SOLEMNIDAD
DEL APÓSTOL SANTIAGO
25-7-19
Celebramos hoy con alegría la fiesta de
nuestro Santo Patrono, el Apóstol Santiago, Titular del primer templo
diocesano, esta S.I. Catedral, y de la Villa de Bilbao. El primero de los apóstoles
del Señor en sellar su fiel seguimiento de Cristo con el martirio. Como hemos
escuchado en el texto de los Hechos de los Apóstoles, su tesón, su entrega y su
lealtad por la causa de Jesucristo, hace que sufra las iras del rey Herodes y
sea ejecutado.
Su muerte será el comienzo de una dura
persecución contra los discípulos y seguidores de Jesús, pero que en vez de
acabar con la llama de la fe, será el riego fecundo de una tierra que vería
crecer con vigor la semilla del Reino de Dios instaurado por Jesucristo, el
Señor.
Desde aquellos tiempos apostólicos, hasta
nuestros días, han transcurrido muchos siglos, con sus noches oscuras y días de
luz para la historia de la Iglesia y de la humanidad entera. Pero siempre, y a
pesar de las dificultades y penurias por las que nuestra familia eclesial ha
podido atravesar, la fe de los apóstoles, su vida y su obra, son el fundamento
y el ejemplo de nuestro seguimiento actual de Jesucristo.
De Santiago sabemos muchas cosas conforme
a los textos neotestamentarios; era pescador, el oficio de su familia, de
posición acomodada dado que su padre Zebedeo tenía jornaleros; su recio
carácter le hizo merecedor junto a su hermano Juan, del sobrenombre de “los
hijos del trueno” (Boanergers). Como también hemos escuchado en el evangelio,
su madre, Salomé pretendía situar a sus hijos en los puestos principales en ese
reino prometido por Jesús y muy mal entendido por ella. Lo cual les acarreó las
críticas de los otros diez discípulos, más por envidia que por virtud, ya que todavía
no comprendían bien el alcance del mensaje del Señor.
Y al margen de las anécdotas, lo
fundamental es que era amigo del Señor. Santiago pertenecía junto a su hermano
y Pedro, a ese círculo de los íntimos de Jesús. Él será testigo privilegiado de
los hechos y acontecimientos más importantes en la vida del Maestro; asiste a
la curación de la suegra de Pedro; está presente en el momento de la
transfiguración, en el monte Tabor; es testigo de la resurrección de la hija de
Jairo; y acompañará a Jesús en su agonía, en Getsemaní.
Pero Santiago también vivirá de cerca los
momentos de amargura, el prendimiento de Jesús y la huída de todos ellos.
Conocerá en su corazón el dolor de haber abandonado a su amigo y el don de su
conversión motor y fuerza de una nueva vida entregada por completo al servicio
del evangelio y a dar testimonio de la resurrección de su Señor.
La tradición que vincula a Santiago con
nuestra tierra se remonta a los primeros tiempos de la expansión cristiana por
el mundo, hasta hacer de su sepulcro en la ciudad Compostelana, lugar de encuentro universal de
culturas y razas unidas por una misma fe.
Precisamente esta devoción popular nos ha
situado a nosotros desde antes de la fundación de nuestra villa de Bilbao allá
por el año 1300, en paso obligado a los que desde la costa peregrinaban a
Compostela. Y así de los cimientos de aquella primitiva iglesia de Santiago, se
edificaría la que hoy es nuestra Catedral, colocando el origen y el final de
este largo peregrinar, bajo el patrocinio del mismo apóstol, quien por petición
del Consistorio municipal al Papa Urbano VIII,
se convirtió en patrono principal de la Villa de Bilbao en el año 1643.
Y en un mundo como el
nuestro tan necesitado de referentes que nos ayuden a conducir nuestro destino
desde criterios de amor, de justicia y de paz, damos gracias al Señor por tener
a su santo apóstol como intercesor.
Santiago experimentó en su corazón una
gran transformación que le llevó a cambiar su existencia de forma radical para
configurarse a Jesucristo. Su oficio de pescador lo cambió por el de misionero
y pastor del pueblo a él encomendado. De aspiraciones y pretensiones de
grandeza, pasó a buscar sólo la voluntad de Dios y ponerla por obra.
De esta forma el que en la vida buscaba
la gloria llegó a alcanzarla aunque por un sendero bien distinto al soñado en
sus años de juventud. Y el poder que en su momento ambicionó lo transformó en
servicio y entrega generosa, en el amor a Dios y a los hermanos.
Nadie es tan poderoso como aquel que
siendo completamente libre y dueño de su vida, es capaz de entregarla a los
demás movido, únicamente, por la fuerza del amor en el Espíritu del Señor. Las
ambiciones, los honores y el prestigio son efímeros y muchas veces engañosos,
porque nos hacen creernos superiores a los demás y en el peor de los casos,
como nos ha advertido Jesús en el evangelio, el mal ejercicio de ese poder
lleva a algunos a erigirse en tiranos y opresores. Quienes son portadores del poder temporal
deben ejercerlo con mayores cotas de responsabilidad, servicio y coherencia, ya
que siempre deberán dar cuentas del mismo a su pueblo y a Dios. Y quienes
anhelan servir de este modo a la sociedad, en el presente tan complejo que nos
toca vivir, han de contar no sólo con el apoyo de sus conciudadanos, sino sobre
todo con la fuerza y la sabiduría que proviene del Señor de la justicia, del
amor y de la paz.
En un tiempo donde los conflictos entre
las personas y los pueblos siguen provocando dolor y angustia a tantos
inocentes, se hace muy necesario el surgimiento de una auténtica vocación de
servicio público que lejos de buscar el propio beneficio, se entregue de manera
generosa a la consecución del bienestar de sus semejantes, siendo especialmente
sensibles con los más indefensos y necesitados. Por eso pedimos con frecuencia
por nuestros gobernantes, para que el Señor les ilumine en su difícil misión de
ser quienes nos conduzcan por el camino del bien.
En esta fiesta nos
congregamos no sólo los fieles cristianos que habitualmente celebramos nuestra
fe en el hogar comunitario de la parroquia; hoy también nos reunimos
representantes de instituciones públicas y privadas, del consistorio y de
asociaciones relacionadas con la devoción a Santiago y su camino compostelano.
Todos compartimos los
mismos deseos de trabajar por una sociedad construida sobre los valores
irrenunciables de la libertad, la justicia y la paz, desde las legítimas y
plurales ideas, siempre que sean cauce de cuidado y respeto a la dignidad de la
persona. En esta labor no sobran brazos, y los cristianos tenemos además una
razón de más que brota de nuestra fe en Jesucristo que nos envía a ser testigos
de su amor y de su esperanza en medio de nuestro mundo.
Todo ello hoy lo ponemos a los pies del
apóstol Santiago para que siga velando por quienes honramos su memoria con
filial devoción. Que nos ayude a fortalecer los vínculos de hermandad entre
todos los pueblos que lo celebran como su patrón, que nos anime en la
construcción de una convivencia en paz y concordia, y que tomando su vida como
ejemplo y estímulo, seamos fieles seguidores de Jesucristo, nuestro único Señor
y Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario