a su final en esta tierra,
ha de ser preparada para entregarse con serenidad a la Pascua definitiva.
Este hacer
comunitario se ha prolongado hasta nuestros días, y hoy la comunidad eclesial
sigue desarrollando su labor entre los ancianos y enfermos por medio de la
Pastoral de la Salud.
En nuestra Unidad
Pastoral del Casco Viejo, trabajan desde hace muchos años personas
especialmente vocacionadas para esta misión. Hombres y mujeres, seglares y
religiosas, que forman parte de un excelente equipo humano y cristiano, cuya
sensibilidad y espiritualidad les impulsa a dedicar parte de su tiempo al
servicio de los ancianos y enfermos de nuestro entorno más cercano.
Su trabajo
consiste en visitar a quienes lo desean llevándoles las experiencias de la vida
de la comunidad parroquial, acompañando su soledad, atendiendo sus necesidades
y haciéndoles partícipes del Sacramento Eucarístico como expresión de su
vinculación a la gran familia parroquial.
Los enfermos y
ancianos que no pueden acercarse hasta las parroquias viven su comunión
eclesial por medio de estos enviados de la comunidad así, además de la atención
humana que puedan necesitar, también comparten su fe y su esperanza con los
hermanos en Cristo.
Hoy vamos a pedir
por los enfermos y en especial por los que más necesitan la compañía y el
afecto. Por los que están solos o se sienten solos. Por sus familias y quienes
les cuidan. Podéis contar con nosotros, con vuestra comunidad parroquial que no
olvida a sus hijos más queridos. El grupo de Pastoral de la Salud se pone a
vuestro servicio y en la medida de sus posibilidades atenderá vuestras
necesidades.
Y quiero hacer
una llamada muy especial, para que facilitéis a quienes lo deseen el Sacramento
de la Unción. Los cristianos necesitamos vivir todos los acontecimientos de
nuestra vida en comunión con Cristo, máxime cuando se trata de recorrer los
últimos momentos de este existir. Sentir el amor de Jesucristo que por medio de
sus sacramentos nos dispensa, es algo que fortalece el espíritu y serena el
corazón de quien padece. El Sacramento de la Unción nos reconcilia plenamente
con Cristo, quien en su misericordia nos perdona todos nuestros pecados,
preparando así el encuentro gozoso en la plenitud de su amor. Que nadie nos
quite este derecho por razón de sus ideas, sino que piense con generosidad en
el deseo de quien ha vivido en la fe de la Iglesia y desea morir como hijo de
ella, en la esperanza.
Queridos
hermanos, necesitamos más brazos que se unan para esta labor. Seguro que entre
todos nosotros habrá quienes tengan una especial vocación y sensibilidad para
el mundo de los ancianos y enfermos. Si es así dad gracias a Dios por el don
que habéis recibido porque sois el rostro viviente de Jesucristo que sigue
realizando su obra salvadora a través de vuestra entrega a los enfermos.
Que él bendiga a
quienes se dedican con amor a los enfermos y a todos nos anime para acompañar y
sostener al hermano en medio de su debilidad.
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