viernes, 8 de octubre de 2021

DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO

10-10-21 (Ciclo B)


         “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. En esta pregunta se resume la gran preocupación de todo ser humano, aquello que realmente nos importa. El joven que se acerca corriendo al Maestro, tenía claro cuál era el centro de sus preocupaciones “heredar la vida eterna”, y buscaba quien lo orientara y diera una palabra de esperanza.

         Jesús le muestra cómo la bondad reside sólo en Dios, y que el camino que nos conduce hasta él pasa por vivir según nos ha enseñado. Los mandamientos de la  Ley de Dios, que Jesús le va desgranando, no son meras normas morales o preceptos, sino un camino de vida, que dignifica a la persona y nos hace conscientes de nuestro valor absoluto ante cualquier tentación de utilizar o agredir a un ser humano.

         En este diálogo con Jesús, el joven se descubre en sintonía con él. Aquello que es importante para Dios también lo ha sido en su propia vida desde siempre. Fue educado en un ambiente religioso y ha sabido cuidar los valores fundamentales de su tradición judía. Por ello Jesús le mira con cariño, porque ve sinceridad y honestidad en sus ojos.

         Este joven estaba preparado para dar un paso más en su vida, lo cual exigía mucho más que la mera observancia religiosa; “vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme”. O lo que es lo mismo, “cambia de estilo de vida y conviértete en mi discípulo”.

         Y ante una llamada así, surgen los temores, dudas y rechazos. Una cosa es creer en Dios, cumplir sus mandamientos, rezar con frecuencia nuestras oraciones, y otra muy distinta acoger la llamada que nos hace seguidores de su Hijo Jesús. El seguimiento de Cristo pasa por opciones fundamentales que implican todo nuestro ser y nuestra voluntad.

         El evangelista nos hace ver que aquel joven tenía muchos bienes, era rico. En este lenguaje bíblico, riqueza y bienes son sinónimos de seguridad, bienestar, apoyo, satisfacción. Por eso hemos de entender esta llamada de Jesús como algo más que la renuncia a lo material. Tal vez nuestras seguridades sean el trabajo seguro, la salud; tal vez nuestro apoyo sean las cosas que poseemos; tal vez nuestro horizonte lo hayamos puesto en la búsqueda del prestigio o el poder ante los demás.

         Dejar estos apoyos y seguridades para seguir al Señor, sobre todo exige una gran confianza: Una confianza que se va gestando en una vida espiritual completa y gozosa, a la vez que en unas actitudes de servicio y entrega a los demás.

         Si por el contrario nuestra confianza la ponemos en lo material, en los bienes, en tener la vida resuelta, la salud asentada y así nos sentimos satisfechos, no necesitamos de Dios más que para cumplir con unos ritos o mandatos que no exijan ningún cambio que nos incomode. Dios queda para el templo, las oraciones y las peticiones, pero apagamos su voz para que no nos pida más.

         Pese a todo, como nos recuerda el apóstol S. Pablo, “La Palabra de Dios es viva y eficaz”. Y por eso si la escuchamos con un sentimiento sincero y abierto, podemos ir descubriendo nuestra capacidad de cambio y conversión.

Por muy sujetos que estemos a los intereses de este mundo, siempre es posible liberarse de ellos si dejamos que el Señor vaya entrando en nuestro corazón. Aquel joven rico “se marchó entristecido”, nos cuenta el evangelio. Al cerrarse a la llamada de Jesús volvió a su vida de siempre, pero sabiendo que algo importante había rechazado y que tal vez jamás encontraría el “tesoro” que ansiaba su alma. Y es que como el mismo Jesús señala a sus discípulos, “qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero”.

         Qué difícil lo tienen aquellos que en un mundo tan injustamente repartido, ponen su confianza en el dinero hasta el punto de absolutizarlo, y  se dejan llevar hasta de medios inhumanos para mantener su poder matando incluso a sus hermanos.

         El dinero divide familias, enfrenta a hermanos, cambia la generosidad en egoísmo y la solidaridad en avaricia.

         No es cualquier cosa la palabra del evangelio. Es verdad que Jesús concluye dando un respiro a sus apóstoles, asustados por lo tajante de su advertencia; “es imposible salvarse para los hombres, no para Dios”.

         Aún así no deja de ser una tragedia para nosotros que pasemos por esta vida sin habernos enterado de que ese Dios camina a nuestro lado cuando compartimos, perdonamos y nos mostramos solidarios con los demás. Hace falta la sabiduría de Dios para vencer el egoísmo y la ambición tan metidos en nuestras conciencias bajo proposiciones de éxito, triunfo y falsa felicidad.

         Hoy es un buen día para que todos veamos dónde está nuestra seguridad; sobre qué roca apoyo mi vida y mi esperanza; soy discípulo del Señor o me atraen otros ídolos.

         Y en la medida en que sepa asentar la vida sobre la roca del amor, tendré la garantía de una vida que se va colmando de serena felicidad. El amor que proviene del mismo Dios y nos lleva a dignificar la existencia humana. Ese amor generoso que nos empuja a acoger la llamada del Señor, y que en nuestra respuesta confiada descubrimos que Él nos devuelve mucho más de lo que somos capaces de renunciar.

         Pidamos la sabiduría de Dios para que sea ella la que nos haga libres en el amor, fuertes en la esperanza y hermanos en la verdadera fe.

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